“Qué vivas tanto tiempo como deseas y ames tanto tiempo como vivas.”
Robert Heinlein
Hoy la palabra imprescindible es «abandonar» en todos sus acepciones y sinónimos. Marcharse de sí mismo, desistir de algunas escenas. Posponer tristezas y aprisiones. Ceder ante quien llevas dentro y se remuerde. Desentenderse de la mezquindad y apatía que sobreviven sin un por qué. Renunciar a todo y que todo olvide que le correspondes, apartarse del que eras y entender que los años a veces son como los amores: puede que mañana sea 2022 pero siempre sabremos que existió un 2021. Esperanzarse en un año venidero repleto de odiseas y descubrimientos. Porque lo importante de los años no es solo sobrevivir a ellos, sino reinventarse, volvernos otros, ser el verbo transitivo.
Los años son como aquellas clepsidras antiguas donde la arena representa todo eso que se va quedando en nosotros: alegrías, nostalgias, lienzos desdibujados, nombres impronunciables para no causar eco en la lejanía de un recuerdo. Por otro lado, también está el vacío que va trazando sus propias líneas, el sonido sórdido de que la vida paulatinamente se nos va. Una nada que significa todo lo que perdemos, todo lo que ya no tenemos, todo lo que era una oportunidad y que hoy apenas alcanzar para echar una moneda al aire. Aquella arena se ha movido con cierta inclemencia, sobre todo, en estos últimos años cargados de dolor y silencio. Tan saturados de fotografías y palabras en honor ellos (as).
Por ello, mensajes que alivianan el alma se han transformado en el único abrazo para apaciguar nuestras zozobras. Perdonar, olvidar, re-descubrirnos. Tomarnos un café y descubrir quiénes somos. Entender que estamos viejos para jugar a odiarnos, para seguir naufragando en medio de la arena de la vida. Para continuar regalándole al pasado nuestra sonrisa: dejar de sobrellevar lo que fuimos.
Y gracias a los años nos vamos dando cuenta que el truco está en el «aguante». Aguantar la vida, los problemas, las derrotas, las alegrías que nos sustraen de la realidad. Aguantarnos a todo el mundo, a nosotros mismos. Aguantar la rutina, el degenero, este gobierno, la soledad, el amor, la pasión esporádica, la compañía. Aguantar el cambio, las diferencias, el querer y no haber podido. Aguantar la noche y sus discursos, el día y su afán, las ofensas, la indiferencia, los daños, la mentira. Pero también aguantar la verdad, sobre todo la verdad, sobre todo ser, sobre todo el tiempo, a tu propio corazón, sobre todo tu alma…
Felices fiestas, Pavel Stev