Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Un nuevo libro de Heinrich Böll

Anunciando su presentación, en el diario se nos decía que «apenas hay un escritor que esté tan vinculado a una ciudad como lo está Böll con Colonia». Sin negar en absoluto ese vínculo, semejante afirmación demostraba una ignorancia del tamaño de las tres pirámides egipcias + la esfinge (y hasta puede que el canal de Suez). Quien la escribió parece desconocer la existencia de Balzac, Dickens y Galdós, eso para no hablar de Machado de Asís y Joyce. O de Raymond Chandler y Mahfuz. Y sus respectivas relaciones con París, Londres, Madrid, Río de Janeiro, Dublín, Los Ángeles y El Cairo.

En cambio, en la nota editorial que abre el libro se modula más la afirmación del diario, en ella se dice que «apenas hay un escritor que en la consciencia de sus lectores esté tan vinculado a una ciudad como lo está Heinrich Böll con Colonia». Si a “lectores” se le añadiese el adjetivo “alemanes”, el  mensaje estaría incluso mejor matizado. No creo que sean tantos los lectores no alemanes, de Böll, que lo identifiquen con nuestra ciudad.

Sea como fuere, el martes pasado acudimos en la Biblioteca Central de Colonia a la presentación de este nuevo libro de Böll, es decir, de una selección de textos suyos sobre la ciudad donde nació, antología hecha por su hijo René y que se titula Köln gibt’s schon, aber es ist ein Traum, lo que tal vez pudiera traducirse como Sí que existe Colonia, pero es un sueño. Durante la presentación, y sin dejar de prestar atención a ella, estuve hojeando y ojeando el libro página a página, y muchas veces se me escapaba la vista a la derecha, donde tras un cristal que va del techo al suelo se ha reconstruido el amplio cuarto de trabajo de don Enrique (así lo llamé siempre).

Hace veinte años, al terminar de preparar la única antología integral de la obra de Böll que existe en nuestro idioma [Don Enrique, La Paz/Bolivia, 1995], llegué, de manera fatal, a la conclusión de que quizás habría sido mejor que la hubiera hecho alguien con una mayor distancia hacia el autor y la ciudad. No sabía si tenía razón entonces al pensarlo así, pero sí que mientras tecleaba el texto de su prólogo, mi oído escuchaba al fondo de la calle donde vivo el tac–tac de las gabarras que remontan el Rhin: ese electrocardiograma sonoro del río–padre. Y que sentía bajo mi piel lo que hay de incomunicable en el misterio de una literatura surgida de los escombros, a la sombra de una catedral gótica y que desvirtúa el carácter románico de la ciudad; una literatura que germinó mientras la ciu­dad se convertía en algo feo que no nos gusta, que sólo re­cupera su rostro verdadero (anterior) ante la tumba de un viejo pro­fesor de guitarra, catalán, Zapater de apellido, en un cementerio perdido en el cinturón verde que la ciñe; o en los pasos asimétricos y cansinos del superviviente de cuatro músicos callejeros que se ganaban el sustento diario con sus coplas casi de romance de ciego por las calles del barrio de San Severino; o en el rostro de esa mujer mayor a quienes las comadres del mismo barrio discriminan con la mirada porque vive con un turco, un griego, un español, ese rostro en el que creemos reconocer –creo yo reconocer–­ la inextinguible caridad de Leni, la protagonista de Retrato de grupo con señora. Y que todo ello me enlazaba de una manera irreversible, y sobre todo inefable, y asimismo incomunicable, con el autor y con el lugar.

Esta antología de ahora me dice que no tuve razón. Y no la tuve porque la antología me revela que aunque vivió la mayor parte de su vida en Colonia, la relación de Böll con su ciudad no es simbiótica, como fue la de Galdós (que era canario) con Madrid o la de Dickens con Londres, ni tampoco se asemeja a la distanciada de Joyce con Dublín. Es algo sui géneris donde la añoranza irredimible por una ciudad que no renació de sus ruinas viene a mezclarse con la mirada crítica de quien ve que de esas ruinas no salió nada comparable a lo anterior, antes al contrario. Y sin embargo, en ella persiste el olor del Rhin*, que para Böll es más coloniense que la catedral misma, a la que parece tenerle cierta antipatía –cuando menos un perceptible desapego– porque fue respetada por los mismos bombardeos que convirtieron en escombros las hermosas iglesias románicas que sí son el alma auténtica de Colonia.

Cuando recibió en el Ayuntamiento el título de ciudadano de honor, Böll no dejó de recordarlo en su discurso, al evocar qué era lo que la  ciudad había acendrado en él: «Algo arquitectónico, lo antiguo que irradia de la arquitectura románica, lo románico pues, con lo que asimismo se trató de realizar una utopía, un sueño al que hemos convenido en llamar Cristiandad, y que como el mismo nombre lo dice, Románico, es algo romano». Oyéndole entonces, el 29.4.1983, recordé lo que me había dicho unos cinco meses antes en su casa, conversando con él sobre literatura latinoamericana: «Los europeos también somos hijos de una colonización. Nosotros, los alemanes, lo somos de todos modos, y los de esta zona de la Renania de una manera muy especial. Somos el producto final de la colonización romana, que fue dolorosa pero que hizo que fuésemos lo que somos. En realidad somos colonizados, y el nombre de la ciudad en la que nos encontramos ahora es algo que lo dice expresamente: Colonia, fuimos una colonia».

Con Sí que existe Colonia, pero es un sueño recuperamos en forma de mosaico fijo, e incluso de caleidoscopio interactivo, un Böll que se encontraba desperdigado por su obra como un puzle desarmado, y podemos levantar un plano mental en 3D de la ciudad en que vivimos y él vivió. No es el menor mérito de un libro editado con tal esmero y que nos hará recorrerla ahora con una mirada nueva. Ejemplar es al respecto la cita de Walter Benjamin que René Böll trae a colación en su prólogo: «Si se quisiera dividir en dos grupos todas las estampas de ciudades que existen, con seguridad podría comprobarse que son minoría las que se deben a los naturales del lugar. El motivo superficial, lo exótico, lo pintoresco, sólo atrae al forastero. Arrimarse a la imagen de una ciudad siendo natural de ella requiere otros motivos más profundos. Los motivos de aquel que viaja al pasado en vez de a lo lejano».

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* El olor del Rhin, sí, de esa «sucia majestad», como alguna vez lo llamó. Por cierto que su última novela, Mujeres ante un paisaje fluvial, cuya acción transcurre a la orilla del río–padre, es un relato dramatizado, todo en diálogos, otra coincidencia más con Galdós, cuya última novela, El caballero encantado, también adoptó esa forma].

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