El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

LA MIGALA E IRENE, CUANDO LA FICCIÓN SE CONTEMPLA EN EL MISMO ESPEJO

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Irene*, publicado por la famosa editorial Plaza & Janés en el año de 1986, es el segundo libro del escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo, después vendrían muchos otros; sin embargo, su impronta, su voz, su estilo, ya estaban firmemente desarrollados. En vez de titubeos el autor comenzó su carrera literaria con pie firme, seguro del terreno que pisaba; algo que no suele ocurrir a menudo.

Irene, que bien podría titularse La Migala, como el cuento de Juan José Arreola, es una breve sinfonía, perfecta como el mecanismo de un reloj o como una operación matemática; y por ello mismo compleja y enigmática.

En La Migala ** de Juan José Arreola leemos :

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

Es la frase que abre el minicuento, en ella está el logos, casi que se podría decir que el resto de la narración sobra, que es una explicación no pedida; y lo mismo se podría decir de la nouvelle Irene de Pardo.

Octavio Sarria jamás arrancó de su existencia la oscura guarida de un sueño viscoso. (Irene, Jorge Eliécer Pardo, prueba de autor, pág. 5)

Se refiere a la visita a un zoológico de Brasil donde observó por primera vez a una migala atrapar con sus patas e inocular su veneno letal a un ratón.

Las migalas de JJ Arreola y de JE Pardo representan la pesadilla en la que viven sus personajes a partir del momento en que encuentran en su camino al enorme arácnido. Arreola nos describe muy bien el ambiente de delirio que va a apoderarse de su personaje :

comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar

Arreola cierra su cuento cuando su personaje se da cuenta que Beatriz, la mujer que lleva el mismo nombre de la amada de Dante, y a la que creyó amar, posiblemente es sólo un sueño, un espejismo, una imagen creada por su subconsciente, por la zozobra y la angustia que produce el estar atrapado en el mismo habitáculo que la migala, como el condenado a muerte que es encerrado en la misma celda que su verdugo, por lo cual es imposible escapar a su destino:

recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

Y que por eso cambió

el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada

por

la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino

En realidad cambia la mirada de Beatriz -mirada de conmiseración y desprecio- por la migala, buscando, más bien anhelando, una muerte segura; por eso la libera en el apartamento y espera día a día a que le inyecte su veneno. Otra forma de jugar a la ruleta rusa. Otra forma de suicidarse lenta e inexorablemente. Mientras cada noche espera la picadura mortal, al mismo tiempo siente como el miedo a la caricia de la migala lo paraliza y le impide conciliar el sueño.

Octavio Sarria, el personaje central de Irene, la nouvelle de Pardo, es también otro suicida en potencia. Él no tiene una migala escondida en algún rincón de su apartamento; su insecto asesino es el alcohol con el que día a día se sumerge en la pesadilla de su propia existencia y con el cual trata de olvidar a las mujeres de su vida: a su abuela, a la madre adúltera que lo abandonó cuando era niño, a Nereida y a Irene.

La Migala e Irene son el relato descomunal de la soledad del hombre contemporáneo; el mismo que habita en grandes urbes y en edificios de apartamentos donde diariamente se cruza con los vecinos, pero a duras penas conoce sus nombres o lo que hacen o han hecho. Es la soledad atávica, la que pesa más que la muerte misma. Sus protagonistas son seres derrotados por la vida, pesimistas, escépticos, nihilistas, y sobre todo son conscientes que no hay redención alguna.

El personaje de Arreola, que se confiesa a sí mismo sentirse estremecido en (su) soledad, acorralado por el pequeño monstruo, espera la muerte ineluctable que ha de darle la migala, como quien ofrece una ofrenda sagrada :

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece.

Y luego sigue la frase que da la clave del cuento de Arreola

Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona

Por lo que ineludiblemente entra en escena Gregorio Samsa, el personaje de La Metamorfosis de Franz Kafka, transformado en la intimidad de su alcoba en un miserable y enorme insecto que se esconde debajo de la que otrora fuese su cama. El insecto en el que se ha convertido Gregorio Samsa tiene muchas patas, ¿una araña quizás?

