El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

LOUISE BOURGEOIS

Por: Berta Lucía Estrada Estrada

«EL ARTE ES UNA GARANTÍA DE SALUD MENTAL”

El 31 de mayo de 2010 murió en Nueva York una de las figuras más emblemáticas del arte contemporáneo, Louise Bourgeois; quien en diciembre próximo habría cumplido cien años. Recordé, entonces, que en 1978, hojeando el periódico, había leído por primera vez su nombre; estaba al pie de una foto que mostraba algo para lo que la sociedad no estaba aún preparada, y mucho menos yo, que venía de una provincia mojigata y conservadora. Se trataba de la exposición “A banquet fashion-A fashion show of body parts”.

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Era un performance presentado en la Galería de Arte Contemporáneo de New York, donde el crítico de arte Gert Schiff se paseaba entre las obras de la artista luciendo un extraño vestido en látex que ella misma había confeccionado para la ocasión. No volvería a saber de ella y mi frágil memoria la olvidaría.

Pasarían poco más de veinte años antes de volver a sumergirme en las imágenes inquietantes de su obra. Fue en el marco del Diplomado de Historia y Crítica del Arte del Siglo XX, programado por el entonces Instituto de Cultura del Departamento de Caldas, bajo la égida de Carlos Arboleda G. y por la Universidad Santo Tomás. Desde entonces he estado fascinada por esa mujer que  no abandonó nunca el oficio inmenso y doloroso de la creación artística.

Sólo en el año 2007 pude estar frente a una de sus obras. Fue en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde se encuentra una de sus grandes arañas y la cual amenaza con engullir a los turistas que se pasean debajo de sus inmensas patas. Esta cercanía me dejó el amargo sabor de no poder contemplar sus Cell, sus tótems o sus dibujos; pero al menos había podido tener una idea más real de la genialidad de Louise Bourgeois. Esta frustración desapareció en mayo de 2008 cuando pude visitar la retrospectiva que le dedicó el Centro Pompidou de París. Más de 200 obras, exposición jamás hecha hasta ese momento de su producción artística, en cuanto a la cantidad de obras se refiere. Es de anotar que nunca una obra, o más bien el conjunto de ellas, me había producido un impacto tan absoluto y brutal. Sus Cell me sumergieron en un mundo doloroso, oscuro, turbio; fue como descender a las tinieblas de un pasado agobiante y lacerante. No en vano la autora siempre estuvo fascinada por el psicoanálisis. Yo no sería la única espectadora en confesar su confusión. Al respecto la artista decía: “Mis obras son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido”. O bien: «Todos los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se hace escultor.» A lo que yo le replicaría: o escritora.

Louise Bourgeois nació el 25 de diciembre de 1911, en el seno de una familia burguesa y adinerada, cuyo oficio era el de restaurar antiguos tapices. Es en este taller que comenzó su labor de dibujante, al “recrear” los trazos que el tiempo había arruinado. Más tarde ingresó como alumna al taller de Fernand Léger, quien le hizo comprender que su verdadero camino no era el dibujo ni la pintura sino la escultura. De ahí a admirar a Bruncusi o a Giaccometti no había sino un paso. Sus primeros dibujos nos muestran a la mujer-casa. Una obsesión permanente en su obra. La mujer que no puede ni debe prescindir de ese espacio que en muchas ocasiones se convierte en una cárcel; sobre todo cuando la figura paterna, o la figura del marido, corresponde más bien a la de un cancerbero o un torturador.

Durante toda su vida la artista trató de exorcizar una infancia traumática, no sólo con el dibujo sino con la escultura, “Destrucción del padre” (1974), obra a la que haré referencia más tarde e incluso con la escritura, “Niñez abusada”. Tal vez por eso dice: “Cuando se experimenta el dolor, uno se puede enclaustrar con el fin de protegerse. Pero la seguridad de la guarida puede también ser una trampa”.

Cuando Louise Borgeois cuenta con escasos 11 años su madre cae enferma y ella debe cuidarla hasta el momento de su muerte, acaecida 10 años después. Como respuesta a la enfermedad, el padre, y con la aceptación tácita de su esposa, llevó a vivir bajo el techo familiar a su amante. Un acto que Louise Bourgeois siempre sintió como una violación: “Ser artista es una garantía para nuestros congéneres que los agravios recibidos no harán de nosotros un asesino”.

Los dibujos de la Mujer-Casa, realizados a partir de los años 40, cuando ya la artista se encuentra viviendo en Nueva York, nos muestran las piernas frágiles de una mujer sosteniendo un inmenso rascacielos, por lo que su identidad queda perdida entre las ventanas y chimeneas del paisaje neoyorkino o bien nos muestran a la misma autora volando por encima de ellos o flotando en el aire.

