Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Waar is de fiets van mijn oma?

La ex naranja mecánica se ha quedado fuera de la Eurocopa, ese torneo que en Twitter encontré definido, por un tuitero colombiano, como «Campeonato del Mundo sin Brasil ni Argentina». Y una vez más, la horma del zapato holandés (perdón: del zueco holandés) ha sido Alemania, que una vez más la volvió a derrotar por 2:1, como en la famosa final de Múnich, en 1974. Derrotada asimismo antes por Dinamarca, el último encuentro, contra Portugal, sólo les ofrecía un chance mínimo de seguir en el campeonato, y lo perdieron.

En la jerga de los periodistas deportivos europeos, no sé si también en América Latina, el encuentro Alemania vs. Holanda se menciona siempre calificándolo como «un clásico». Un clásico en el sentido que puede tener, por ejemplo, para un español, el clásico de los clásicos, Barça vs. Real Madrid, o para un argentino el cotejo River Plate vs. Boca Juniors, o para un uruguayo un partido entre Peñarol y Nacional, y en fin, para el ejemplo colombiano les dejo a ustedes mismos que compongan la opción que mejor les cuadre.

Y ustedes, por cierto, saben que un clásico, en la terminología de los futboleros, es algo cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, por más que el balompié no cuente todavía con dos siglos de historia, pero, en fin, recordemos al padrecito Einstein y su axioma de que todo es relativo.

Pues bien: yo soy ya tan viejo que, sin alcanzar a haber cumplido los doscientos años, aún recuerdo los tiempos en que un encuentro de fútbol entre Alemania y Holanda era algo así como si fuese entre Brasil y Honduras. Concretamente he llegado a presenciar en 1966, en el estadio del Feijenoord, en Rotterdam, el partido de preparación de la selección alemana de cara a la fase final del Mundial de Inglaterra, donde los once jugadores comandados por Uwe Seeler (entre ellos un jovencísimo y casi debutante Franz Beckenbauer) vapulearon por no recuerdo más si 7-2 ó 6-1 a la selección que ya era naranja pero todavía no mecánica, y los espectadores holandeses aplaudieron deportivamente a los jugadores alemanes, cuya superioridad ni siquiera se discutía.

Habría de pasar un largo lustro hasta que en el fútbol neerlandés hiciera su aparición un genio singular, Johann Cruijff, considerado por sus propios colegas el mejor futbolista europeo de todos los tiempos. Y en torno a Cruijff, y de la mano de un entrenador de a deveras magistral, Rinus Michels, cuajó la naranja mecánica que maravilló a los espectadores del Mundial de Alemania, en 1974, y que sólo sucumbió en la final frente a Alemania, por 2-1, gracias, entre otras cosas, a un penalty injusto cobrado por los germanos, cuando lo que el árbitro tendría que haber hecho es expulsar al teatralero Hölzenbein, que se dejó caer en el área holandesa en un alarde histriónico digno de Cantinflas. Pero, en fin, si un tal Maradona metía goles con la mano, y lo que es peor, los justificaba remitiéndose nada menos que al Sumo Hacedor, de quien se pretendía mano ejecutora, lo de Hölzenbein, en comparación, es peccata minuta.

Y retornemos a nuestro tema: es recién a partir de esa final de Múnich, en el verano del 74, cuando se puede hablar de que los encuentros de fútbol entre Alemania y Holanda tienen un carácter especial, y el desquite holandés por el fiasco de Múnich vino luego en esa misma ciudad, en el 88, cuando los compatriotas de Rembrandt humillaron a los de Durero en la semifinal de la Eurocopa de aquél año: ¿quién que lo haya visto podrá olvidar nunca el gol de Marco van Basten saltando en el aire como un leopardo y voleando el balón al ángulo opuesto desde una distancia donde sólo los genios pueden calcular semejante fulminante trayectoria? En fin, no nos pongamos líricos.

Lo que sí quisiera que quedase claro, es que sí hay un elemento clásico en todos los partidos entre la selección naranja y los once funcionarios de calzón corto de la DFB (la Federación Alemana de Fútbol). Ese elemento clásico es una pancarta que siempre podrán ver ustedes en los estadios donde se dirimen tales encuentros. Alguien la llevará siempre, y en ella, en neerlandés, campea la pregunta: WAAR IS DE FIETS VAN MIJN OMA?  

Como los alemanes no suelen saber neerlandés, no se sienten aludidos, pero lo cierto es que ese espectador anónimo los está tachando a todos ellos de ladrones. Porque lo que la pancarta pregunta es: ¿DÓNDE ESTÁ LA BICICLETA DE MI ABUELA? 

Es decir, que sigue siendo muy poderoso el recuerdo de que en 1940, cuando la Wehrmacht de Hitler invadió la pequeña, pacífica y neutral Holanda, además de la felonía del crimen de guerra se produjeron también muchos delitos comunes: a la abuela de uno de los espectadores, un soldado alemán le robó la bicicleta. Y esa bicicleta nunca devuelta sigue pedaleando, irredenta, en las relaciones entre los dos países. Por lo menos cuando se enfrentan sus onces nacionales de fútbol. (Nada que ver con las onces colombianas).

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