Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Las citas, ¡ay!, las citas

En París acudí una vez a la presentación de la traducción al idioma de Molière de una novela de un escritor de nuestro continente, con asistencia del mismo (del escritor, no del continente). En su exposición, este escritor, que es además un buen amigo mío, se permitió citar a Bertolt Brecht arguyendo: «Es mucho más divertido asaltar un Banco que fundarlo». Alcé la mano y me permití a mi vez corregirlo: lo que Bertolt Brecht dijo es muy distinto, él dijo que «¿Para qué asaltar un Banco, si se lo puede fundar?»

Repasen mis oyentes La ópera de los tres centavos, para ver que la corrección hecha por mí coincide con el original, y espero que, además, convendrán conmigo en que dentro del contexto de la obra no se trata de divertirse asaltando o fundando Bancos, sino que la ironía de Brecht desenmascara el capitalismo en lo que tiene de más detestable, y desde ya pido perdón por semejante understatement.

No es la primera vez que me pasa ésto de encontrarme con citas absolutamente en contradicción con lo que auténticamente dijo el autor della. En una ocasión entrevisté a uno de los más famosos novelistas de nuestro idioma y, entre otras cosas, le pregunté si él podía explicarme por qué en los últimos tiempos se estaba escribiendo tan buena novela policial, o negra, en América Latina.

Al contestarme, ese monstruo sagrado se refirió a una frase dicha por André Malraux cuando se tradujo al francés Santuario, una de las muchas obras maestras de William Faulkner. Según el monstruo sagrado, Malraux habría dicho que «Santuario significa la irrupción de la novela policíaca en la tragedia griega». Nada más falso: André Malraux afirmó justamente todo lo contrario, que «Santuario significa la irrupción de la tragedia griega en la novela policíaca».

Caso distinto es cuando se le atribuye a un autor lo que es de otro. Uno de los míos preferidos, y una de las personas a las que más respeto por su compromiso intelectual y social, por ser insobornable, por ser puro, estaba tan convencido de que el verso que dice «aborto de ovas y lamas» era de don Luis de Góngora, que así lo citó en un texto. Se asombró mucho cuando le hice ver que ese verso procede del primer monólogo de Segismundo en La vida es sueño, la cual, según sabemos, es de don Pedro Calderón de la Barca.

Habrán notado mis lectores que no doy los nombres de los autores de semejantes meteduras de pata, y les explico por qué: porque creo que, como pide el viejo refrán, debe decirse el pecado pero no el pecador, y además porque también creo que todos los seres humanos, incluyendo los que dicen hablar ex cathedra, estamos sujetos al error.

Ahora sí daré un nombre, pero es el mío, y quiero que ello se entienda como expresión de un mea culpa. Cierta vez, un editor terminó por convencerme de que publicase un libro con mis ponencias, conferencias y charlas de más de veinte años. A la hora de endosarle un título al mamotreto no se me ocurrió nada mejor que un verso que me parecía bastante ad hoc: «Me queda la palabra».

Dicho y hecho, y no sólo dicho y hecho, sino que además escribí para ese libro un prólogo muy sesudo y fundamentado, acerca de la diferencia entre la palabra escrita y la palabra de viva voz, y me basé, citándolo dos veces (sí, no una, dos veces), en ese verso «de León Felipe». Corregí también dos veces las pruebas de imprenta, que antes se llamaban galeradas y a mí me gusta seguir llamándolas así. Y el libro se publicó.

Y cuando me llegó el primer ejemplar de ese nuevo hijo mío, apenas releí la primera frase del prólogo me pegué una palmada en la frente, anonadado por mi lapsus: ¡»Me queda la palabra» no es un verso de León Felipe sino de Blas de Otero!Y allí lo tenía yo, per in saecula saeculorum, como título de un libro mío y dos veces mal atribuido en el prólogo. ¿Debo añadir que a renglón seguido agarré el teléfono y solicité una cita con mi médico de cabecera, un tal doctor Alzheimer?

**********************************************

Comentarios