Es la época en que su condición de exiliada se le hace insoportable. Sabe que no podría vivir en el seno familiar pero tampoco puede abstraerse al dolor que significa estar lejos de las personas que ama. Conocer a Louise Bourgeois es enfrentarse a un mundo sensible del cual no se habla, pero que está allí: el hogar. Dicho en otras palabras el territorio que cualquier especie animal protege y defiende. En él se abriga, en él ama y en él sufre. La casa puede ser vista, o vivida, como un remanso o como una prisión. Durante milenios la mujer estuvo aislada de la sociedad, recluida en un gineceo, sin permitírsele espacios para la expresión estética. Carencia que experimenta la artista, y que se refleja en esos ejercicios bastante íntimos, innovadores dentro de la plástica, aunque imagino que no debieron haber sido concebidos para ser vistos por persona alguna, mucho menos para ser expuestos en una galería o museo. Los veo, más bien, como ejercicios introspectivos que tratan de dar respuestas a la vida de una mujer enclaustrada entre cuatro paredes, a las cuales se llama “casa”. Y desde allí observa como la vida transcurre sin que a ella le ocurra nada extraordinario, y, peor aún, sin que ella pueda hacer algo por cambiar el mundo que la rodea. No hay que olvidar que durante años Louise Bourgeois fue considerada sólo la esposa del gran especialista de arte primitivo Robert Goldwater, sin que las galerías o los museos se mostrasen interesados en su extraordinaria obra. Estos primeros dibujos, que bien podrían clasificarse como surrealistas, de una u otra forma desnudan su alma, y nos dan la mirada de una mujer en un mundo de hombres hecho para hombres; de ahí sus Femmes-Maison (Mujeres-casa). Mujeres que llevan la casa a cuestas y se identifican a tal punto con ellas que finalmente sus estructuras reemplazan sus rostros demacrados y marchitos.

La obra de Bourgeois siempre estuvo marcada por una permanente búsqueda de la identidad de la mujer, en el buceo de su propia psique; búsqueda que se acentuó en los últimos años, cuando la muerte la acechaba en cualquier lugar de su apartamento. Ella misma decía: “Mi cuerpo se convierte en la materia prima y yo expreso lo que siento a través de él”.

Al mismo tiempo que creó la serie mujer-casa, defendía el rol de la mujer, sin que se nunca se hubiera considerado una feminista comprometida. Yo diría, más bien, que fue una feminista consciente del papel que le ha tocado jugar a la mujer en la sociedad de todos los tiempos; lo que la hace, a mi modo de ver, mucho más feminista que las radicales que han contribuido a crear un ambiente de desconcierto y rechazo en la sociedad actual.

A finales de los ’60 crea “Personajes”,

son Tótems que recuerdan los héroes o antihéroes de su infancia, pero marcados por el fantasma del exilio y que no hubiesen podido ser concebidos en su país de origen: “Yo no hubiera sobrevivido en Francia en el caos de la celda familiar”, explica la artista. Es una obra compuesta aproximadamente de 80 esculturas, cada una con una identidad bien definida. Son esculturas frágiles, con un equilibrio precario y que recuerdan un poco a las obras de Brancusi. Algunas de ellas representan el tema ya explorado de la Mujer-Casa; los rascacielos que encierran y que ahogan, pero cuyos techos permiten respirar. No en vano es en la terraza del edificio donde vivía, donde instaló por primera vez su taller.

La soledad es otro de los temas recurrentes de la obra de Louise Bourgeois: «Al principio hacía figuras solitarias que no tenían ninguna libertad… Ahora hago grupos de objetos que se relacionan entre ellos… Pero todavía existe el sentimiento que me movió al principio: el drama de uno entre muchos».

En los años ’60 se muestra como “l’enfant terrible”, que siempre la caracterizaría, al desafiar el puritanismo radical de la sociedad americana al crear “La abstracción excéntrica”. Un serie de falos desproporcionados, algunos colgando del techo, otros emergiendo de superficies que recuerdan los drapeados de Bernini. Es en este momento que crea “Niñita”. Un inmenso falo con el que posará orgullosa para el fotógrafo Robert Mapplethorpe en 1982.

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Una vez más surge la Louise Bourgeois que quiere bucear en el inconsciente. Ella misma dice: «toda mi obra está basada en mi infancia». Por lo que para llegar a arrullar un falo proverbial, y tomarse una foto con él debajo del brazo, como si se tratara de una baguette, con una sonrisa de mujer realizada sexualmente y sin tabúes a la hora de gozar del sexo, tuvo que haber librado  una lucha consigo misma del tamaño de una catedral gótica. Sobre todo para expresar su sentimiento con respecto a “Niñita”: “Cuando yo cargo un pequeño falo en mis brazos, me da la impresión de cargar un objeto amable, no un objeto al que yo le haría daño”.

