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La ausencia de preguntas en el periodismo colombiano: ¿Ignorancia o perversión?

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Por: Gonzalo Medina P.*

“El grado sumo del saber es contemplar el por qué”. Sócrates

 

Los manuales tradicionales de enseñanza del periodismo siempre dijeron, de una parte, que noticia no es que un perro muerda a un hombre sino que un hombre muerda a un perro; de igual manera, sentenciaron que las indiscretas no son tanto las preguntas del entrevistador sino las respuestas del entrevistado.

Y a pesar de que la pregunta no sale muy bien librada en ese ir y venir de opiniones, percepciones, prejuicios e intenciones, que es el periodismo como factor constitutivo en la creación, construcción y conservación del poder, es necesario volver a ella con todas sus posibilidades esclarecedoras de cualquier realidad, incluyendo la realidad colombiana, siempre tan cambiante y sorprendente bajo cualquier circunstancia.

Antes de avanzar en esta reflexión, es preciso advertir que la pregunta como método de explicación de la realidad, cuenta con una historia milenaria y con personajes que hicieron de ella todo un arte de confrontación a quien supuestamente poseía el conocimiento –o eso que han llamado verdad- y junto con aquel el denominado poder. Citemos por ahora el caso de Sócrates, quien enfrentaba a su interlocutor a partir de la pregunta y no de otra afirmación o respuesta.

Siempre hemos pensado que a una respuesta debemos oponer otra respuesta, actitud que nos pondrá en el mismo nivel de importancia y de autosuficiencia en el manejo del conocimiento sobre alguna materia. Sin embargo, no siempre tenemos la sensatez para atribuirle a la pregunta el poder de llevar al interlocutor a poner a prueba sus presuntas certezas o, por el contrario, a caer en sus propias contradicciones.

A propósito de preguntas, es dable pensar, en este tramo del presente artículo, ¿cuál es el motivo que nos lleva a ocuparnos de dicho tema, como también cuál es la posible relación que aquellas guardan con el periodismo y algunas de sus sentencias tradicionales? Si nos remitimos al tratamiento cotidiano que ciertos medios de comunicación, caso de los noticieros de televisión, con sus reporteros, directores y editores vienen dándole a la pregunta para enaltecer su misión pública, solo podemos manifestar nuestro profundo sentimiento de decepción.

Y el ánimo se afecta mucho más cuando nos situamos en el contexto de un proceso de paz que siempre ha de requerir del papel esclarecedor de las empresas informativas, de sus directores y de aquellos profesionales de la noticia que están en contacto con la realidad de los conflictos –empezando con el armado-, como también con todas las manipulaciones de que son capaces quienes no están de acuerdo con que estos diálogos y acuerdos cobren vida en la piel de cada uno de los colombianos –o al menos en buena parte de ellos.

Antes de adentrarnos en la cuestión que aspiramos revisar, es pertinente advertir que las fuentes de información responden a una jerarquía según su nivel de influencia en la formación de las llamadas agenda pública y opinión pública, con su cuota de debate abierto y de toma de decisiones políticas, según la manera como se desarrolla cada uno de los temas que son legitimados por los medios de comunicación.

Fuentes de indiscutible incidencia pública en la presente coyuntura política nacional, bien sea por la dignidad del cargo o por la presencia política que ejercen, son, por ejemplo, el Presidente de la República, el Procurador General de la Nación, el líder máximo del denominado Centro Democrático, el jefe negociador de las FARC en las reuniones de La Habana, al igual que algunos columnistas de opinión, cuya posición frente a un evento determinado se puede convertir, de alguna manera, en un hecho de interés público –léase noticia.

“¡Luces… Cámara… Reverencia plena!»

Más allá del desacuerdo o no con el grado de representatividad de uno y otro exponente del interés público, nos surge la preocupación sobre la manera como el común de medios y de periodistas se relaciona con dichas fuentes a la hora de ejercer su función pública, considerando además que la sociedad los define como una suerte de fiscales que deben tener la independencia y la capacidad de confrontar a cada una de tales fuentes y de entregarle a esa misma sociedad el fruto de su trabajo profesional, con todo y su dosis de desempeño ético, para que los distintos integrantes de aquella puedan fijar posición y tomar las decisiones más convenientes.

Con solo apreciar la puesta en escena característica de la declaración de una fuente informativa ante los periodistas, sobre todo cuando se genera la expresión de ese producto cultural llamado noticia, surgen de manera inevitable unas impresiones iniciales que insinúan la relación entre estos dos exponentes del interés público. Veamos algunas particularidades de la obra que a su manera protagonizan unos y otros:

-La fuente informativa exhibe su importancia a través de distintas formas: unas veces se hace esperar más de lo previsto para presidir una rueda de prensa o para conceder una entrevista a un periodista en especial; en otras, responde o no según convenga a sus intereses políticos, olvidándose de que es un funcionario público o de que es un dirigente que representa a determinados sectores sociales y políticos; lo anterior le lleva a pervertir su condición de representante de los ciudadanos, al punto que lo único que le interesa es consolidar una imagen como fin en sí, pero no como resultado de una gestión responsable y eficaz, incluyendo su relación con los periodistas y con los medios, ambos considerados como factores que han de incidir –por acción o por omisión-, en la formación de la opinión pública.

