Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

In memoriam Tomás Ramos Martín

Me llegó un email de su hijo diciéndome: «Se fue apagando poco a poco, hasta que dejó de latir su corazón. La enfermedad que tuvo se llamó 94 años, 5 meses y 9 días».

Apenas abrí ese email en mi bandeja de entrada sabía lo que me iba a encontrar, no en vano en las últimas semanas, desde que comenzó el confinamiento, y porque todos los domingos a mediodía llamo a mi hermana en Huelva, siempre le preguntaba si tenía noticias de Tomás, que por mi cálculo era unos 15 años mayor que yo, así es que estaba, como yo, en un grupo de alto riesgo. Y apenas leído ese email traté de llamar a su hijo, pero el número que tenía es obsoleto desde hace años: 0034.959.253471, tuve que disculparme dos veces con los actuales usuarios.

Entonces le escribí : «¡Qué decirte! En este caso las palabras demuestran ser lo que son: palabras. Pero tú sabes, por mi diario y todo lo que a lo largo del tiempo he escrito acerca de tu padre, que siento su muerte como la del alguien de mi familia más íntima, la familia de mis amigos inolvidables y a quienes les debo lo poco o mucho que soy. // Te mando un abrazo muy fuerte y el deseo de que sobrellevéis esta pérdida como algo inevitable aunque doloroso. Me aquieta el alma saber que murió en casa, entre los suyos, en paz. Aunque no dejo de recordar las palabras dizque de Kafka: “Vamos viendo cómo el sol lentamente se apaga, pero de repente nos asusta encontrarnos en la oscuridad”. Yo no tuve esa suerte con mi padre: a él le cortaron el fluido con un simple giro del interruptor, en pleno mediodía de un miércoles de mayo. // Diny se une a mi abrazo, y también Rebeca, que conserva como oro en paño las fotos en 3D que tu padre le hizo de niña».

Tomás era alguien muy caro a mi corazón. Tanto que a él le debo la primera biblioteca que he leído casi íntegra, la suya: era el contable de la fábrica de mi padre, y gracias a él aprendí contabilidad y tuve lectura asegurada durante todos los años desde que aprendí a leer hasta que pude empezar a comprar mis propios libros. Hasta los diez, once años, yo había leído los pocos libros que entraban en nuestra casa, los que compraba mi padre en las librerías de las estaciones de tren, durante sus viajes: novelas triviales, lectura de simple pasatiempo. Un día, enterado de mi pasión lectora por alguien de la familia, Tomás me entregó para leer Un capitán de quince años, de Julio Verne. Lo devoré aquel mismo día, y al siguiente le pedí más a mi buen Tomás.

Lo cierto es que, a partir de entonces, todos los domingos, después de desayunar, yo me ponía en camino de mi casa a la suya, por unas calles que a partir de la palmera al final del Paseo del Cbocolate, a la derecha, hoy ya no existen. Y en su casa, me abría las puertas de su biblioteca y yo elegía al buen tuntún cinco, seis, hasta siete libros, seguro de que mi promedio iba a ser uno por día o poco menos. Para repetir la misma escena al domingo siguiente, y así durante años.

Los únicos libros que no me prestaba eran los volúmenes en papel biblia y encuadernación en piel, con letras doradas, de la colección Obras Eternas, de Aguilar, que eran su tesoro personal. Hasta que en el otoño de 1952 me tuvieron que operar de afán (como bellamente dicen en Colombia), a vida o muerte, de peritonitis. Un mes hube de pasar en la clínica, tan dura fue la operación, y una de las primeras visitas que tuve fue la de Tomás trayéndome nada menos que el primer volumen de los seis que componen las obras completas de Galdós, en esa célebre edición de Aguilar. Y a partir de ahí también me fue prestando los libros de su tesoro, que yo le devolvía impecables, como si ni siquiera los hubiese abierto. Gestos como este suyo, un gesto así, no se puede olvidar en la vida. Yo, desde luego, no lo he olvidado nunca.

De Tomás Ramos Martín, una persona toda bondad, modestia, sabiduría natural, ansia innata de saber y de aprender, puedo decir que fue mi inalcanzable modelo, aunque nuestras trayectorias humanas hayan sido tan distintas. Contaba con su muerte (94 años), ya sucedió. Después de recibir el conmovido y conmovedor email de su hijo, quien sabe por su padre cuán fuerte era mi deuda de gratitud con él, brindé esa noche con un Single Malt por su anunciado arribo donde San Pedro, a quien lo primero que le habrá preguntado es por la biblioteca. Cheers, dear Tomás!

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