Utopeando │@soyjuanctorres

Publicado el Juan Carlos Torres

“Un tiro y listo”

“Con uno que maten, ya se calman” se escuchó en la transmisión en vivo en el Canal Caracol, cuando cubría las manifestaciones en Bogotá en el marco del Paro Nacional. Aunque aún no se confirma el responsable de la declaración y el canal afirma que no se trató de sus periodistas, la expresión encarna el sentir de un gran sector de la sociedad que ha desarrollado el ideario que se puede decidir sobre la vida de los demás en razón de sus creencias, militancia o simpatía política o ideológica.

“Un tiro y listo, no veo el lío en limpiar las calles de esta gente que es estorbo para la sociedad”, expresó Andrés Arcos, contratista del Ministerio del Interior de Colombia, para referirse igualmente, a la suerte que les corresponde a las diferentes expresiones de la sociedad civil que hacen presencia en las calles para implorar al gobierno ingentes transformaciones sociales.

Son tan altos los niveles de polarización política y social en Colombia, que basta con ser miembro de movimientos estudiantiles, sindicatos, agremiaciones sociales y ambientalistas o expresar cualquier opinión contraria a las ejecutorias o semblanza del gobierno de turno, para labrar la estigmatización; y aunado a ello, en las mentes seducidas por el pensamiento paramilitar que cooptó esa ala bifurcada de la sociedad desde la década de los 80’, para cincelar el ideario de exterminio.

Jóvenes como Andrés Arcos no son culpables de lo que imaginan y expresan, son víctimas de esa corriente mal heredada socialmente, alimentada en el pensar y actuar de doctrinas políticas, inoculadas desde prédicas fundamentalistas y con sigilosa complicidad de los medios de comunicación.

Es tal el trastorno, que promueven la violencia sin vergüenza y, cuando les toca, sin aversión, excusan lo conveniente. Son viscerales para sugerir que todo el que protesta es un vándalo, dispuestos para exculpar los excesos de la Fuerza Pública, y vehementes y argumentativos para justificar las ejecuciones extrajudiciales, los asesinatos sistemáticos de líderes sociales y comunidades indígenas. Algunos más recatados, no se arriesgan a lo último, pero se tornan silentes e indolentes.

Del otro bando, sus similares, enérgicos para inducir a los violentos a atentar contra uniformados, en razón a la inconformidad y la resistencia; y plácidos con el secuestro, las violaciones sexuales y el reclutamiento forzoso. Como los anteriores, todos acomodados según la doctrina.

Albergan, además, en la conducta, la propensión genética del colombiano a resolver  las diferencias en medio de la conflagración; así nos emancipamos del yugo español, así nos contaron la historia, así nos levantamos, en medio de guerras, guerrillas y paramilitares, así coexistimos, y así estamos guiando a las próximas generaciones. Condenándonos perpetuamente a una guerra y otra, trasladando la creencia que tenemos derecho a recomendar, quién no merece vivir.

Esta desnaturalización por el respeto a la vida y las diferencias ideológicas se debe contrarrestar desde la preeminencia de valores como la tolerancia. Hemos perdido inclusive, la capacidad de conmoción frente a los más grandes actos de barbarie, perpetrados tanto por organizaciones radicales de izquierda y de derecha; y en general, de cualquiera con fuero o al margen de la Ley.

Nuestro sistema educativo está en mora de incorporar, desde temprana edad, cátedras orientadas a promover el goce y el respeto por los Derechos Humanos, la paz, la convivencia, el manejo de diferencias, la solución de conflictos y la verdadera democracia; sólo así, es posible anhelar una sociedad pacífica, que no invite a asesinar al prójimo en razón de sus diferencias; es decir, una sociedad tolerante, de la cual, adolecemos hoy.

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