Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

@rroba los pobres del mundo

Hace quince años, en vísperas de la ceremonia de entrega de los Oscars, me permití aventurar en público mi segura convicción de que el de interpretación masculina se lo concederían al australiano Russell Crowe por su desempeño como John Nash, el matemático genial y esquizofrénico del filme A Beautiful Mind (Una mente prodigiosa).

Según recordarán, mis dotes de profeta son harto limitadas pues el gato se lo llevó al agua el afroamericano Denzel Washington por su actuación en Training Day. Además de eso, la afroamericana Halle Berry consiguió el Oscar de interpretación femenina, por su papel en Monster’s Ball, siendo ésta la primera vez que una mujer de su raza obtiene la estatuilla reservada a las protagonistas. Y por si el dúplex en la cumbre de la interpretación hubiese sido poco, a Sidney Poitier, el primer afroamericano en ser distinguido con un Oscar principal, por Los lirios del valle, en 1962, esa misma noche de marzo pasado le entregaron uno especial reconociendo el conjunto de su carrera.

Todos ustedes deben saber ya cuál fue el irónico y a la vez cariñoso y respetuoso comentario de Denzel Washington cuando le entregaron su Oscar. Volteó hacia su colega y le dijo: «Cuarenta años tratando de alcanzarte, Sidney, y el día que lo consigo, ¿qué es lo que hace la Academia? Va y te concede un nuevo Oscar».

Pues bien, al día siguiente llegué la casa de mi hija menor y madre de mis nietos, quien me preguntó qué me había parecido este año la selección del más codiciado galardón cinematográfico. Espontáneamente le contesté que «el 2002 ha sido para los Oscars el año de los negros». Estimados lectores, mi hija no me expulsó de su casa, 1.° porque me quiere mucho, 2.°, porque tenía que salir urgentemente a una consulta médica y yo debía quedarme cuidando del gran Oskar, quien a sus dos años, tres meses y 22 días, era ya entonces un peso pesado de mucho cuidado. Pero tengan ustedes la completa y absoluta seguridad de que si no se hubiesen dado esas dos circunstancias, mi hija me hubiese expulsado de su casa.

Mi hija es políticamente correcta. Con ello no quiero decir que vota en las elecciones por el único partido que todavía no se ha empringado las manos con dinero sucio o recién lavado. Con ello quiero decir que está contaminada por el virus de la dizque virtud que es la corrección política. A los negros  hay que llamarlos «gente de color». Ajá, le digo yo, y entonces ¿al Mar Negro lo debo llamar mar de color, y al mercado negro mercado de color? ¿o debo llegar al extremo de sutileza de los medios españoles y llamarlos subsaharianos?, y en fin, puesto que ambos somos amantes de cierto género de música que hemos escuchado juntos tantas veces…¿cómo debo llamar ahora a los negro spirituals?

Por supuesto que conozco este problema y sé que la corrección política que nos obliga a decolorar a los negros proviene de que el término devino insultante. Claro que sí, a condición de que se lo profiera como insulto. Yo no lo hago así: para mí la palabra negro tiene connotaciones muy hermosas y a las que no quiero renunciar para nada en el mundo, en aras de un pensamiento político reaccionario hasta el tuétano.

Para mí, Bola de Nieve, Mongo Santamaría, Louis Armstrong, Charlie Parker, Nat King Cole, Muhamad Ali, Harry Belafonte, el prodigioso Paul Robeson, Chester Himes, Wole Soyinka, Nelson Mandela, la genial Billie Holliday, Ella Fitzgerald y doña Leonor González Mina, La Negra Grande de Colombia y muchísimos y muchísimas más que harían inacabable la lista, todos ellos y todas ellas, son negros y negras. Y qué maravillosamente lo supieron (o todavía lo saben) ser.

Se me pone la carne de gallina pensando en la corrección política a la que pueden llegar a humillarse los pocos socialistas que siguen existiendo en el mundo, si en estos tiempos de internet y de correos electrónicos, un buen día (perdón: un mal día) se largasen a cantar La Internacional siguiendo el sarcástico esquema que inventó el humorista gráfico argentino Daniel Paz en un memorable chiste del diario porteño Página 12. Un chiste en el cual se veía a nadie menos que Carlos Marx entonando «@rroba los pobres del mundo». Así es que no, no y no: estoy acérrimamente contra esa corrección política que a las víctimas civiles de las acciones militares las califica como «daños colaterales». Lo dije y lo repito: gracias a los dioses, «el 2002 fue para los Oscars el año de los negros». Amén.

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