Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Una serie, una explosión.

La televisión serpentea sus colores iridiscentes y de la misma aburrida serie, que transcurre en la temporada 9, capítulo 23, con todos los personajes recargados bajo el mismo conflicto, el Profesor Noreña saca la siguiente conclusión:

-«Al final, explota la bomba y todos mueren».

Magra letanía al tratarse de una producción que costó varios millones de dólares, pero al final ocurre lo mismo y pareciera que los personajes no puedieran tener otro destio distinto al de evocarse desde la ardid de una tragedia.

-«¿Pero es problema de los libretistas y productores o será mejor una ausencia permanente de la realidad?»

Se pregunta el profesor Noreña al compás de su aburrimiento. Porque, así parezca extraordinario, en la realidad también explotan bombas y todos se mueren, y no exactamente para revivir en la otra temporada, utilizando el viejo recurso de devolver el tiempo para cambiar el momento nefasto.

En la realidad no hay máquinas del tiempo, ni anillos súper poderosos, ni temporadas con nuevas resurrecciones. De lo contrario, los policías experimentados que murieron en una ciudad limítrofe, hubieran podido salvarse antes de que el artefacto explotara, o la joven comunicadora social y periodista, asesinada en los bares noroccidentales de la gran ciudad, hubiera tenido la oportunidad de salvarse antes de equiparar la vida al robo de un dispositivo móvil.

-«Un segundo antes de la explosión… eso es lo que las personas de esta realidad no tienen».

En las series, en las películas, en los asuntos de las ficciones que generan millones de dólares, de fanáticos y de mentiras, al héroe siempre se le presenta la oportunidad para salvarse un segundo antes de la explosión. En cambio, en la perdida realidad, antes de pensar en ese segundo de salvación, la bomba ya ha explotado, llevándose consigo la oportunidad….

Aquí el profesor Noreña arruga su frente y las canas de sus cejas retoman un cierto brillo fastidioso…

Se pierde la oportunidad de convertirse en los intendentes con más conocimientos sobre explosivos del país, aquellos héroes silenciosos del trabajo oculto y sucio, quienes desarrollan verdaderos niveles de pensamiento abductivo; o desaparece la oportunidad de ser una joven periodista que trabajaba a favor de la seguridad ciudadana, una heroína que aún creía acabar el delito a punta de conciencia y estrategias de comunicación…

-«Eso es lo insólito de vivir en un país que no le da a su gente la oportunidad de respirar en un lugar donde se pueda ser, donde se pueda existir antes de que explote la bomba».

Tales elucubraciones interrumpen el final de la serie televisiva que está viendo el profesor Noreña bajo sus ojos rojamente cristalizados y lo obligan a pausar la grabación. Es muy molesto tener que interrumpir el hermoso estado vegetativo que produce la pantalla de colores por culpa de un pensamiento intruso e indomable.

Pero… cómo evitar no sobresaltarse cuando se presenta la grandeza truncada. En la realidad, pesa ahora la ausencia de sus promesas, ¿cómo reemplazar la experiencia de los intendentes desactivando bombas? ¿cómo decirle a la juventud que es válido trabajar por la seguridad y el bien común?

Y analizando la profesión de quien piensa en voz alta, a través de estas palabras…: «¿cómo pararse en frente de un salón de clase y decirle a los estudiantes que van a tener, precisamente, una oportunidad en su vida?»

El televisor, por algún mandato de los dueños virtuales e invisibles de las grabaciones en la nube, reanuda su transcurso, entonces, el alegato del profesor Noreña se pierde entre los ecos de los personajes de la serie, quienes gritan aturdidos, en expresión de tímpanos reventados, por culpa de que la bomba, finalmente, explotó.

Dos preguntas nacen antes de la vigilia:

-«¿Cómo poder evitarlo? ¿Cómo hacer que la bomba no explote?

Incapaz de una respuesta, vencido por el sueño, el profesor Noreña se hunde en su almohada, mientras sus ojos evitan el golpe de las luces emanadas por el televisor.

Nota: esta columna desea ser un homenaje a los Policías William Bareño Ardila y David Reyes Jiménez, y a la periodista Natalia Castillo, tres muertes violentas de la más de mil, ocurridas entre enero y noviembre del 2021.

¡País nefasto!

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