Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

La forma del pánico

…En memoria de Dilan Cruz, quien murió al ser herido en una manifestación, por un agente del ESMAD…

El profesor Noreña salió a la calle y encontró varias cosas curiosas… 

Unos manifestantes que se escondieron en las cañerías de una calle central de la ciudad, para huir de la fuerza pública, quien los perseguía por haber saqueado un supermercado, quedaron atrapados en las canaletas, por culpa de las fuertes lluvias. Casi mueren ahogados, y los perseguidores letales del principio, se convirtieron en salvadores humanos al final, proporcionándoles los primeros auxilios a unos tan sufridos manifes-maleantes

Unas calles más abajo, arrancándose los cabellos y los jirones de la falda, en una situación un tanto transreligiosa, pues sus arengas tenían el tono protestante pero su postura de rodillas rememoraba la usanza católica, una señora en trance místico espiritual, demandaba que los “cacerolazos” son la forma con la que el maligno decreta las hambrunas en la sociedad. La vehemencia de su alegato, gracias a un transeúnte mediático, se convirtió en un mensaje que viajó en forma de cadena por millones de chats en toda la ciudad…

Y por último, desde un barrio popular, postrado en la cima de una de las montañas de la antigua Atenas latinoamericana, llegaban los pitos y la algarabía de un bus de transporte público, robado por jóvenes beligerantes, que se había convertido en “chiva expiatoria” de la violencia. Con el fin de jugar a ser revolucionarios por 20 minutos, los jóvenes rompieron sus ventanas, lo arrastraron por el barrio, lo intentaron volcar y luego lo dejaron abandonado en un parque, como si tuviera la dignidad de ser un trofeo de guerra popular… 

Frente a tanta simultaneidad, el Profesor Noreña pensó para sus adentros: 

“…No me había recuperado de los menores muertos en un bombardeo… de la candidata a alcaldesa acribillada en los campos del país por hacer una campaña política seria y diferenciada… de los numerosos  gases lacrimógenos disparados en la cara de los manifestantes estudiantes, desconociendo el protocolo de los derechos humanos… de los habitantes de un pueblo perdido en la jungla, quienes pudieron enterrar a sus muertos 20 años después de la masacre… y ya tengo que lidiar, de nuevo, en vivo y en directo, con la forma del pánico…

Y es que al profesor Noreña, en algunas situaciones, lo habían tildado de cobarde, de falta de pantalones, por el simple hecho de querer preguntarle a la razón y a su inconsciente por la naturaleza de las cosas. Así había sido cuando se negó a formar parte del sindicato de maestros y también cuando, en una aparente escaramuza de ladrones, prefirió hacer un par de preguntas y observar desde el balcón, a unirse a la turbamulta de vecinos, quienes con palos de escoba querían apalear a unos supuestos delincuentes fantasmas.

Cobarde y todo, pero al menos no cometía los errores de sus gobernantes, a quienes el miedo y el pánico de la población los convertía en administradores absolutos del miedo, del pánico y de la persecución. Las palabras le fueron brotando de la boca como las de la señora fanática del principio y habría que decir que orquestaban, perfectamente, con el camino de piedra del barrio antiguo, que lo conducía a una plazoleta histórica por pequeña, por drogadicta, por artística. 

Allí había decidido apaciguar sus convulsiones mentales, que versaban así:

“El presidente responde con militares en las calles mientras afirma que está abierta la ventana del diálogo…quien da la mano para morder a quien lo saluda es más pillo que el que no tenía ganas de saludar, pues desconoce al beligerante en su integridad y lo anula con violencia… El alcalde de la ciudad, con visibles gestos de trastorno bipolar, estrés postraumático y síndrome de Guillain Barré, anuncia en medios que detrás de las manifestaciones hay fuerzas organizadas que desean desestabilizar la institucionalidad para tomarse el poder político… quien propone una reducción del problema a partir de la simplificación de su complejidad se parece al director de orquesta que pretende lograr los sonidos a falta de su batuta… Los medios de comunicación, en ausencia de veracidad, publican sin rasero todo lo que aparece en las redes… quien actúa como una bola de nieve rodante, no le cabe después, en la boca, el tamaño de su irresponsabilidad…”

La plazoleta pequeña estaba sola, el eco de los pensamientos del Profesor Noreña había desaparecido. Las escaramuzas, las revueltas, los saqueos, las arengas, los gritos, las carreras de huida, los parlantes viejos con voces roncas, las ollas maltratadas y todas esas formas del pánico se escuchaban a lo lejos, sin parecer detenerse.

Solo, el profesor Noreña pensó en su cobardía… “al menos mi pánico tiene la forma del pensamiento”… Se dijo como contentillo. 

Un perro empapado, lleno de barro, con los ojos gritando hambre, vino a lamerle la mano. El Profesor Noreña lo acarició y tratando de levantar sus ojos le dijo: «a punta de tinto, sigamos abriéndole hueco al estómago».

Nota: este texto fue escrito un día antes de la muerte de Dilan. Transformo el epígrafe en virtud de su nombre, que guarda en su esencia una espeluznante pregunta: ¿cuántos muertos más para evitar dejarnos gobernar por la incapacidad? Andrey Porras Montejo.

 

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