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Alicia en un país real

Cheshire puss, Flickr, pareeerica
Cheshire puss, Flickr, pareeerica

El mundo de una voz sacada de ficciones de piedra, reflejos, de sueños tan reales. Una voz que sigue en la búsqueda de un número en este circo de sociedad.

David Bustos *

Reviso si traje todo para escuchar atentamente la historia. Libreta, kilométrico, una mano derecha elástica. Deme un tinto sin azúcar, me hace el favor. El sol reverbera en la octava. El minutero avanza veinte rayas más de lo acordado. Pidamos otro tinto pues. Dónde está la magia. La cafetería está tapizada por espejos que le dan más amplitud al rectángulo compuesto por seis mesas. Estoy atento a los reflejos por donde pasan tantos rostros, cada uno con sus cavilaciones, problemas, músicas, tareas, fijaciones, delirios, sueños. El suspenso del tiempo dilatado. Espejos mágicos.

Ahí llegó. Su cabello rojizo, largo, ondulado, la hace ver en los espejos como la Alicia que he estado esperando. Magia igual a nombres, igual a palabras, igual a historias… tal vez, en algún momento, igual a los sueños de un Carroll. Tal vez la historia que estaba preparado a escuchar se comenzaba a gestar, en ese preciso momento, en la profundidad de una dimensión opuesta que reflejaba a quienes se acomodaban a compartir varios tintos amargos.

Cómo vas ve. Pedime un tinto y hagámole. Así: descomplicada, de verbo fácil. Palabra tras palabra que va convirtiendo espejos en pantallas, donde una primera pregunta abre las superficies a cuántos mundos, laberintos, monstruos, desafíos. Quizás una relectura de un clásico, pero con la precisión del encanto de un país latino, de realidades mágicas a pepe y cuarta, usufructo de discursos que en algún momento hicieron ¡puff! o ¡boom!

Disculpá la demora, pero es que ese tipo con las que me sale, que ahora se perdió un Sony Ericsson 580… y nada, yo no sigo ahí, ¡todo lo que le hice en ese local para que me salga con esas? Toma el tinto. Esta gente con la que uno se encuentra, hola, más doble pa’ donde. Espejos. Espejos por todas partes. Pero qué va, ese man no me va a dar en la cabeza. Otro sorbo. El país donde se rebuscan oportunidades, bueno, donde la creatividad las crea en un medio donde la apretujada del cuello dificulta la entrada de oxígeno. Hacerle, hacerle, no hay de otra.

Con un dejo paisa propio de un Remolino Grande llamado con el tiempo Puerto Berrío, las imágenes comenzaron a utilizar los matices del rojo. Alicia nace escuchando el río Magdalena, en un puerto donde se veían con frecuencia emboscados buzos que coloreaban el curso de un gran brazo; un puerto que para finales de los ochenta se ataviaba de un rojo, rojo inicuo, tan lleno de paramentos.

Aún así, entre cartuchos en tierra, desapariciones y comercio de poderes, otro tipo de rojo le dio la bienvenida a la pequeña que tomó la poción para comenzar a abrir los puertos, puertas y puertitas de un país. El rojo bermellón de la gran carpa del circo Ding Dang Dung recibió a la futura pelirroja. Un mundo a través de sus ojos, fantástico, que realmente correspondía al resultado de un experimento por encontrar un mundo laboral.

Fue a los pocos días de ese 22 del onceavo mes del 88, que Romina, su madre fugaz, desapareció del Puerto, dejando su tabaco una única estela de humo a través del Magdalena. Una bruja esa señora, da vaina decirlo, pero bueno, a eso se dedicaba… Recuerda Alicia que, según sus conjeturas, durante esos nueve meses, donde estuvo esperando el momento para ingresar con su número al espectáculo de la carpa, reposó muy cerca de raras energías, esencias y voces de otras épocas. Algo la debió marcar. No todos salimos de una bruja… Antes salí, encima con toda esa vaina de trabajos y amarraos…

Vení fumamos. Vecina nos sirve otro, vamos ahí afuerita a fumar dos cigarros, don’t worry, ¿no? El humo que se alejaba por el Magdalena se confundía con el humo que se alejaba por la octava. En un momento todo fue humo, hasta que sonaron redoblantes y prendieron un reflector. El show debe continuar. La ignición del royal vino en el momento justo para presentarnos al director circense, su padre: el profe Kember. Botánico, curandero, rebuscón, mago, ilusionista. Un maestro, el espíritu de toda la carpa.

