Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Novedades independientes: La diáspora del yo en los artefactos poéticos

Reflejos
Julio César Pacheco
Liberatura ediciones
Colección Caja de sueños
Bogotá, 2021
102 páginas

Lejos del encasillamiento de una poética que pueda pertenecer a una escuela o nombrarse desde el canon y la constante imitación de los talleres de creación más o menos recientes que se dan en el país, resulta interesante y sano asomarse a propuestas literarias que no presumen de influencias ni se acercan al árbol de los estilos o el estereotipo de los imaginarios en la nueva poesía, exaltaciones de la imagen como puesta en escena y el viaje de la palabra como parte de una epifanía prefabricada, al poeta le corresponde más bien alejarse de otros poetas para hallar una voz propia y, quién sabe, inaugurar su propio monasterio. Más allá del embeleco de los caprichos de esa poesía actual, nacen rizomas dispersos que se abren camino hacia toda suerte de lectores y en ello radica la fortaleza de cada publicación independiente que viene a este mundo sin padrinos ni apellidos.

Reflejos, reciente poemario del autor y músico bogotano Julio César Pacheco (1972) lleva en sí la no poco ambiciosa tarea de inaugurar un género que va del poema a la reflexión personalísima, con la que propone al lector un diálogo cercano. Aquí permea de manera transversal el texto íntimo, la endecha y el verso infantil –se incluyen como apartados de cada sección breves poemas de esta naturaleza–, por lo que cada nuevo ejercicio es parte de esa catarsis constante y espiral que nos resulta vivir. Me explico. De entrada a Reflejos, Pacheco se confiesa en un texto liminar al nombrar esta tarea como la de “drenar de angustias” y abre su libro con el poema “Miedo”. Junto a cada escrito, las ilustraciones de su hijo César Arturo Pacheco inician a su vez una conversación desde lo plástico, relacionada temáticamente con una serie de versos de distinto calibre temático al de su poemario central, textos breves que proponen un juego narrativo que crea otra atmósfera, con lo que nos queda claro el porqué del título de este su primer libro publicado: reflejos. Y es que lo reflejado conviene en proponernos un recorrido de dos canales en donde el poema medular va abriéndose camino mientras se nos habla en tono confesional en el que la segunda persona aparece de repente en su ejercicio terapéutico, siempre es Julio César quien va de un viacrucis íntimo a un descubrimiento trascendental, pues “de vez en cuando la vida nos pone frente al espejo / y allí aparece un reflejo, observando con ceño fruncido…” (p. 15).

 

Julio César Pacheco

En este sentido, el juego de palabras ayuda a Julio César Pacheco a hablar sin el resquemor quejoso de quien reniega de la fatalidad para, en su lugar, crear una conversación procaz en la que no duda en ir cosechando una suerte de diario de enseñanzas, “me salí del barullo que me acosaba”, “aprendí que la brisa minimiza lo bello del recorrido”. Estos dos versos de su poema “Barullo” para a renglón seguido anotar en su poema “Me seduce” cosas como “me sedujo sin querer meterme de lleno en la controversia”, este siguiendo su discurso aunque allanando otro terreno, ahora siendo crítico con un entorno lleno de palabrería y engaño. Al otro lado de la página, aparece la cara opuesta de la moneda, reflexión tranquila que se acompaña del trabajo plástico de su hijo, perros, papagayos, rinocerontes, mariposas, zorros, tortugas, pingüinos, caballos, incluso postales del campo o mesas recién servidas, hasta elefantes, como el que muestra la carátula de Reflejos. Al zorro de la página 47, por ejemplo, lo acompaña esta viñeta-poema: “Es tiempo de darle paso a las virtudes innatas, esas que fluyen sin presión y sin ningún esfuerzo…”. La relación del corpus principal del libro con aquellos breves poemas que se resaltan a manera de viñetas, a menudo rimas y poemas un poco más didácticos dada la relación con las lustraciones, surte un especial efecto en este libro impreso a manera de álbum en el que el poema respira junto a su relación con la idea que el autor ha tenido de la experiencia literaria.

Se trata de hallar luz al final del túnel y lejos de las presunciones que amarrarían un recorrido vital como el propuesto en Reflejos al de una propuesta narcisista que no piense en el lector como interlocutor. Entonces se nos propone algo no signado por la palabra como estratagema y abstracción y en su lugar se nos invita a un ejercicio alejado de la careta intelectual o el artificio. En su poema “Quisiera” leemos: “Quisiera encontrar ese pequeño trozo de espacio / en donde las aves construyen nidos sin necesidad de ramas” (p. 33), o como en su poema “Científico”, leer, por ejemplo: “Coherencia, la ciencia misma que te pide calma. / Resiliencia, la asignatura que vibra cuando del agua se hace vino” (p. 53). Huelga anotar de paso que el propio Julio César, de naturaleza jovial y nada acartonada, no duda en utilizar motes que no solemos hallar en el cuerpo de un poema, entre “aceleres” o el “corre-corre” espera desmigajar el cliché y la intelectualización del verso como “vaso santo” para, en su lugar, trazar un poema en varias escalas en el que la función del lenguaje está ungida por un pragmatismo sincero y frontal en donde descubrimos ya, si lo quisiéramos, un decálogo más cercano a la autosuperación que a la postura y el diccionario. Caso del poema “Lo que haga falta”, donde la desiderata de la canción de antaño parece cambiar de piel tal cual conviene a estos tiempos: “Para el paso al siguiente peldaño, celebra con los años la magia de quitarte el tiempo de encima, abraza la dicha de haber hecho lo mejor que pudiste…” (p. 84).

Ese yo del que hablo en el título surge aquí como un viaje del abismo a la superficie, como una declaración de intenciones y como una apuesta por llenar de luz algo que en los salones de clase se nos ha vendido como sinónimo de oscuridad. Puede que no estemos de acuerdo con sacar color del blanco y negro de las rutinas urbanas o que estemos signados por la poesía como una religión monacal, en este caso el propósito y la enmienda se encuentran en el artefacto poético para delimitar otra suerte, “dejar de andar a la deriva, en círculo”. Luego, andar en línea recta supone derruir los viejos castillos del pasado, caso del poema “Al rescate” donde el personaje-autor comprende al fin su lugar en el cosmos, “Y una mañana cualquiera comprendí que nadie vendría a rescatarme” (p. 97),  no por azar el libro se cierra con una ilustración en particular: el dibujo de página completa de alguien que rompe las cadenas para liberarse. Atrás suyo la ciudad respira entre el monóxido y las vidas perdidas de siempre.

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