Es en esta década que su obra alcanza dimensiones extraordinarias, sus temas abarcan todo el mundo femenino: el coito, el embarazo, la crianza, la lactancia, el cuerpo de la mujer en el espacio, el dolor, sobre todo el dolor humano; y estos temas son representados con todos los materiales que tenía a su alcance: bronce, mármol, yeso, látex, madera. En cuanto al exorcismo se refiere, ella misma decía: “El exorcismo es algo sano. Cauterizar, quemar con el objetivo de sanar. Es como cortar las ramas de los árboles. He aquí mi talento”.

En 1974 creó la serie a la que hacía alusión anteriormente, “La destrucción del padre”.

Destrucción del padre

Por una parte, quiere aniquilar la imagen paterna, y por otra, deshacerse del dolor que le ha infligido la muerte del marido. Es una instalación turbadora. Es una gruta concebida como un pequeño teatro, donde la artista, junto a su familia, se dispone a darse un gran festín, a todas luces antropófago. La figura del padre amado, y a la vez odiado, surge, en esta su primera instalación, como «Una pieza claustrofóbica, demasiado claustrofóbica, sin que ofrezca ninguna salida”, tal y como lo expresaba la propia artista. El gran escultor Richard Serra dice al respecto: “La fuente del dolor, el corazón y la ansiedad de esta obra son indescifrables, no obstante despierta en mí recuerdos de experiencias personales que yo preferiría olvidar”. En esta obra, como en muchas otras, no es tanto la materia prima la protagonista como el color; sobre todo el rojo. El rojo puede significar pasión, pero también violencia, desastre, caos, aniquilación, rabia y olvido. Y por supuesto el negro, muerte, tragedia, llanto, duelo.

No es sino hasta el año de 1982, con la retrospectiva que se realiza en el Museo de Arte de Nueva York, que esta artista prodigiosa comienza a ser conocida en el ámbito internacional y a ser nombrada al lado de genios como Picasso o Giaccometti.

En 1980 Louise Bourgeois se trasladó a vivir a un gran loft. Lo que parecería una anécdota sin importancia, se convirtió en uno de los ejes fundamentales de la obra que comenzó a tomar forma a partir de ese momento. Son las Cell, o Celdas, donde la artista comienza a recrear todo el universo de su infancia. Sillas, brocados, tapices, miembros colgando, juguetes. En la década de los 90 la artista recrea las habitaciones de sus padres y la suya propia. Al observarlas, el espectador no puede escapar a la sensación de opresión y de ahogo que las invade. Las puertas, las ventanas, los laboratorios, las habitaciones íntimas, invitan al voyeur que abriga en cada uno de nosotros a fisgonear, léase bucear, las obsesiones que dieron lugar a tan extraordinarias instalaciones. El símbolo de la tragedia y de la desesperanza está magistralmente representado en este ambiente traumático que cuenta, sin decirlo explícitamente, el abuso del que posiblemente fue víctima en su niñez. El buceo y la búsqueda de los recuerdos se hace aún más intenso, todo el pasado se despierta y grita para no ser olvidado ni ignorado.

Luego vendrían las Cell encerradas por una inmensa araña.

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Homenaje a su madre, a quien ve como a alguien que trabaja permanentemente, que teje y desteje como la eterna Penélope. Desteje, no para destruir sino para restaurar. No hay que olvidar que el oficio de su madre era el de restauradora de tapices antiguos y a Louise Bourgeois le gustaba recordarlo: “Yo vengo de una familia de restauradores. La araña es una restauradora. Si destruyes su tela, ella no se desespera. Ella teje y repara”. Al mismo tiempo sus arañas son un homenaje a la madre que cuida, que protege, que ama. Entre las dos había un lazo muy fuerte, hasta el punto que cuando la madre murió, Louise Bourgeois intentó suicidarse.

En los últimos años, hablo de la presente década, la artista, ya nonagenaria, encontró nuevos canales de expresión. Lejos de sentarse en una butaca, a esperar que la muerte le tocara la espalda, se dedicó a crear cabezas y tótems utilizando burdas telas y tapices antiguos: “Yo necesito mis recuerdos. Ellos son mis documentos. Me paso la vida mirándolos… y estoy profundamente celosa de ellos”.

El trabajo de su progenitora, el de tejedora, apareció nuevamente en sus manos y al igual que ella se convirtió en otra Penélope. Como toda su obra, este es un trabajo inquietante, un grito que sale de sus entrañas para recordar el embarazo, el parto, la crianza de los hijos, el hijo problema, el amor de madre. Los años que precedieron a su muerte los pasó encerrada en su apartamento, pero dedicada a la creación artística. No en vano Louise Bourgeois no dejó nunca de repetir que “el arte es una garantía de salud mental”, a lo que yo agregaría: una garantía de sentirse vivo.

Blog personal:
http://beluesfeminas.blogspot.com

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