El Magazín

Publicado el elmagazin

Matoneo a Fulano de Tal

Óscar Domínguez Giraldo
Es mínima la bibliografía sobre Fulano. Solo los diccionarios se ocupan de él. Se supo que tuvo, mínimo, tres hermanos: Mengano, Perencejo y Zutano que era la cuba, el benjamín, el último de los Vargas, el de pirnos, el del estribo, el no va más. Zutano se coló cuando papá y mamá pensaban que habían clausurado la fábrica de hacer muchachos. Falló el método del ritmo. En su época no se había inventado ese preservativo de pared llamado castidad.
La mujer de Fulano era tan brava que él llevaba el apellido de ella: Tal. La vieja hablaba y escampaba si estaba lloviendo. Misiá, como le decían, le daba tres cachetadas de ventaja a Ramona, la mujer de Pancho, o a Pepita, la de Lorenzo. Vilma Picapiedra, a su lado, era una pera en dulce. Lo mismo la Contralora Morelli quien se enoja y sus perros quisieran ser gatos. O el precandidato Vargas Lleras a quien llaman para que se enoje y está dándose en la jeta con algún uribista.
Mirándolo con lupa, el nombre de Fulano no tiene nada de raro. Me leí el directorio telefónico de pe a pa, como si fuera una novela porno, y puedo dar fe de que no hay nadie con ese nombre. Fulano era un encanto de tipo. Por eso, en la escuela, sus amiguitos se la montaron, le hacían bullyng, quiero decir, trapeaban con él a causa de su nombre. Le querían decir que era un don nadie, un bueno para nada. Nuestro biografiado se quejaba del matoneo ante las directivas de su colegio, la asociación de padres de familia y de profesores, pero como siempre andan amangualados, le decían que no levantara falsos, que era la forma que tenían sus compañeritos de quererlo. Que agradeciera tanto amor. Tampoco a Napoleón le perdonaban que fuera nerd, bajito y cachetón. En venganza, se volvió emperador. Y Nerón, aburrido de que a los perros de las villas vecinas les pusieran su nombre, encendió a Roma. Lo de que tocaba la lira es exageración de los historiadores de media petaca.
Fulano, era la encarnación del anonimato. Le gustaba tanto pasar inadvertido que casi no existía. Nadie supo nunca de dónde sacó esa tendencia a existir a medias. Era un cusumbosolo con personería jurídica propia. En los colegios abundan los niños envidiosos que, como sucedía con Fulano de Tal, agarran a golpes por debajo del pupitre a sus colegas de centímetros, generalmente los más aventajados. El agraviado denuncia, sus padres lo respaldan, pero la explicación de los dueños siempre es la misma: no es bullyng, violencia, mal trato: es una forma de amar a las patadas. El damnificado queda con los golpes y con el inri de sapo. Quedó debiendo. A los dueños del negocio solo les preocupa preservar el prestigio del colegio. Mejor dicho, primero el negocio. Los alumnos que se frieguen en la ciudad más educada.

Comentarios