John Connolly es un escritor irlandés, autor de una de las sagas policiales más espectaculares de este siglo, protagonizada por el ex policía neoyorquino y ahora detective privado Charlie “Bird” Parker. La serie va ya por su episodio 17.º y sus adictos estamos convencidos de que Connolly es uno de los mejores autores de thrillers del mundo. Aunque irlandés, sus novelas transcurren todas en los Estados Unidos, donde Bird tiene su domicilio en Maine, el más nordoriental del país, ya fronterizo con Canadá.
Dispone de un idioma muy rico en imágenes vigorosas, poderosas, que le permiten describir a sus personajes con sólo un par de trazos: «Yo era un buen mentiroso. Ese es uno de los dones que Dios concede a los alcohólicos. […] Martha Friedman frisaba en los sesenta años. Era gordinflona, se teñía el pelo de rojo y su rostro estaba tan embadurnado por el maquillaje que con cierta seguridad hasta el lecho del Amazonas recibirá más luz del sol. […] Franz se esforzaba en aparentar que luchaba con su conciencia, aun cuando no habría encontrado su conciencia sin una pala y un permiso de exhumación. […] Parecía tan decepcionado como un teólogo de renombre cuya profesión se hubiera desacreditado porque alguien demostró que Jesús había sido un extraterrestre. […] Tengo 32 años, pero dependiendo de la iluminación del lugar digo que 30. Tengo un gato y un apartamento en Upper West Side, pero nadie con quien actualmente lo comparta. Voy tres veces por semana a hacer aerobics, me gustan la comida china, la música soul y el Cream Ale. Con mi última relación rompí hace seis meses y creo que me está creciendo un nuevo himen». Desde P.D. James y su Adam Dalgliesh, Connolly es, además, el primer narrador en lengua inglesa que presenta como cultos y leídos a sus inspectores, lo que tiene mayor mérito que en el caso de PDJ, porque sus inspectores son gringos. Uno hasta se da el lujo de citar nada menos que el Bhagavad–gītā.
Le envidio en especial esa facilidad que tiene para retratar a sus personajes de cuerpo entero con sólo dos o tres pinceladas como estas,que transcribo del segundo episodio de su saga: «Billy Purdue no necesitaba buscar pelea. La pelea lo buscaba a él. Habría provocado una pelea en un cónclave cardenalicio con sólo echar un vistazo al interior de la sala. […] Esbozó una sonrisa de superioridad, la clase de sonrisa que te dirige un tonto de remate cuando cree saber algo que tú ignoras. […] Roger era un trabajador excelente, pero la cantidad de aire que malgastaba en charla innecesaria no habría salvado la vida de un mosquito. […] A Ellis se le escapaban pocas cosas. Era la clase de hombre capaz de comer sopa con tenedor sin derramar una gota. […] Lester Biggs era esbelto y ofrecía un aspecto más o menos elegante, si por elegancia se entiende la de un pinchadiscos en la boda de su cuñada. […] Tony Celli parecía la clase de hombre que uno llevaría a casa para presentarlo a su madre si no sospechara que posiblemente la torturaría, se la tiraría, y luego echaría los restos al puerto de Boston. […] ¿Lo acompaña otro tipo, uno que tiene la cabeza como si le hubiese caído encima una caja fuerte y la caja hubiera salido perdiendo? […] Louis tenía la expresión de arraigado sentimiento de un santo que acaba de enterarse que el potro de tortura ha de tensarse un poco más. […] Walter era un buen hombre y, como muchos buenos hombres, su defecto consistía en que se creía mejor de lo que era». Y estas dos joyas: «Matar un alce no es difícil. De hecho, si hay un blanco más fácil que un alce es un alce muerto. […] No me entusiasman las coincidencias. Son la manera que tiene Dios de decirnos que no estamos viendo las cosas con la debida perspectiva».
Sus pinceladas son tan certeras como los tiros de las arqueras surcoreanas en los Juegos Olímpicos: «Querer detener a Carter Paragon era algo así como querer fijar el humo a martillazos. […] Si las arañas se disculparan con las moscas antes de devorarlas, sonarían con certeza más sinceras que esa mujer. […] Cuando empecé a trabajar en la brigada de homicidios el Mar Muerto acababa de ponerse enfermo. […] Además era harto consciente de que si Al Z se interesaba por mi insignificancia, eso era –en la escala abierta hacia arriba de las cosas buenas que podían pasarle a uno– algo ubicado entre enfermar de lepra y una visita de un inspector de Hacienda. […] Baby Shanks Manocchio, de quien se decía que una mosca que se posara en su persona tenía que pagarle alquiler. […] Salvo cuando políticamente se estaba tan en la extrema derecha que a su lado el Ku–Klux–Klan parecería un movimiento en defensas de los derechos cívicos. […] Ali Wynn irradiaba tanta energía nerviosa que a su lado cualquier electrón se vería relajado. […] Sus cabellos no ondeaban al viento. Eso podía ser un resultado del aerosol de laca o de su fuerza de voluntad. Quizá ni siquiera el viento quería medirse con la esposa de Jack Mercier».
He anotado además una reflexión de Angel, el amigo ladrón de Bird, acerca del lugar donde se encuentra en esos momentos, una pequeña ciudad de Maine: «En la lista de lugares a los que no me iría a vivir al jubilarme, creo que incluiré a Waterville al lado de Bogotá y Bangladesh». Vaya usted a saber qué experiencias tuvo Angel (o Connolly) en la vieja Santafé de Colombia.
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