Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Un malentendido acerca de Brecht

Este es un tema al que le dediqué mi columna quincenal en El Espectador el 30.1.2009, pero voy a insistir en él porque sigue siendo citado como siendo de Brecht un poema que no es suyo.

Por todo el mundo de habla castellana, y supongo que Colombia no es una excepción, circula en carteles, en tarjetas postales y –lo que es más pior, como diría Cantinflas- hasta en la misma memoria de las personas, un poema que siempre aparece firmado por Bertolt Brecht y que no es suyo, sino del pastor protestante alemán Martin Niemöller. Es un poema datado en 1945 y que dice así, traducido por mí directamente del original:

«Cuando los nazis buscaron a los comunistas / me callé / porque yo no era comunista. //
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas / me callé / porque yo no era socialdemócrata. //
Cuando buscaron a los católicos / no protesté / porque yo no era católico. //
Cuando me buscaron a mí / ya no había nadie / que pudiera protestar».

Recuerdo que la primera vez que lo vi no tuve más remedio que echarme a reír, y oyendo mi risa quien me acompañaba me preguntó por qué tanta hilaridad después de leer un poema tan serio. «Porque este poema no puede ser de Brecht, me apuesto lo que quieras a que no es de él». Tan seguro lo afirmé que mi interlocutor quiso saber las razones de mi certeza. «No hay más que una razón y es el primer verso”, le contesté y se lo leí de nuevo para que lo meditase: «Cuando los nazis buscaron a los comunistas / me callé / porque yo no era comunista». Tras su silencio un tanto avergonzado, proseguí: «Brecht era un cínico de siete suelas, pero no hasta el punto de escribir un poema en el que afirmase que se calló porque no era comunista».

Lo cierto y verdadero es que en aquél momento yo pensaba que todo se reducía a un error de imprenta, y además ni siquiera sabía quién pudiera ser el autor de aquellos versos, pero a los pocos meses, y luego con una regular insistencia, me seguí encontrando el poema –ya digo: hasta en carteles y tarjetas postales, e incluso en revistas literarias– atribuyéndoselo a Brecht. Siempre, éso sí, en castellano.

Comenté el tema con mi esposa, y ella creyó recordar que había leído alguna vez ese texto, en alemán, en los boletines de amnistía internacional, institución para la que trabajaba desde hacía un cuarto de siglo. Le rogué que tratase de ubicarlo, se puso en campaña, y al cabo de un cierto tiempo lo encontró.

El autor del poema fue el pastor protestante alemán Martin Niemöller, como ya dije, uno de los pocos ciudadanos del III Reich que se enfrentó a pecho descubierto con la barbarie nazi, sobreviviendo de puro milagro a los campos de concentración en que estuvo internado: los lúgubres Sachsenhausen y Dachau.

Ahora bien: una vez ya establecida la autoría del poema en cuestión, lo que se planteaba era averiguar cómo y por qué había terminado siendo atribuido a Brecht. Esa indagación me llevó mucho más tiempo, pero al final creo poder asegurar de qué manera se armó este malentendido, y ello gracias a la estupenda memoria de mi amiga madrileña Marina García del Val.

Ella recuerda que a fines de la temporada teatral 62/63, la Asociación de Mujeres Universitarias de la capital de España puso en escena dos de las veinticuatro piezas que integran la obra Terror y miseria del Tercer Reich, de Bertolt Brecht, constituyéndose así en las pioneras de la recepción peninsular de su teatro. Una de las dos piezas fue La mujer judía, que en la versión española se titulaba Aria, hermana mía, y lo que recuerda mi amiga Marina es que el director de escena evidentemente debía conocer el poema de Martin Niemöller puesto que lo integró dentro de la traducción del texto de Brecht. Pero con el tiempo, lo que no pasaba de ser un legítimo recurso intertextual, degeneró en una presunción tácita de autoría en favor de Bertolt Brecht.

La cosa no deja de tener una cierta y sesgadísima gracia si pensamos que Brecht ha sido uno de los piratas literarios más depredadores en los anales de la palabra escrita, que entró a saco en la obra de los clásicos y los contemporáneos sin ningún escrúpulo y sin ningún remordimiento. Que tan luego a esta genial sanguijuela de sus colegas le hayan hecho el regalo de un poema que no se robó él mismo, no deja de ser una simpática ironía de Clío, la diosa de la Historia.

Pero la próxima vez que ustedes se encuentren con un cartel, una postal, una publicación, donde dicho poema se lo atribuyan a él, háganme el favor de recordar el nombre de su verdadero y corajudo autor: Martin Niemöller.

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