-Con las afortunadas excepciones, no faltan los periodistas que, en una conferencia de prensa o en una reunión improvisada con el funcionario, se sitúan ante este con cierto aire reverencial, como si aquel hubiera tenido un acto de generosidad y, por tanto, haya decidido concederles tiempo e información para su regodeo, pero con la condición de que multipliquen su discurso por la mayor cantidad posible de medios –la fuente sabe de los réditos políticos que produce figurar en los registros periodísticos, pero ojalá sin muchos cuestionamientos por parte de aquellos y de los propios periodistas.

-La imagen que, por ejemplo, es más frecuente en las notas periodísticas de radio y, sobre todo de televisión, es simple y contundente: la fuente aparece cercada por una jauría de cabezas, micrófonos con sus respectivos emblemas informativos, rostros sudorosos y ansiosos –a veces, algunos de ellos con la inocultable complacencia y disfrute de estar ante alguien tan importante-. De allí a concluir que preguntar es más un irrespeto que un deber ético y esclarecedor de la realidad, no hay más que un paso.

-La generalidad de la nota informativa, en esas circunstancias, se vuelve aséptica, entendiendo por tal que se impone la versión única e incontrastable de un funcionario o de un jefe político, la misma que llegará comopalabra de Dios a los ciudadanos consumidores de información. En esas condiciones, coinciden la lógica del pragmatismo propio del medio –querer abarcar numerosos y diversos hechos en poco tiempo-, con el facilismo con que el periodista hace su trabajo y la rentabilidad política que un hecho así presentado produce en la fuente informativa –sea esta o no funcionario público.

 “¡Yo solo sé que… Debo preguntarte!»

Echando mano, precisamente, de la pregunta y su importancia en ese juego de poderes que es el ejercicio periodístico, y a riesgo de incurrir en cierta reiteración, consignamos a continuación una serie de interrogantes que pretenden caracterizar, precisamente, el significado pedagógico y político que constituye cuestionar los distintos puntos de vista sobre la realidad, teniendo siempre presente el propósito último de entender y explicar, desde el periodismo, lo que sucede; y ello concebido, además, como el paso previo para que el trabajo periodístico serio incida en la transformación inmediata o futura de esa misma realidad:

-¿Por qué en las versiones de los medios, caso de noticieros de televisión o de radio, no aparece la pregunta o contra-pregunta como otro elemento constitutivo de la versión periodística que se presenta acerca de un tema?

-¿Por qué se deja, regularmente, la versión única e interesada de la fuente, sin que esta sea cuestionada por la pregunta periodística que debería tener igual protagonismo?

-¿Qué grado de responsabilidad asiste al periodista en esa tan delicada omisión respecto de la versión periodística única que al final se presenta sobre un hecho?

-¿Qué grado de responsabilidad acompaña además al editor de la información periodística? ¿O acaso sí se formula la pregunta periodística, pero dicho editor la considera irrelevante ante la declaración interesada de la fuente?

-¿Será que existe una  responsabilidad exclusiva de uno de los actores antes mencionados en el proceso informativo?  ¿O acaso la responsabilidad es compartida?

-¿Son los periodistas, o por lo menos algunos de ellos, presa de una especie de Síndrome de Estocolmo frente a la fuente, o ciertas fuentes, al punto de terminar seducidos por ella y sometidos a lo que a bien quiera decir esta, sin importarles lo que diga ni como lo diga? ¿Acaso lo único de interés es que la fuente hable, sin importar que su discurso sea interpelado o filtrado desde el punto de vista cognoscitivo, en aras de una información más elaborada y orientadora para el destinatario de la misma que es el ciudadano común y corriente?

-¿Acaso prevalece un factor pragmático en los medios –directores y editores en particular- según el cual lo que importa es el factor cuantitativo en el manejo del tiempo de la emisión noticiosa, pero sin tener en cuenta lo que implica ese mismo factor cronológico respecto de la calidad de la información? Si bien tal relación no es directamente proporcional, sí se requiere un tiempo suficiente para exponer el hecho informativo, escuchar a las partes, allegar elementos de juicio e intentar desde el periodista y el medio una explicación o interpretación –no opinión-, del hecho y de sus consecuencias o proyecciones.

-¿Qué aportes podemos y debemos hacer en torno al valor pedagógico, político, educativo y ético que tiene la pregunta en el quehacer  periodístico, pensando en la urgencia que implica afianzar la calidad de la información en una sociedad urgida de orientación profesional y científica acerca del diario acontecer?

-¿Y cómo relacionar todo lo anterior, sobre todo el último interrogante, de cara al denominado pos-acuerdo, cuando comiencen a ambientarse esos mismos acuerdos, teniendo en cuenta los juegos de intereses y la diversidad de posiciones ideológicas existentes, en especial las de aquellos que están decididos a que tales acuerdos no se consoliden? ¿Cuál ha de ser el papel de los medios y de los periodistas? ¿Cuáles son las demandas planteadas a esos mismos medios y a esos mismos periodistas? ¿O será que estamos ante una realidad difícilmente inmodificable?

Propender por un cambio de actitud, de mayor preparación y de compromiso en el común de los medios de comunicación colombianos de cara a la nueva coyuntura que busca salir adelante en el país, será una tarea tan compleja como convencer a quienes ejercen el poder político y económico para que de verdad apoyen los acuerdos de paz. Si bien unos y otros han tenido o adquirido poder, en medio del conflicto armado, también esos mismos podrán ganar y legitimarse si se pliegan al proceso reconciliador que, contra todo pronóstico, poco a poco intenta abrirse paso en una realidad históricamente acostumbrada a la desesperanza.

* Periodista, politólogo y profesor Universidad de Antioquia.

 

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