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Publicado el Grupo Juncal un colectivo de autores

“Pulso y Transformación”…Por: Francisco Rodríguez-Prada

“Trataba de decir algo coherente en relación con los temas de la convergencia artística y la esperanza, cuando me dieron la lúgubre noticia de que se había acabado el “Canelazo” y el “Brazo de Reina” comprados en la décima con veintisiete. ¡Era el colmo! ¡Trabajé arduamente toda la tarde en la recepción y lo mínimo que merecía era un sorbo picantillo de licor aguado con panela y un envoltijo kitsch de sacarosa color magenta!

Me dispuse a continuar con la solemnidad de mi discurso, y mientras levantaba al unísono la mano, el dedo índice y la ceja derecha, fui interrumpido por la visita de un comensal inesperado.

Llevaba lloviendo desde el medio día y las nubes negras soltaban cortinas de agua sobre los carros en un trancón intermunicipal. Nos constaba que el trancón comenzaba desde la avenida Boyacá con Ochenta, hasta el puente de Siberia con la vía Funza-Cota. Dicho vendaval azotaba toda la sabana, por lo cual, no era de extrañarse que la misteriosa visitante llegara emparamada a guarecerse en nuestro cubil artístico. De su oscuro gabán salía vapor de smog y lluvia evaporada. Se descubrió la cabeza develando un intrincado peinado rizado, unas cuantas canas y los ojos delineados como un gato. Su perfil era de actriz vintage de película de Federico Fellini. Hubiera sido la envidia de las ilustres damas del foro romano, de no haber sido por su origen cundinamarqués.

Mis colegas la sentaron a mi lado y le ofrecieron agua de panela. Le expliqué que la exposición colectiva Pulso y Transformación reunía el trabajo de diferentes autores en una selecta muestra artística. Que el hilo conductor de tan diferentes propuestas, temas y medios artísticos se daba por la capacidad subjetiva por parte de los autores de crear imágenes. Imágenes suscitadas por su relación intelectiva y afectiva con los espacios socioculturales que habitaban. La dama me miraba con atención sujetando firmemente su bebida caliente, mientras escondía su cuello entre los hombros en gesto friolento. La observé fijamente a los ojos. Me pude ver reflejado en la profundidad de su oscura retina. No me estaba entendiendo lo que le decía. Miré al piso y vi cómo ella entrefrotaba sus botas con los pies, para sacudir el barro de los tacones. También yo debía sacudir el barro retórico y escoger con más cuidado cada una de mis palabras para dirigirlas como elocuentes dardos. Dejé de lado mi vanidad (solo por un momento, claro) y decidí usar un lenguaje prosaico para hacerme entender.

Mira Rochy (era el pseudónimo que la bella dama usaba), nosotros hacemos pintura, escultura textil, dibujo, gráfica digital, fotografía y acciones performáticas. Bueno, yo no, ellos hacen todo eso. Yo solo pinto. Cada uno de nosotros propende por reconfigurar aquello que pensamos y sentimos para materializarlo en una obra tangible. Por eso la metáfora de pulso; como el palpitar y el sentir de nuestro corazón que se expresa en aquello que creamos. Creamos usando materia, es decir la pintura, la tela, la tinta el impreso, el mismo cuerpo, o también la luz de una fotografía digital; esos elementos son configurados por la destreza técnica y el oficio del autor. Rochy sonreía mientras miraba desde su asiento los paneles con las hermosas obras de arte. Yo sudaba frio.

Cómo explicarle que las imágenes expresan conceptos que son confrontados por los visitantes de la exposición, quienes identifican recursos artísticos como la semiótica, la plástica, la poética, la estética, la semántica y lo conceptual. Y que, en últimas, ellos interpretan el significado de las obras. Pálido me escurría agarrándome firmemente de los bordes del asiento. Tragaba saliva mientras pensaba cómo elaborar esas ideas. De repente, una colega me da un codazo y señala subrepticiamente su morral. Sigilosamente, me deja entrever un vasito arrugado de icopor y una botellita de aguardiente encaletada.

Los otros artistas salieron en mi auxilio y cada uno, muy galantemente y no con poco cariño, le explicaron de qué trataba el contenido de sus obras. Por la imaginación de Rochy desfilaron las obras de la artista Johanna Acosta con su sincretismo pictórico de técnicas artesanales indígenas, tejido y acrílico. Las pinturas orgánicas de Lorena Rosas con escenas alegóricas de infantes, denotando tensiones de género, raza y clase. Los impresionantes retratos al óleo de Juanete añorando mordazmente actores y músicos famosos. Los nostálgicos y lúgubres retratos de Carolina Gamboa explorando la feminidad, el tejido, la identidad y la muerte. Los bellos pasteles kitsch a manera de autorretratos y como mecanismo de catarsis para la elaboración de conflictos de la artista Paula Meza. La tipografía sardónica e inteligente con slogans revolucionarios del artista Henry Güiza. Los imponentes dibujos a tinta de iconografía nórdica y misticismo del caos, del ilustrador Santiago Yañez. Las acciones performáticas del artista Carlos Camacho como metáforas poéticas del sentimiento de desasosiego, que evidencian un ejercicio de aprendizaje, persistencia, logro, terquedad y fracaso. Las cartografías y bitácoras fotográficas del artista Diego Zamora que, mediante calzado abandonado, expresan la idiosincrasia de aquellos que lo usaron.
Y por último, las pinturas devocionales del artista Francisco Rodríguez-Prada que revierten iconografía católica con estética de agitprop.

 

 

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CON JABÓN…! NO COMO PILATOS PORFIS

 

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