Mientras que en la nouvelle de Pardo las palabras claves están dadas por

La soledad vigilaba… con el índice invisible, esparcía el silencio… La muerte lo acechaba. (Idem, pág. 6)

Para entender mejor las palabras claves hay que leer el párrafo en las que están insertas :

La soledad vigilaba desde todos los puntos del apartamento y como una mujer enamorada y celosa, con el índice invisible, esparcía el silencio. La muerte lo acechaba en los regresos nocturnos; regresar sin aventura, los sueños desquebrajados, el cuerpo abandonado a la inexistente felicidad, profanando los abismos, una y mil veces, sucumbiendo sin llegar al fondo, agonizando noche tras noche en el filo de las sábanas, constituía el diario desangrar. (Idem, pág. 6)

Veamos uno a uno los aspectos para tratar de descifrar los códigos ocultos de la nouvelle de Pardo :

La soledad es vista –sentida sería la palabra adecuada- como un personaje omnipotente que ve y oye todo, que controla los movimientos y hasta los pensamientos de Sarria; por lo que nada de lo que haga o diga podrá cambiar el destino ineluctable que le espera en las cuatro paredes de su habitación. Y por supuesto el destino ineluctable es la muerte que lo acecha en las noches cuando borracho recorre las callejuelas de una ciudad sin nombre, en la que anidan los maleantes y los bares de mala muerte; ante todo es la ciudad que le ha arrebatado, robado, expoliado, los sueños; por eso la felicidad es una utopía ; y por eso se deja atrapar por los abismos eludiendo una y otra vez el fondo, como si fuese una especie de Sisifo condenado a cargar con una enorme piedra, léase soledad, eternamente. Por eso sus pies desnudos recorren el filo que bordea el abismo y por eso se desangran en cada pisada; sólo que el desangre, como la piedra de Sísifo, vuelve una y otra vez al principio, por eso no sucumbe a las infinitas cortadas que el filo le hace en la piel; así cada noche sienta que agoniza. Sarria y el personaje de Arreola, son una representación de Sisifo, son condenados eternos, por ello su sufrimiento no puede tener fin. En cierta forma son la párabola del hombre contemporáneo. Del hombre que se siente perdido, extraviado, que no tiene norte ni sur ni este ni oeste, puesto que la característica de los laberintos es que carecen de puntos cardinales ; a lo sumo se da vueltas en redondo sin que nunca se encuentre la salida; a no ser que Dédalo le regale alas para salir volando, y que ese hombre siga sus consejos de no acercarse demasiado al sol; de otra forma la cera, con que Dédalo ha pegado las plumas, se derretiría como le pasó a Ícaro, su amado hijo. Aunque viéndolo bien, a lo mejor Ícaro prefirió fundirse en los rayos del sol, otra forma de llevar a cabo un suicidio poético y único.

También es verdad que Sarria y el personaje de Arreola hubiesen podido pensar en que el hilo de la Migala, en cierta forma una Ariadna desaviada, aparecería para indicarles el camino de regreso y evitar el funesto encuentro con el Minotauro. Lo que olvidaron es que tanto Beatriz como Nereida e Irene, las amadas de Sarria, les darían la espalda y que preferirían la libertad a una condena segura de haber permanecido a su lado.

Tal vez por éso, y ante la imposibilidad de ser Ícaro, Octavio Sarria rememora un verso de Walth Withman :

la cópula tiene el mismo rango de la muerte (Idem, pág. 6)

Lo que lo lleva a pensar por supuesto en la mantis religiosa, ese otro insecto que devora al macho una vez que la cópula ha tenido lugar :

pensaba en esa muerte, en lo agradable de morir poco a poco en el placer, en la entrega para la conservación de la especie y el triunfo.

¿Cómo suicidarse de esa forma? ¿Dónde encontrar una mujer como la mantis religiosa? … Se aventuró a encontrar a la mujer que cumpliría, como la mantis religiosa, la labor de la muerte. (idem, pág. 6)

Mientras que el personaje de Arreola piensa :

recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz.

Beatriz, Nereida e Irene, al igual que la madre de Sarria, son mujeres fugaces, étereas, inasibles; así siembren infortunios y soledades en los hombres que osan cruzar su senda. Son como el vaho que sale de la boca en las frías noches de invierno y que nadie puede volver a atrapar.

Es por ello que Sarria, consciente de su limitación,

Se enfermó de años y de vida, invadido por los momentos en la celda, esa otra guarida negra y profunda donde lo interrogaron entre el sonambulismo y la tortura. (Ídem, pág. 6)… Viajó por varios años como alimaña entre bufandas y pasaportes falsos. (Ídem, pág. 7).

