Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Giorgio Bassani

El 23 de abril del 2000 mi crónica semanal para HJCK estuvo dedicada a Bartleby, a aquel personaje de un relato de Herman Melville que en su trabajo de escribiente, a cada nueva tarea que se le asignaba respondía diciendo «Preferiría no hacerlo».

Bartleby se había convertido en protagonista del último libro publicado hasta entonces por Enrique Vila–Matas, una especie de historia de los escritores que se vuelven ágrafos por decisión propia e inapelable Y yo, al escribir mi texto tenía muy presente que diez días antes había fallecido en Roma el Bartleby italiano del pasado siglo, Giorgio Bassani.

Giorgio Bassani es para mí, y no soy el único en creerlo, uno de los mejores narradores europeos de posguerra. A él se deben, por cierto, muy pocos libros, fudamentalmente dos, los dos fabulosos, y como en el caso de Juan Rulfo uno es de cuentos y el otro una novela: Historias de Ferrara y El jardín de los Finzi–Contini se titulan, respectivamente. Y por si esos dos libros no bastasen, es responsable de un tercer libro fabuloso, nada menos de que El gatopardo, del príncipe Tommaso di Lampedusa, pues fue Giorgio Bassani quien lo descubrió y lo hizo publicar.

¿Por qué tan poca obra, cuando todos creemos que ellos, los Bartleby, todavía tenían tanto que decir?  Es una opinión un poco loca la que voy a exponerles, pero tómenla por lo que vale: simplemente una opinión.

Recuerden que el Jesús de los Evangelios responde con el silencio a las preguntas de sus jueces: no es porque le falten las respuestas, es porque está evidenciando, con ese silencio, su desprecio. Yo no creo que todos los Bartleby de la historia de la literatura, al dejar abruptamente de escribir y hacerlo para siempre, hayan querido evidenciar su desprecio del oficio que tan bien dominaban, ni mucho menos de los lectores: Rimbaud sencillamente estaba loco. Pero sí creo que autores como Juan Rulfo, como Giorgio Bassani, como el poeta argentino Enrique Banchs, tal vez sí se hayan sentido asqueados del mundillo literario, de lo que él conlleva.

Su silencio no fue nada más que una forma sutil de mostrar su desprecio, sabiendo, eso sí, de antemano, que jamás perderían el favor de sus lectores; antes al contrario. Ya lo dijo Gracián, conceptualmente conciso y apabullantemente exacto: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Y también dijo Gracián algo que puede desde luego aplicarse a quienes conejilmente conciben y paren una obra tras otra, alimentando así la industria editorial: «Lo malo, si mucho, dos veces malo».

Al lector, como a la máquina agrícola cuyo nombre ignoro, le compete la tarea de separar la paja del trigo. Como ejemplo de trigo les pongo a Cervantes, Shakespeare, Dante, Camões, Molière, Faulkner, Bassani; como ejemplo de paja prefiero que sean ustedes quienes aporten los ejemplos. Por ahora, ya tengo suficientes enemigos.

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