El anunció de que el proceso de paz bien puede cerrarse, positiva o negativamente, dentro de cuatro meses, al lado del cese unilateral de acciones violentas por parte de las Farc, abre la expectativa sobre la valoración del camino recorrido hasta el momento, en unos diálogos de paz desgastados por tantas transformaciones, contradicciones, mentiras y diplomacias indeseables.
En primer lugar, quisiera decir que los artilugios de las Farc están directamente relacionados con la malicia (o sebicia) con la que realizan sus ataques, es decir, los eufemismos de sus declaraciones se parecen a sus procedimientos de guerra. Esto es, la chiva bomba contra una estación se parece a palabras como «un puñado de oligarcas» o la lancha bomba es una extensión de palabras como «la politiquería de turno«.
Y aunque parezca un poco reforzada la comparación, abría que anotar que el reflejo de las palabras que decimos es el reflejo de nuestros actos, y en el caso de las Farc, las dos aparecen imbuidas de inmensas mentiras. En Colombia no existe politiquería de turno, pues las grandes maquinarias se encargan de cambiarle los nombres a quienes los representan. Lo mismo ocurre con los oligarcas, gracias a la redundancia de la expresión: la palabra involucra en sí mismo un grupo, por lo que la expresión «puñado de oligarcas» resulta una redundancia. Ignorancia por todas partes.
A su vez, el utilizar una chiva o una lancha como objeto para conducir un ataque, no solamente maltrata la cultura popular al utilizar objetos de sustento diario en sabotajes violentos, sino que descubre un nivel ramplón de la malicia: hago daño corrompiendo los estandartes del pueblo y deplorando su naturaleza. Otro potente anegamiento de ignorancia.
En segundo lugar, virando hacia el lado del gobierno colombiano, los artilugios también existen, esta vez demostrando el estúpido contrapunteo entre quienes están o no a favor de la paz. El gobierno tiene acostumbrado al pueblo colombiano a que, después de una crisis fuerte, se anuncia un adelanto inesperado: hace algunos años, después del paro de transportadores, se anunciaron los diálogos de paz con las Farc; de igual forma, en días pasados, después de todas los ataques de las Farc por el país, se anuncia una fecha límite para el conflicto y las negociaciones, como tratando de apagar el sol con las manos, en una idea de continuismo sin reflexión: todo ello confirmado en el tibio discurso del Presidente el pasado 20 de julio, donde no solo utilizó un refrito de la historia como metáfora, sino que, plagado de vaguedades, terminó con una semblanza sobre los famosos deportistas colombianos, quienes difícilmente pueden compararse con todos nuestros problemas.
Las formas de hablar se parecen a los actos, y en el caso del gobierno, pareciera que su dicho favorito fuera «el que peca y reza, empata«: garantía de que no habrá un resultado concreto, no sólo con la paz, lamentablemente. En ese ir y venir se van sanjando las dudas, se le hace una apología a las generalidades, se abordan temas sin profundidad académica o investigativa, se toman decisiones a partir de vaguedades, para que, en medio de este rollo, los opositores encuentren tierra firme para todas sus sandeces… «la humillación de las Fuerzas Armadas«, «la entrega del país a la guerrilla«, «la negociación con delincuentes«, «la falta de seguridad democrática«, entre otras.
Estos dos años de conversaciones han pelado el cobre de los actores, por un lado está la ignorancia, enmascarada en una palabrería rimbombante y anacrónica,destartalada en unos métodos violentos que le hacen mucho daño al pueblo; por el otro, está un espíritu dubitativo y temeroso, perdido entre generalidades y buenas intenciones, como las del amante seguro pero precoz, que camina hacia delante con miedo, temblando en cada paso.
La paz es un hecho más allá de lo que esté en juego, por eso debe mantenerse desde una óptica popular y no desde las mentiras de sus representantes. Sus verdaderas preguntas son: ¿qué hacer con el sustento de la gente que tenía la violencia como entrada económica? ¿qué nueva motivación debe salir de su cerebro para entender el mundo que lo rodea sin atravesar por la violencia? ¿cómo brindarle un punto de quiebre al que ha matado y ha sacado beneficio de ello?
El problema está allí, en los millones de colombianos que aún encuentran su sustento, espiritual y físico, en la violencia.