El día que Nereida lo buscó por primera vez, pensó :

nos has atrapado en tu red, tú decides a quién devorar. (Ídem, pág. 7)

En otras palabras ha visto en Nereida a la mantis religiosa que esperaba en las largas noches de insomnio. Mientras que el personaje de Arreola sabe que al llevar a la migala a su casa, es trasladarse a vivir en el averno:

Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

En cuanto a Sarria si bien busca y anhela a la mantis religiosa que habrá de devorarlo, también queda paralizado ante la posibilidad que algún día pueda volver a aparecer:

Lo había perseguido desde tan lejos y disfrazada se metía en su apartamento sin poder evitarlo. De nuevo el vómito lo atacó y tuvieron que llevarlo al hospital; cuando el líquido espeso que arrojaba le permitía respirar, gritaba desesperado y tosiendo como en la celda miserable, ¡déjenme solo!, llévense a esa mujer! (Ídem, pág. 8)

Sarria, emulando a León de Greiff, podría decir: Yo me enveneno con un recuerdo; al mismo tiempo que siente como se le va la vida, como se le esfuma.

Tal vez por eso decide consultar a un psicoanalista, le confía los recuerdos de su abuela, tal vez la única mujer sin mácula que él encontró en su vida; muy diferente a la madre que rememora escapándose en un automóvil negro, con un hombre, sombrero de fieltro, zapatos combinados (Ídem, pág. 9) y por supuesto le habla del padre asesinado. También recuerda la celda oscura y maloliente donde las fuerzas del Estado lo arrojaron durante algún tiempo en los que fue declarado enemigo político; mientras que Nereida, militante política como él, es torturada y asesinada por las fuerzas del orden de ese Estado que ellos dos combatían. Luego, una vez libre, Sarria optara por el exilio. Y como todos los exilios, al menos la gran mayoría, es temporal. Pero sobre todo Octavio Sarria tiene el coraje de contarle que escribe versos, que prepara un libro; un secreto recóndito que lo habita desde que tiene memoria. Eso si, no le dice nada de las alimañas que lo acechan y lo torturan desde esa lejana visita al zoológico de Brasil.

Y mientras el personaje de Arreola piensa (me) he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada, Sarria sabe que La soledad lo acorraló (Ídem, pág. 11) y que el terror lo cubría como una tela de araña tan fuerte que inmovilizado aguardaba el zarpazo por la espalda. (Ídem, pág. 12)

Y es cuando hace irrupción la segunda mujer que Sarria va a amar, Irene. La conoce en una exposición de un antiguo amigo, un pintor que vive y trabaja en París. Los cuadros representan a una mujer insondable, Irene. Valga decir que el pintor no la conoce, que no la ha visto nunca; tal vez, como dice Sarria, la soñó. Ahora bien, ¿cómo no relacionar este episodio con el encuentro enigmático entre Juan Pablo Castel y María Iribarne? Me refiero, por supuesto, a los personajes centrales de El Túnel de Ernesto Sábato.

Aún después de haberla encontrado, él, que la había buscado desde siempre, piensa : hay que huir al refugio de la soledad (Ídem, pág. 26); una estrategia, como muchas otras, de escapar a la telaraña de su mano (Ídem, pág. 21) Como si intuyera que detrás de Irene avanzara, sigilosa y traicionera, la muerte (Ídem, pág. 27). Tal vez por ello ve a la abuela transparente, oculta detrás de la neblina, cubierta con la mortaja, que le pide atravesar la malla tejida con sus amores y que se reencontraran. (Ídem, pág. 28) Y por supuesto llegó el día en que Irene se marchó dejándolo en la zozobra de la desgracia. (Ídem, pág. 32) Mientras que el personaje de Arreola se siente estremecido en (su) soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerd(a) que en otro tiempo () soñaba en Beatriz y en su compañía imposible. Sarria, por su parte, sintió como el aire tranquilo de Irene cubrió las paredes (Ídem, pág. 36).