A punto de sancocho de pescado, viudo, frijoladas que decían CÓMEME, fue creciendo Alicia escuchando la sabiduría de Kember. La aventurera sagitario estaba marcada, era inminente la búsqueda del número para el espectáculo nocturno. Kember disfrutaría ver a Alicia en la arena arrebatando aplausos a las familias que iban curiosas a desconectarse del eco de la pólvora, para nada divertido en ese Magdalena Medio antioqueño.

Sus ojos se llenaron de buenos momentos. Tenía que hacer algo, pero era todavía muy pequeña, así que con amenazas de recibir al perrero, un fuete, Kember comenzó a transformarme en la niña caucho. Cabía en una caja. Así di con mi primer trabajo. Una cajita en la que costaba meterse… aunque nunca recibí ningún golpe de las amenazas del profe. Ya era parte del equipo, ya se codeaba con malabaristas, tragafuegos, títeres, zanqueros, payasos, y hasta dos enanos. Un dulce algodón, la seta mágica para entrar en la cajita, y seguir en el viaje hacia lo desconocido. Un viaje dirigido por un mar de agua dulce.

El planchón que transportaba los trailers de Ding Dang Dung de pueblo en pueblo asustaba a la aventurera Alicia. Cada vez que partían, apretaba fuerte la mano de Kember. Soy tu amuleto… no temblés pues, me decía el viejo que siempre se cuidó ese bigote. No podías saber si estaba riéndose o qué… una expresión rara que sostenía siempre un president.

Un día en Puerto Triunfo, otro en Sonsón, una noche en Guataqui, otra en Yaguara, hasta quedarse en Puerto Asís, donde Alicia sintió que el rojo de las pesadas cortinas donde se le daba la bienvenida a los curiosos, perdió un poco de movimiento. Redoblantes, reflector y magia. Optimismo, días duros, una taza de arroz, robarse siempre algunas crispetas.

No debía haber ningún tipo de excusa al presentar los números si veías menos personas sentadas, si escuchabas menos aplausos. Todo se tenía que hacer. Se respetaba a un público que venía a soñar, a pensar en otras cosas. Algunos zancos se quedaron en el fondo de algún tráiler. Uno que otro arnés se oxidó por la lluvia constante que caía en el sur. Sin embargo, el curioso siempre estuvo ahí, esperando el momento donde el tiempo encontraba nuevas direcciones, desvíos, demostrando que su aparente linealidad era una ilusión más.

Era en mitad de la noche cuando aparecía Kember con su traje, sus medallas, su encanto… la pinta que lleva en la única foto que me quedó de esos tiempos. Mirala, tiene algo, ¿no? Era cierto. Una fotografía en blanco y negro. Un señor de pantalón y chaleco, de facciones alargadas, expresión de misterio. Como si en algún instante el estado inerte del retrato abriera algún portal, algún lapso de moción, y el viento confirmara un estado vivo en los pliegues, en las luces y sombras del cuadro. El silencio dejó escuchar su voz, un murmullo lejano. Parece que fuera a decirte algo. Historias era lo que sabía. Historias…

Un hilo de luz en medio de toda la oscuridad de la carpa recibía al maestro. El público sentía que algo especial se aproximaba. Su número consistía en meterse en un hueco en la tierra que lo recibía completamente; ponían un tablón, encima más tierra y por un único orificio le daban campo a un cable de micrófono con el que el profe, en la profundidad acompañado de sus president, comenzaba a crear personajes, aventuras, voces. Un sinfín de mundos que todos los invitados escuchaban e imaginaban.

