Hoy me gustaría hablarles de una novela excepcional que se titula Buddenbrooks y en castellano la conocemos (mal, según se verá) como Los Buddenbrook.
Su autor fue Thomas Mann, la empezó a escribir a la edad de 21 años, la concluyó a los 25 y andaba por los 26 cuando finalmente se la editaron. Y digo finalmente porque al enviar el manuscrito original a Samuel Fischer, su editor, y al ver éste que se trataba de un ladrillo considerable (más de 600 páginas), le pidió que la redujese a por lo menos la mitad. Menos mal que los expertos de la editorial se pronunciaron a favor de la publicación del original completo, en dos tomos, y menos mal también que Thomas Mann no dio su brazo a torcer: o todo o nada.
Haciendo un poco de historia, recapitulemos : En octubre de 1896 Thomas Mann recibe una carta del editor Samuel Fischer, en la cual le acepta una novela corta, le encarga que escriba otras y le anima a que intente «una obra grande en prosa, quizás una novela, aunque desde luego no debe ser muy larga» (palabras textuales). El joven escritor, de 21 años, se encuentra vagabundeando por Italia con su hermano Heinrich, el autor de esa maravilla que es Professor Unrat, de la que saldría esa otra maravilla que es El ángel azul, donde Marlene Dietrich cantaría para toda la eternidad que estaba hecha para el amor, de la cabeza a los pies.
Pero sigamos con Thomas, que se toma a pecho la sugerencia del editor y empieza a escribir su primera novela grande. Y larga. Un año después, octubre de 1897, en Roma, ha concluido el borrador y se pone a copiarla en limpio. La tarea le lleva algún tiempo porque entretanto regresa a Múnich y se integra al equipo de redacción de una revista y trabaja mucho. Pero en 1900 su obra está terminada. Y el resto ya lo conocen. Entre su aparición en el verano de 1901 y la concesión del Premio Nobel a Thomas Mann, en 1929, se habían vendido en Alemania 185.000 ejemplares de la novela. En diciembre de 1930, sólo un año después, la venta total en el mundo superaba ya el millón de ejemplares, y tras el paréntesis nazi, una vez terminada la guerra, se venden tres millones más de ejemplares de Los Buddenbrooks, que alcanza hoy en día la 85.ª edición de bolsillo: o sea, como decimos los castizos, en formato pocket.
Quienes de entre ustedes no la hayan leído todavía, posiblemente se preguntarán: ¿Es verdaderamente tan buena? Y yo me atrevo a asegurarles que sí, que no sólo es buena, que es prodigiosa, y lo más prodigioso de todo es pensar que este certificado de defunción de la burguesía decimonónica lo extendió un jovencito de 21 años, vástago de una familia de la buena burguesía de Lübeck, e hijo de una brasileña de ascendencia alemana.
Conozco esta novela muy bien, la he leído muy a fondo, una de las veces porque me llegó desde Madrid la oferta de adaptarla a la radio en unos 65 capítulos, para que su emisión durase tres meses, trece semanas a cinco capítulos cada una. Luego el proyecto fracasó por razones que no son del caso, pero yo gané mucho más que los honorarios que me hubiese reportado la adaptación: la había releído y la había escudriñado en todos sus rincones y me había convencido, una vez más, de que se trata de una obra maestra…, y tan absolutamente fácil de leer y de seguir como si fuese, perdón por la comparación, Corín Tellado. Ningún problema.
Lo único que sigue sin convencerme es la traducción del título. En 1950, desde Suiza, Thomas Mann le escribió a un aristócrata sueco, el barón Buddenbrock, quien le había consultado si existía alguna conexión entre su familia y la familia del libro. Y en la carta de Thomas Mann puede leerse literalmente (traduzco del alemán): «Mi novela juvenil se titula Buddenbrooks y no Los Buddenbrooks. Ese artículo sólo se lo antepondría a un apellido noble, no a uno burgués».
Así de sutil y refinado era Thomas Mann. Créanme que vale la pena releerlo.
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