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Publicado el Grupo Juncal un colectivo de autores

En el nombre de PAULA.

De los RELATOS DOMESTICADOS que con sus CUENTOS CORTOS no relegan ni ofenden  a NADIE, estos que sirven para conocer parte de esos CIEN BARRIOS PORTEÑOS…en la PLUMA llena de la  BIOQUÍMICA mágica del INGENIERO de las LETRAS que ya caló en el CORAZÓN de nuestros LECTORES y lo piden a GRITOS como el alfajor JORGITO…el cercano a la GENTE… Dn LITO ZANARDI…el de la PIPA..& este CUENTO…


“En
el nombre de Paula

Nos encontramos con Gardo en el bar de José María Moreno y Cobo porque es el único que sobrevive de los que abundaban en el barrio a principios de los años setenta, cuando nos conocimos. Cuando vuelvo al barrio sé que debo encontrarme con él porque ambos conocimos a Paula. Pienso con cierta indolencia que lo hago por él pero comprendo que también lo hago por mí. Y por Paula, claro.

De Paula me quedan varios retazos que hay que componer para precisarla. Es lo que suele ocurrir cuando debemos recordar a alguien con quien nos vinculamos en el breve espacio que adolece de la cualidad de una tangente geométrica: solamente nos cruzamos en un punto, o varios de ellos si hay varias tangentes. Se trata de un contacto frágil que no alcanza para mucho más que eso pero es intenso yúnico y, más que nada, inolvidable. Pero, también, su recuerdo es su nombre y las unión de las letras a y u. Las palabras que tienen ese diptongo, Paula, cauda, pausa, aura, rauda y otras por el estilo, me parecen dotadas de cierta mesura o tranquilidad. En ese tiempo existía la costumbre de poner dos nombres, recuerdo, por ejemplo, a Silvia Eugenia, que también evoca una acuarela de otoño. No faltaban las múltiples combinaciones de Marías (Alejandra, de los Ángeles y otras variantes), pero Paula solamente tenía ése. Así, solito, como si los padres hubieran convenido que era suficiente porque adivinaron que su solvencia podría saturarse si le agregaban otro o que ella no requeriría de un segundo para ser como sería. O porque no se les ocurrió ninguno más o porque cumplieron un tardío homenaje a alguna Paula familiar. Pero prefiero pensar que lo eligieron porque consideraron que era ya bastante con él porque el siguiente sería redundante. No estoy seguro, pero creo que sólo después de conocerla a ella me pareció valioso, e inolvidable, ese diptongo.

Sólo me encuentro con Gardo para hablar de Paula. Es decir, él habla de Paula y yo me avengo a escucharlo. Gardo es el derivado de Edgardo pero, a diferencia de la facilidad que daba designarla a Paula, su nombre ofrece una discreta dificultad para pronunciarlo. Esa sucesión de d y g propicia cierta torpeza en la dicción y, entonces, para salvarla, en el barrio lo llamaban así. Es curioso como los nombres elegidos para nosotros nos determinan. No es posible comprobarlo pero sospecho que ellos dos —y todos nosotros— no serían lo mismo de haberse llamado de otro modo. No sé si Gardo habla de Paula con otros. Imagino que es posible pero creo que el modo en que él habla de ella frente a mí es especial porque se asienta sobre una complicidad: aunque nunca nos lo dijimos con franqueza sabe que, en cierto modo, yo también la amé. Digo en cierto modo porque Paula lo había elegido a él. Que quede claro, Paula elegía. No se trataba de una decisión contundente aunque sí definitiva.

Todas las cosas que tenían que ver con Paula estaban patinadas por cierta levedad que emanaba de ella. Me pareció, siempre, que ella no tenía peso. O que era más ligera que cualquier otra mujer. La veo caminando por Cobo, de Tilcara a Viel, para esperarme en la parada de colectivos frente a la pizzería La 50 y parecía flotar. Más bien, no flotaba, se deslizaba por el piso como si lo tocara apenas”, repitió Gardo. Porque en todos estos años Gardo me cuenta las mismas cosas con casi las mismas palabras. Como si, con el paso del tiempo, ese relato que armó con Paula —que es más logrado que el mío, deducido apenas por esas escasas tangentes— fuera perfeccionándose para contar más o menos lo mismo. A veces cambian las palabras, no su objeto. Paula está pegada a ese pedazo de tiempo en el que la conocimos —él más que yo— pero, como no podría ser de otro modo, pervive en las palabras que Gardo elig con cuidado. Siempre que lo escucho imagino que antes de vernos se esforzó en un renovado relato, especialmente para él pero también para mí. 

No sé por qué me descartó a mí, Paula, y se quedó con él. Paula iba sola a ver una y otra vez la película Woodstock, que pasaban las madrugadas de los sábados en cierto cine del barrio de Belgrano, a unos metros de Cabildo. Allí la conocí alguna vez, cuando yo también me emocionaba con esas chicas que fumaban porros recostadas sobre el barro mientras Hendrix interpretaba el Himno de los Estados Unidos en una madrugada sucia en donde todo sugería el adiós. Sé que ella veía ese filme una y otra vez especialmente por esa escena porque,aunque nunca lo admitió, se parecía a esas chicas de trenzas rubias y pintura corrida por las lágrimas o el rocío del amanecer. Porque en cierto modo, como ellas, parecía estar a la merced del mundo y,entonces, tenía ese aire desvalido que nos llena deternura porque no podemos protegerlas. Estaba, como ellas, metida en una pantalla que corre sin parar y no alcanzamos a detener.

 

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