Todos extáticos, llevados por el metrónomo de sus palpitaciones que cuestionaban constantemente: cómo hacía aquel señor para respirar, para seguir con tanta calma el hilo de todas esas historias, para dejar siempre el espacio perfecto donde una pregunta establecía el suspenso. Historia tras historia hasta que el terror sedujera un desenlace. Tiempo. Humo. Silencio. Está muerto. Un hilo de luz, el silencio angustiante, remover tierra, palas acá, allá, descorrer el tablón y el momento delicioso. Ríos de humo iluminados salían de la profundidad como si fueran las voces de las ficciones de hace un momento, y ahí, con su frase final, se levantaba el hombre mágico, lúcido, relajado, cerrando el ensueño y recibiendo la naciente algarabía de los asistentes que parecían despertar gradualmente de un estado hipnótico.

Cuántas cosas no sentía Alicia esperando el desenlace… Hasta el final de la noche se quedaba viendo el arreglo de todos los materiales del número, para verificar si era verdad que no estaba ahí, en ese foso. Kember. Oiga, nosotros pa’ tomar café… jejeje. Pero, está áspero, sí o qué. La carpa en Pasto. Kember… malparido, mucha la magia. Nunca lo vi tosiendo, o qué. La carpa en la capital nariñense se levantaba con las últimas fuerzas. El bótanico no le preguntó nada al verde. Ya no tenía pulmones. El número final. Caravana. Un foso en la montaña. Me acuerdo que hasta le colocaron un cable para que el viejo siguiera contando historias desde dónde se le diera la gana.

Los carros pitan afuera. Nos quedamos en silencio un rato. Eh, que vaina con esto de no poder fumar donde sea, ¿no? Como antes. Viento en la calle. Ignición. Entonces me salió una familiar, no sé qué carajo hacía, y comencé por contactos suyos a trabajar. Unas vainas por allí, otras acá. Pócimas, personajes, tantas elipsis. Cuando en Popayán acabadita de llegar…Piensa. Un billar… atendiendo el billar este, el que queda por ahí por el ventilador ese que da a la cocina, en el que uno se alcanza a oler toda esa lonchera. Otro número.

Alicia entraba a un territorio donde el desafío es importante. Competimos por el primer puesto en el desempleo. Una arena donde el canibalismo económico te obliga un número. En esas, aguantando y aguantando unos pendejos que se emborrachaban… al final la que tenía que pagar era una, llegó la tal Romina. Pillate esto. Llega, y pues la hospedo en esa pensión, la de una vieja en la que estaba. Arrancada una para que venga la Romina ¿a joderme más? Entró en la habitación, puso una toalla bajo la puerta, sacó un tabaco y lo comenzó a ver. Pa’ qué, tal vez sentí algo, como… que bien, intentemos algo pues. ¡Pero que va! Me miró, no dijo nada y se largó. Mucha bruja. No te riás. Es que como lo decís. No sé si vendría a comprobar sus imágenes, qué carajo vio, por qué pienso en eso, ¿no? o qué… ¿si pillás?, cosas raras.

Parches, camisetas, electrónica, celulares, cerveza barata en El Éxito, empanadas. Ahora en el mundo de las ventas de celulares, o a punto de salir de él. Número en número. Se le hace porque se le hace. Sigue caminando Alicia entre setas, la niña caucho, cajita en cajita, el oxígeno se acaba, pero nunca las historias. Timbra el celular. Pues yo le dije, que ese celular se lo llevó a la casa ayer… Vea a mí no me va a meter ese chicharrón, viejo. Cuelga. Alicia con la risa del desconcierto. Se tiene que ir por la llamada, hay que arreglar eso hoy. Un cartón es el que falta para evitar esta joda, bueno… aunque el circo es el mismo en todo lado.

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(*) Colaborador.

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