Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Sabato (* 24.6.1911)

Pasado mañana, Ernesto Sabato hubiese cumplido cien años. No alcanzó a cumplirlos, por poco. Y yo deberé pronunciar el día 29, en San Sebastián, en el País Vasco español, una conferencia acerca de su vida y de su obra. Y lo más peludo en la preparación, investigación y redacción del texto de esa conferencia, no fue la relectura de las más de 2.500 páginas de su obra completa.

Lo más peludo, como hubiese dicho Cortázar, fue enfrentarme con la persona Sabato, y lo hice a partir de una cita de fecha reciente, el 19 de este mes, donde en el diario Página12, de Buenos Aires, un artículo sobre Prokofiev del novelista José Pablo Feinmann comienza diciendo: «De haberlo sabido, para un hombre tan hambriento de la fama y el reconocimiento de los otros como Ernesto Sabato, habría sido trágico morirse en un día en que al siguiente no salían los diarios».

Y luego seguí citando a Juan Gelman, de un artículo suyo titulado “Borges o el valor”, que se publicó originalmente en ese mismo diario porteño Página12: «En 1984, al morir Julio Cortázar, [el diario] La Nación dedicó una página entera del suplemento literario al acontecimiento y, con las honrosas excepciones de Héctor Yanover y Norah Lange, todos los solicitados se dedicaron a ningunear al fallecido por sus posiciones de izquierda y procubana. Como Ernesto Sábato, que destinó la mayor parte de sus disquisiciones a explicar que él, en realidad, no pensaba como el muerto. Días después, en Clarín aparecía una opinión de Borges, quien se declaraba honrado de haber publicado el primer texto de Cortázar que vio la luz –el cuento “Casa tomada”– y que en un breve párrafo final (aplicable al propio Borges) aludía al contexto: «Julio Cortázar ha sido condenado o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”. Así responde la grandeza a la mezquindad y, a la cobardía, el valor verdadero».

Recuerdo aquél artículo de Sabato en La Nación. Recuerdo todavía el sabor a envidia y a ego que dejaba su lectura. Pero para mi conferencia no podía reducirme a impresiones personales, de manera que recurrí también aquí a la relectura, en este caso de la polémica que mantuvieron en el periódico de las Madres de Plaza de Mayo, en enero 1985, Ernesto Sabato y Osvaldo Bayer, autor de uno de los libros fundamentales de la Historia argentina: La Patagonia rebelde. Dicha polémica se encuentra en un libro titulado Entredichos, que recoge las más sonadas de las que ha mantenido Bayer a lo largo de su vida, y la nota editorial dice muy a las claras: «Las palabras de Bayer castigan duro en la polémica, y en el ring de la tribuna pública es un sólido contendiente, entrenado y cómodo. Nunca pega debajo del cinturón, pero sus guantes parecieran rellenos de plomo cuando golpea».

Bayer califica a Sabato de «héroe de la clase media […] Nuestra clase media se ve reflejada en él plenamente: sus fantasmas, sus miedos, sus exitismos, sus necesidades de verse premiado, su falta de contrición, su incapacidad de remordimiento. Pasa alegremente, sin ningún problema, de la más trágica de las dictaduras a un país con libertades, sin haber sacrificado ni una lágrima. Sabato es el inteletual que refleja mejor el sentido de nuestra clase media, que teme siempre perder la oportunidad, no estar en la onda, quedar rezagada. Funcionario de la dictadura de Aramburu, Sabato lo será después de Frondizi, gobierno que fue posible por existir la prohibición de un partido. En 1972, los militares se caían solos y quedaba una posibilidad: Perón. Será el momento en que Sabato dirá en su circunspecto estilo ante la televisión: “La Argentina necesita un De Gaulle”. Sabato quiere ser el Malraux de Perón y aspirará a dirigir la Biblioteca Nacional. Pero [Perón] tenía sus trampas y sarcasmos y nombrará para ese cargo a un católico de derecha. [Sabato] madurará su venganza y, en 1978, escribirá en una revista alemana: “A Perón le faltaba toda grandeza; fue un siniestro demagogo, que se rodeaba de criaturas corruptas y serviles y que perseguía a todos los que no pensaban como él con cárcel, tortura y asesinato”».

Después reproduce Bayer las palabras de Sabato luego de su encuentro, acompañando a otros intelectuales, entre ellos Borges, el 19 de mayo de 1979, con el tétrico general Videla, cabeza visible del golpe de Estado del 76: «El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente». Luego, Bayer remacha con una cita de la crónica de La Nación, «diario que estuvo siempre abierto a [los artículos] de Sabato» y que «patrocinó abierta y rotundamente la dictadura»; he aquí la cita: «La crónica continúa: “Al profundizar en torno de los temas abordados [en el encuentro con Videla] Sabato explicó: «Fue una larga travesía por la problemática cultural del país. Se habló de la transformación de la Argentina, partiendo de su cultura»”. […] Pero hay algo más sabroso todavía. [El diario] Clarín agrega: “Afirmó Sabato: «Creo, por razones de cortesía, que debe ser la Secretaría de Información Pública la que informe sobre lo tratado»”. […] Es decir, Sabato dejaba en manos de los sicarios del régimen criminal [¡nada menos que de la censura del régimen!] la información que debía llegar al pueblo y –esto es muy importante– [la] que recibiría el exterior, donde se tomó esa entrevista como un espaldarazo a la dictadura. Esto no lo podía ignorar el “escritor de la izquierda democrática”, como se autotitula Sabato».

Más adelante se refiere Bayer extensamente, e indignado, al artículo que Sabato publicó en la revista alemana GEO-Magazin con ocasión del Mundial de fútbol del 78, y cita esta frase: «La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las fuerzas armadas tomaran el poder. Todos nosotros [¡todos nosotros, les dice Sabato, expresamente, a los lectores alemanes!] deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos. […] Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre económico eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban a superarlos con los medios de un Estado de Derecho. Porque, entretanto, los crímenes de la extrema izquierda eran respondidos con salvajes atentados de represalia de la extrema derecha. […] Así tan simple, fue la tragedia argentina para el “escritor de la izquierda democrática”».

Tras de lo cual a Bayer sólo le queda descabellar, dos páginas más adelante: «En la alocución final del Nunca Más, Sabato dijo que el autor del holocausto argentino fue el demonio. Lástima que no dijo los nombres y apellidos del demonio», y Bayer concluye que uno de los demonios es Mefisto, «el más suave de todos, pero tal vez no el menos inofensivo, que encarna el don de la ubicuidad. En sí su pecado no es mortal, va sumando pecados veniales que todos perdonan o no quieren ver, porque también son pecadores. Y por eso, esos mefistos suelen llegar a ser ídolos de una clase social que en 1976 “rogaba casi por favor que las fuerzas armadas tomaran el poder”, que se alegró que “en 1978 muchas cosas habían mejorado porque las bandas terroristas habían sido puestas bajo control”, que se largó a la calle, no por los desaparecidos, sino por los goles de Kempes, que creyó realizarse enviando al matadero a soldaditos [de las provincias, a la guerra de la Malvinas] y que, finalmente, en octubre de 1983, festejó a bocinazos y lágrimas hasta el paroxismo, el reencuentro con las instituciones democráticas».

Fueron unas citas largas, pero necesarias, y porque son documentales las hice de manera literal. Son las que documentan el otro lado de mi ambivalente sentimiento frente a Sabato y su obra. La obra ha ganado muchos puntos para mí en su relectura, mientras que ha perdido muchos más para mí la consideración de su persona.

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