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Millonarios, un boleto a la indignación

Fernando Araújo Vélez

Noche, lluvia, frío, hambre, miedo, ilusión, paciencia. Comenzaron a llegar sobre las ocho de la noche del jueves porque les habían dicho que las últimas boletas, las que sobraran de las que hubieran comprado socios y abonados, se iban a vender el viernes desde las ocho de la mañana. Lo dijeron en la empresa encargada de comerciar los tiquetes (Tuboleta), en Millonarios, en la agencia de comunicaciones que le maneja al equipo la imagen, y en los medios de comunicación. Por eso cinco mil o más fanáticos se fueron a pasar la noche frente a las taquillas del estadio. Sin embargo, conforme pasaban las horas, los rumores se iban colando. Que las iban a poner en venta el sábado, que ya no había una sola boleta, que abrirían la taquilla a las nueve, que las venderían en la sede del club, que aún quedaban unas mil. Rumores. A las dos o a las cuatro de la mañana, nadie sabía nada con certeza. Nadie podía saberlo.

En la mañana, los mismos rumores de antes comenzaron a circular con más fuerza, pero el que más se repetía era que se habían agotado las boletas.  Angustia, impaciencia, rabia. La policía empezó a instalar vallas para ordenar al público. Desplegó a decenas de sus agentes. Llegaron camiones del Esmad (Escuadrón móvil antidisturbios), y poco antes de las siete de la mañana, los primeros periodistas. Ni Millonarios ni Tuboleta decían nada. Silencio, y tras el silencio, impotencia, y tras la impotencia, ira. A las 9 y 45 Millonarios emitió vía twitter un comunicado que rezaba:  “MillonariosF.C.  se permite informar que la boletería para el partido del próximo domingo se encuentra agotada, por lo que no hay mas (sic) disponibilidad de entradas para la venta al público en general. Agradecemos el apoyo de los 17.000 abonados y 4.125 socios, porque sin ustedes, este sueño no sería posible”.

Más allá de errores ortográficos, y de que dijeran que no hay más disponibilidad de entradas para el público en general, cuando nunca la hubo, en el texto se les agradecía a los abonados y socios: un mensaje para que el hincha de la calle, el que se había aguantado 15 horas a la intemperie, se hiciera socio o adquiriera un abono para el próximo año. Más negocio, más arbitrariedad, más de los mismo de siempre y silencio de las autoridades. Millonarios le subió un 500 por ciento a la boletería, porque sabía que el negocio era multimillonario. Ninguna superintendencia, ninguna oficina de control, ningún organismo del pueblo se pronunció.  Aún así, los cinco mil ilusos de la noche se apostaron en El Campín para comprar su entrada, sin pensar siquiera, sin suponer, que ellos eran poco menos que deshechos para las directivas de Millonarios (está claro que el agradecimiento del comunicado es para “los 17.000 abonados y los 4.125 socios”).

Cuando alguno de los fanáticos de la fila supo del twitter, lo dio a conocer entre sus vecinos. Ninguno quería creer que tantas horas y tanto frío, y sobre todo, tanta ilusión, hubieran sido en vano. Se negaban a aceptar la realidad. Siguieron en fila. Incólumnes, rogando que de un momento a otro abrieran las taquillas, o en el peor de los casos, implorando para que alguien les dijera algo oficialmente. Sin embargo, todo era silencio. De nuevo el silencio, que alguno de los cinco mil indignados asoció con cobardía. Unos empezaron a dispersarse: debían ir a trabajar. Otros hacían llamadas desesperadas. Hubo conatos de pelea, discusiones, gritos, amenazas de la policía, periodistas que tomaban declaraciones y fotógrafos que registraban la indignación. A las 10 de la mañana, luego de 15 horas, aquellos hinchas comenzaban a sentirse absolutamente desamparados.

Dos horas más tarde, cuando todo estaba consumado, cuando por fin un directivo había sido capaz de anunciar por la radio que no había boletas, recordaban las conversaciones que habían sostenido a las tres de la mañana, a las cuatro, todavía ilusionados. “Porque parce, yo no tengo con qué pagar un abono pero siempre he estado ahí. A Medellín viajé en camión, con 10 mil pesos. No comí más que huevos duros durante 24 horas”, comentaba uno. “Yo fui uno de los 10 que viajó a Buenos Aires para ver a Millitos contra Tigre. Tres días, tres días de ida, y otros tanto de regreso”, decía otro. “Pero qué va, dale, dale, Millos”, cantaban, y acordaban encontrarse el domingo a las 10 de la mañana en la esquina de la 57 y 24 con todos los trapos azules y las banderas para ver a Millonarios campeón.

 

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