En realidad miles de gusanos lo seguían devorando irremediablemente; … estaba angustiado porque la bóveda de la oscuridad, como una gigantesca migala, lo acechaba. (Ídem, pág. 52) Y más adelante sueña y siente El olor a ratón gris, en el zoológico del Brasil, mientras la migala lo succionaba, se introdujo en su boca haciéndolo vomitar, entonces supo que las malditas arañas lo atormentarían hasta la muerte. (Ídem, pág. 54). Es por eso que cuando Irene le anuncia su regreso tiene la impresión de ser un condenado a muerte; y al mismo tiempo se sabe redimido : No estoy solo : Irene pasará el camino bifurcado (Ídem, pág. 61)

Sarria la espera en el único camino que los dos anhelan, el lecho; allí donde Irene puede transformarse en la mantis religiosa que Sarria añora para poder ver de nuevo a su abuela e irse con ella definitivamente.

Desnuda y bella como si fuera la conjunción de las mujeres inasibles, avanzó hasta donde Octavio, estupefacto, daba gracias a la vida por permitirle ese momento. … Cuando se sumergieron en las cobijas, entre el filo de los cuchillos de las sábanas, los dos empezaron a llamarse. … Después de varias horas de juego, de esos que ella inventó en otros tiempos, y de los que Octavio en su soledad fabuló para esa noche, Irene cubrió con su cuerpo … Levantó entonces la mirada para poder enfrentarse con sus ojos verdes, esos ojos que fueron los suyos hasta el final. Después ella empezó a danzar sobre su pasión …No le quitó la boca de su boca porque él se desvanecía en el risco angosto. …En la semioscuridad pudo ver por última vez a Irene, la mujer que lo seguía besando por sobre las sombras del pasado, por sobre la hilera de luz, de esa escasa luz del presente, por sobre el futuro enrollado en su pubis, que lo atrapaba en el orgasmo prolongado como su vida tenebrosa. (Ídem, pág. 70)

Irene -mantis religiosa- succiona al hombre y le roba su último aliento. Sarria se desvanece en el sentido literal de la palabra; desaparece en el momento mismo en que su abuela le tiende la mano detrás de la bruma.

Sarria Cerró los ojos para volver a encontrar al ratón gris asustado que veía cómo la migala maldita se aproximaba para siempre. (Ídem, pág. 70)

El final de Irene, la nouvelle de Jorge Eliécer Pardo, se mira una vez más en el espejo de La Migala de Juan José Arreola:

estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

A MODO DE EPÍLOGO :

La muerte de Sarria me hace pensar ineludiblemente en la película japonesa de Nagisa Oshima, El imperio de los sentidos (1976). Esta película, en realidad un clásico y una verdadera joya cinematográfica, está basada en un caso real acaecido en el Tokio de 1930. El imperio de los sentidos narra la relación de una pareja que utiliza el sexo como una herramienta en la senda del conocimiento que los dos amantes han emprendido: la búsqueda del absoluto. Kichizo Ishida, interpretado por el actor Tatsuya Fuji, leyó en algún libro que el orgasmo perfecto ocurría en el momento preciso que la amante anudaba un lazo en la garganta de su pareja hasta procurarle la muerte. Ishida convence a Sada Abe, interpretada, por la actriz Eiko Matsuda, de llevar a cabo este ritual y lo preparan cuidando cada detalle para que llegado el momento el orgasmo sea perfecto. Cuando sienten que ya están listos para sentir el único orgasmo que aún desconocen, Sada Abe anuda un lazo de seda en la garganta de Ishida y cuando constata que efectivamente él ha muerto saca de su kimono una pequeña daga que tenía oculta, luego, sin levantarse siquiera, procede a cortar el pene del hombre amado. La leyenda cuenta que tres días después la encontraron errando por las calles de Tokio y aún llevaba el pene de Ishida dentro de su cuerpo. Podría decirse que Sada Abe se convirtió así en una mantis religiosa, luego de la cópula terminó por devorar a su pareja masculina.

Como siempre la realidad supera la ficción.


  • Nota : La nouvelle Irene fue reeditada por el Grupo Editorial Sial Pigmalión (España), en su Colección Pijao, en junio 2017 y presentada en la pasada Feria Internacional del Libro de Madrid.

En esta hermosa edición su autor, Jorge Eliécer Pardo, incluyó un prólogo con varios de los análisis y comentarios que diversos escritores e intelectuales han hecho sobre Irene.

Pueden leer los análisis en el siguiente vínculo :

http://jorgeepardoescritor.blogspot.fr/2016/11/notas-criticas-y-comentarios-la-novela.html

** La migala, de Juan José Arreola:

https://www.uv.mx/lectores/general/la-migala-de-juan-jose-arreola/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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