Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Tal día como hoy hace 50 años

Tal día como hoy, hace 50 años, mi esposa (embarazada de cuatro meses) y yo residíamos en Buenos Aires, en el barrio de Olivos. Y mi esposa ya chapurreaba bastante nuestro idioma, aprendido a fuerza de ir de compras, dialogar con nuestra tribu y, sobre todo, seguir en la tele, en compañía y en la casa de nuestra amiga Malala Durrieu, la serie “La caldera del diablo”, o “Regreso a Peyton Place”, si es que no son estos dos títulos para la misma serie.

Ya el miércoles de la semana anterior, el 19, nos habíamos enterado por el telediario de la muerte de Konrad Adenauer, quien había dejado de ser canciller de la República Federal de Alemania en el otoño del año en que llegué a ese (este) país: 1963. No era precisamente santo de nuestra devoción el viejo canciller, aun reconociendo todo su mérito, y además se trataba de un anciano de 91 años, de manera que su muerte no pasó de ser una noticia más.

A propósito de su mérito diré que Adenauer, de Colonia, de esta ciudad en la que vivo, fue definido alguna vez por alguien que lo conocía muy bien, con estas palabras: «No sé bien qué es lo que mucha gente tiene en contra de Adenauer. Es menos confiable que un francés, más mendaz que un inglés, más brutal que un americano y más tortuoso que un ruso, o sea, es el estadista nato para nuestro derrotado y maltratado pueblo».

Y también a propósito de ese mérito, no cabe duda de que él fue, junto con De Gaulle, otro anciano, el arquitecto de la unidad europea, una unidad cuyo fundamento no es otro que la reconciliación de Francia y Alemania. Lo demás son anécdotas. Y fue también Adenauer quien con una visión realista de las cosas supo que la unificación de Alemania era asunto para las calendas griegas (no se equivocó, la unificación tuvo lugar 40 años después), y encaminó todos sus esfuerzos a anclar la República Federal en Occidente, tanto en lo político como en lo económico, y asimismo en lo militar. Con un genial ministro de Economía a su lado, Ludwig Erhard, el resultado de esa decisión de Adenauer fue lo que el mundo entero admiró pronto con el nombre de “milagro alemán”.

Por si todo eso fuera poco, en 1954, tan sólo nueve años después de haber capitulado en el campo de batalla, Alemania le ganó la final del Campeonato Mundial de fútbol a la invencible Hungría, que dos años antes, con el mismo equipo (¡eran otras reglas!) había conseguido la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Helsinki.

Alemania volvía a ser una potencia entre las naciones del mundo, y gran parte del mérito se lo debía al viejo Adenauer. Todo eso ya lo sabíamos de sobra, pero insisto, su muerte no nos conmovió ni poco ni mucho. Éramos de dos generaciones posteriores, y justamente de la que estaba llamada a dar un año después el campanazo de Mayo del 68.

Para lo que no estábamos preparados era para la transmisión del entierro de Adenauer, que vimos condensado en un reportaje. Jamás olvidaré aquellas imágenes. Desde su casa de Rhöndorf, en la orilla derecha del Rhin, frente a Bonn, el ataúd envuelto en la bandera fue bajado por las angostas calles del pueblo hasta ser depositado en un armón de artillería, con guardia de honor del ejército federal, y así atravesó primero Dollendorf y luego el río en un ferry, y recorrió un largo trayecto (Bad Godesberg, Bonn) flanqueado de miles de ciudadanos, hasta llegar al palacio entonces sede de la cancillería, y allí, durante dos días el pueblo tuvo ocasión de despedirse de su viejo canciller. Después el traslado a Colonia para ser expuesto en la catedral, donde todo el día 24 desfilaron sus paisanos para darle el último adiós. Y el día siguiente, a la 1:40 pm, empezaron a llegar los invitados “mayores”, encabezados por el general Charles de Gaulle y el presidente americano, Lyndon B. Johnson, Harold Wilson y Aldo Moro. 50.000 personas se apiñaban al pie de la catedral mientras el cardenal Frings, tan bienamado por sus feligreses, leía el oficio de difuntos en un réquiem de pontifical. La ceremonia duró 75’, y a continuación, a redoble sordo de tambor, el catafalco salió de la catedral y cubrió la breve distancia hasta el río, donde una lancha rápida de la marina federal se hizo cargo de él para trasladarlo a Rhöndorf, en cuyo cementerio sería enterrado Konrad Adenauer.

Son esos los momentos que recuerdo con mayor intensidad: la silueta de la catedral («Tiene tanto a la vez de piedra y nube, / su pesadumbre formidable sube / en la luz con tan ágil movimiento, / que se piensa delante a su fachada / en alguna cantera evaporada, / o en alguna parálisis del viento»), el redoble sordo del tambor, el solemne cortejo fúnebre, la llegada a la orilla del Rhin, el himno (esa inmortal melodía de Haydn), la muchedumbre poblando las orillas y los puentes, las salvas de ordenanza, el fragor de los Starfighter sobrevolando la patrullera que remontaba el ríotodo eso se volvió nudo en mi garganta y lluvia en mis ojos, y creo a ciencia cierta que, aunque fuera inconscientemente, en ese preciso instante fue cuando decidí que regresábamos a Europa. Esta era nuestra casa.

Tal día como hoy, 25 de abril, hace 50 años, también era martes, como lo es hoy.

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