Y DESPUÉS DE PETRO QUÉ

La elección de Gustavo Petro marcó una ruptura en la política nacional, al abrir la puerta para que se expresara claramente una necesidad de cambio, la conciencia de que el país tenía realidades, regiones, y poblaciones olvidadas o ninungeadas que entonces emergieron  y fueron reconocidas.  Fue un hecho que trascendió  las viejas  y desgastadas divisiones, entre izquierda y derecha, hoy reducidas a un  discurso de  plaza pública, cargado con un resto de emociones y cero contenido pertinente para un mundo, una humanidad, que  hoy se debate en medio de  los excesos de una globalización que ha pretendido, creo que infructuosamente, borrar uno de los elementos constitutivos de nuestro ser, de nuestra constitución natural, animal si se quiere,  generador de una  honda necesidad de identidad, de territorialidad, que nos obliga a mirar hacia adentro, hacia nosotros y reconocer que “no somos briznas al viento y al azar”, como por ejemplo,   pretende ahora  el anarco capitalismo de Milei en Argentina. La crisis actual, nos recuerda a los humanos, que somos de un aquí y un ahora, de unos territorios y una cultura que nos acogen e identifican, a partir de reconocer las diferencias que deben enriquecerernos y no empobrecernos; somos de la naturaleza que nos da la vida y con ella la conciencia y la necesidad de atender “la casa común”. Fue ese el mensaje de fondo de Petro; mensaje que le llegó a muchos y no solo a sus incondicionales de la primera línea.

Pero Petro como ejecutor ha defraudado; la luz de la renovación la apagó rápidamente con sus contradicciones, sus desplantes caudillescos – mesiánicos y a ratos delirantes – que, en pocos meses acabaron con una expectativa de cambio  imprecisa  pero que abría una ventana de esperanza. Hoy Colombia se debate entre la desesperanza y la rabia; la dejaron con los crespos hechos, lista para el cambio que no llegó.

Lo importante del Presidente fue que abrió la puerta a un cambio, no un simple maquillaje sino una transformación. Esa puerta no se cerrará, pues muchos lo consideran indispensable. Pero el camino no es tumbándolo todo, como en su delirio mesiánico, lo plantea Gustavo Petro, sino comprometíendose con un proceso de reformas profundas para ajustar y modificar lo que sea necesario – en salud, pensiones, régimen laboral… -, conservando lo bueno que hay, que es mucho y completando lo que falta, que también es mucho. Queda claro entonces que con el primer mandatario, el país entró en una nueva etapa de su discurrir nacional.

Petro terminará su período, nadie lo va a tumbar, y entregará un país urgido de la reparación de  los daños que habrá  sufrido en estos  cuatro años y de recuperar un tiempo perdido, para iniciar con seriedad y responsabilidad, las transformaciones necesarias y aplazadas, con la mirada hacia  adelante,  firme y  decidido; y, fundamental, aprendiendo de los errores actuales, dejando de lado las  polarizaciones,  encerradas en la  visión maniquea de buenos y malos de la política, que puede  seducir  a políticos  y militantes de la primera fila, pero con la cual es imposible construir un país digno y justo, con la capacidad de  convocar a sus ciudadanos a la tarea de la transformación democrática del país.

En la Presidencia debe sucederlo alguien que tenga autoridad, conocimiento, y  experiencia en gobernar, que asuma liderar  la tarea nacional de poner la casa en orden e impulsar con tino y decisión, el proceso de cambio que reclama el conjunto del país.  Sería la continuación lógica y necesaria del camino que abrió Petro y que está a la espera de su ejecutor.

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