Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Mi amigo Jorge Risi

El pasado viernes publiqué en el columnario de El Espectador un texto im memoriam Jorge Risi, el fabuloso violinista y pedagogo musical uruguayo muerto en Ciudad de México el 17 del mes pasado. Como imagino que el público lector de los blogs es en su mayor parte diferente del público lector del columnario, les copio acá el enlace con ese texto mío, al que deseo añadir dos cosas más para las que no disponía de espacio en el formato de la columna. Aquí el enlace:
https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/ricardo-bada/in-memoriam-jorge-risi/

Una de las dos cosas que deseo añadir tiene que ver con su escritura no pedagógica. En su portal (jorgerisi.com) y entre sus “Protocolos pandémicos” encontré esta joya:

«Hace algunos años escribí un cuento entre verdadero y fantasioso –como son todos los cuentos– en que afirmaba que la historia del violín arrancaba no, como generalmente se dice, en el Rabel oriental, sino en un pueblito cercano a Malmö, en Suecia, como consecuencia de un encuentro fortuito entre un chamán turco huido al norte por razones políticas o amorosas (ignoro hoy la denominación de los chamanes turcos, pero seguramente los hay) y un campesino sueco dedicado a talar los bosques de su país.
A medida que avanzaba en el cuento, que, como se habrán dado cuenta, era un absurdo, fueron presentándose otros personajes de otras geografías y otras épocas lo que me obligó a apoyar estos dislates en una considerable bibliografía de consulta. Luego de varias búsquedas, frustrado, decidí inventar textos, autores y fechas que nunca habían existido. Incluso mencioné a mi nieto, Daniele Risi, por aquel entonces de 6 años, como autor de un sesudo texto sobre la filosofía de la cuerda frotada en los fiordos. Quizás esto pudo influir para que Daniele (15 años después) se haya dedicado a estudiar filosofía en la Universidad de Bologna, Italia. Nunca nadie descubrió el engaño, ni pretendió encontrar alguno de los textos mencionados».

Y la segunda cosa que quisiera añadir es que Jorge poseía un incombustible sentido del humor.

Al poco de enterarme de su muerte me puse a repasar sus muchísimas cartas escritas a máquina o manuscritas que estuve recibiendo a partir del momento en que él y Mecha, su esposa, regresaron por primera vez al Uruguay. Y volví a reírme, entre lágrimas, al releer una de la que él, como era su costumbre, no se quedó con copia, y cada vez que nos visitaba me pedía que la sacase de mi archivo y la leyese en voz alta. La escribió al enterarse del nacimiento de nuestra segunda hija, Montserrat, y luego de la afectuosa enhorabuena abordó de manera minuciosa un tema que le trajo por la calle de la Amargura, de la manera que me limito a transcribir ad pedem litterae:

«Radio Cassetero Philips:
La historia de este malparido artefacto es digna de ser contada. La detallo.
Fue casi decomisado en la aduana con la consiguiente angustia y el basureo del guarda de Aduanas ensoberbecido en su apolínea postura de censor de humanos.
Me costó en Koeln [=Colonia] algo así como 23.000 [pesos] uruguayos.
Lo ofrecí aquí por 65.000. Ni pelota. Bajé a 60.000, y me ofrecieron 55.000. No acepté. (Se cotizan a 80 0 90 en plaza, aclaro). Lo ofrecía a 55 y me ofrecieron 50. Seguí sin aceptar.
Lo bajé a 50 y me ofrecieron 45. Seguí sin aceptar.
Lo bajé a 45 y me ofrecieron 38. Seguí sin aceptar.
Lo bajé a 40 y me ofrecieron 35. Refuté.
En el interín, corría el triste invierno, y yo seguía gastando en avisos económicos para venderlo, esperando con alma de auténtico tahúr el momento del ansiado desquite.
Lo bajé a 38 y me ofrecieron una radio a transistores y 15.000. Me negué indignado. Me ofrecieron 33 y acepté. Y entonces el aparato no funcionó más.
Perdí el cliente y mandé a arreglar el cassetero que no andaba. No así la radio, que funcionaba perfecta. La urgencia me acuciaba. Mis hijos comenzaban a lloriquear pidiendo alimento. La casaPhilips tardó 10 días en darme presupuesto. Al cabo de los cuales me dijo que tardarían otro tanto en repararlo. En ese interín, manos anónimas me despojaron de mi billetera. En ella se encontraba la boleta para retirar el susodicho artefacto. Luego de larguísimos trámites, incluída la obtención de nuevos papeles identificatorios, hurtados conjuntamente con la boleta de marras, se pusieron en Philips a la búsqueda larga del aparato sin el control de la boleta. Al cabo de una semana lo hallaron. Pagué la reparación y me dirigí al diario más cercano para poner otro aviso. El cassetero andaba perfecto. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que la radio, que funcionaba perfecta, ahora lo había dejado de hacer. Volví a Philips, arrastrándome y babeando ira e impotencia, y comencé nuevamente el trámite para arregarlo.
Muchos días después me lo entregaban. Revisé esta vez el cassetero. Funcionaba. La radio. Funcionaba. Grabé con el botón directo. Funcionaba.
Puse un nuevo aviso. Y luego comprobé que al poner el micrófono para grabaciones directas, funcionaba mal, no borraba, se oía lo de abajo, y a medias lo de arriba. Tan destruido estaba moralmente que demoré en llevarlo a arreglar nuevamente, con lo que venció el plazo de la garantía de reparación. Hubo que repararlo nuevamente y se pagó la reparación. Lo ofrecí en 25.000.
Tuve ofrecimientos. Le compré un estuche por 2.000, para vestirlo mejor. Y finalmente lo vendí. Sí, leíste bien, lo vendí. Y nada menos que en 33.000, de los que he cobrado 15.000 y espero el resto dentro de poco. Lindo negocio.
Necesitaba desahogarme y contarlo completo. Nadie ha resistido hasta el presente el relato verbal de lo mismo. Te quedo muy agradecido».

Una de las virtudes más acendradas de Jorge es aquella que Nietzsche le pedía al Superhombre, la de saber reírse de sí mismo. Y haciendo, como en esta carta, que nos riéramos con él. Parafraseo a Lorca : Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un oriental (ya que uruguayos sólo son los futbolistas, Borges dixit!) tan genio y figura, tan rico en aventura.

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