El Último Verso

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QUE SE MUERA EL ROMANTICISMO

 

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Para desgracia de nuestra generación sufrimos de un romanticismo paradójico. Los latinoamericanos somos herederos del amor romántico convencional, ese amor que idealiza y que intenta trasfigurar el todo en arte y sentimentalismo. Y si bien existe una utopía bastante burlesca en el amor y en la literatura, debemos saber sobrellevar los gestos domésticos de lo sentimental porque enaltecen la calidad humana, mas no empalagarnos en los cuentos de hadas que nos incrustaron como una estaca de pudor y de moral desde pequeños. Cuentos donde se jactan del hombre perfecto y fiel, historias  que a pesar de sufrir muchos percances siempre procuran un colofón donde los personajes principales coman perdices, cuentos donde si no me amas, no follaré contigo, cuentos donde no te equivocas, finales en los que no tienes aprobación para algún arrepentimiento. Historias terribles, abominables, noches de bodas donde la escena salta todo en el encuentro nocturno. ¿Dónde queda el jadea? El sudor escurriendo por el cuerpo,  volviéndonos sinceros hacia el otro. ¿En qué perverso libro nos doctrinan a no consumir el sentimiento en una caricia?

Ah, nosotros, los pudorosos, los dignos del reino de los cielos porque no deseamos a nadie, y actuamos mediante la moral que nos imputan desde pequeños. No miramos más arriba de las rodillas una falda,  un derrier, y si lo hacemos, somos acusados de primitivos, de sumamente básicos; no pareces decoroso, que poco caballeroso, un artista no diría eso…  Condenados ustedes están desde el principio de los tiempos por no morder la manzana, buscan la pureza que no está en la naturaleza de los hombres y alardean de sus principios con otros tan ensimismados como ustedes.  Reclaman el decoro en el amor como si este no fuese una guerra, un batalla de vísceras y fluidos.

Que se muera el romanticismo, que la gente no cubra sus cabellos y vestidos para una caricia. Que en los cuentos y libros la escena principal sea una piel uniéndose a otra piel, un gemido a coro susurrándole al amor obscenidades. Dejémonos caer en el abismo del placer, porque ni el pudor o nuestros más fervientes principios morales guiados por la condenada y morbosa fe, nos salvaran de morir sin tener un recuerdo que moje algunas noches nuestra almohada…

Pavel Stev Salazar

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