Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Pergamo revisited

Ojeando y hojeando en pantalla viejos archivos, encuentro en el diario de nuestro viaje a Berlín a fines del 2006, con mi cuñado Willy, una anotación que me divierte y quiero compartir mi diversión con ustedes. Transcribo ad pedem litterae:

29.11.2006, Berlín

El día amaneció lluvioso, ideal para visitar museos. Nos decidimos por el de Pérgamo, que Willy no conoce.

El Museo de Pérgamo: Recuerdo aún cómo quedé de anonadado la primera vez que me encontré delante del altar de Pérgamo, su pieza central. Fue en 1964, con Isabel y Pablo González Boza, y con Paco Guerrero Cordón, que se hinchó de hacernos fotos en las gradas del altar y ante los frisos. Salimos de allí como en trance. Hoy lo contemplo con ojos ya no deslumbrados, pero igual de alucinados. Cuando termino de ascender las gradas y curioseo en los objetos expuestos arriba, me alegran la vista unos periquitos de un mosaico del siglo II a.d.C., que en alemán se llaman Alexandersittiche y hacen que me acuerde de sus congéneres del Stadtwald de Colonia, los que  descubrí un día empujando el cochecito de mi nieto Vincent. Me sorprendió verlos volar en libertad por el cielo coloniense, hasta que una señora me explicó que hace décadas se escaparon un par de ellos del Zoológico y anidaron ahí, en el bosque municipal, y ahora hay ya bandadas de ellos: pensé en Darwin y en la supervivencia de las especies en condiciones por completo extrañas a su hábitat natural.

Cuando estás delante del altar puedes optar por seguir el recorrido a la derecha (sección donde se encuentran las culturas primeras, Nínive, Babilonia), o por la izquierda (Grecia, Roma). Sea como fuere, al final hay que regresar al altar para pasar al otro lado. Inicio pues el recorrido de un modo digamos cronológico, por los asirios, y ya en él atisbo a mi izquierda la escalera de  acceso a las salas del arte islámico, pero las dejo para después de los grecorromanos. Regreso delante del altar, breve descanso, y ataco el universo mediterráneo, anhelando rever la escultura prodigiosa del niño sacándose una espina del pie: pero está en São Paulo, en una exposición dedicada a los dioses griegos. Ahora bien, deambulando por esas salas encuentro la escalera de acceso a las salas de exposiciones monográficas y temporales. Esta vez es una dedicada a Heinz Mack y a sus cuadros e instalaciones donde juega con la luz, y rotulada OCCIDENTE SE ENCUENTRA CON ORIENTE: TRÁNSITO, lo que me induce a pensar que subiendo por aquí pasaré sin transición a las salas del arte islámico y mataré de un solo tiro los dos pájaros del piso superior.

Craso error. Crasísimo error. Debería haber contado con las leyes en materia de seguros y con la impenetrabilidad de la bur[r]ocracia. Subí las escaleras, visité la exposición de Mack y, al llegar a su término, cuando lógicamente debía efectuar el tránsito de Occidente a Oriente que me prometía el título de la muestra no, imposible, te jodiste, lógico cartesiano, acá monsier Descartes es papel higiénico, mon cher, tienes que recorrer de regreso, íntegra, toda la exposición de Mack, bajar la escalera, regresar delante del altar, pasar de nuevo al sector asirobabilónico, subir la otra escalera y entrar en el mundo islámico. Summa summarum algo así como un kilómetro. La pregunta que se plantea es, naturalmente, si los responsables, tanto del museo como de la exposición, tienen conciencia de lo peligrosamente simbólico de su [des]organización, que hace buenos los versos de Kipling que aquí cito de memoria: “Occidente es Occidente, y Oriente es Oriente, y no se encontrarán jamás”.

[Al llegar a casa advierto que el billete de entrada en el Pérgamo es válido para prácticamente todos los museos de Berlín durante el día en que se compra, pero la empleada no debió sentir el deseo de tomarse la molestia de explicárnoslo, por si acaso fuésemos analfabetos y no podíamos leer lo que decía al dorso. Deben de ser empleados heredados de la RDA].

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