Con su habitual discurso panfletario la ultraderecha colombiana ha desempolvado sus ambiguas esquelas de discordia, esas mismas que en toda nuestra vida republicana, desde un sector y otro, ha causado imborrables huellas de violencia e intolerancia en nuestra sociedad, como preanunciando que seguiremos condenados a la hostilidad.
Ni el mentor de la mal llamada y confusa resistencia civil le ha explicado al país a ciencia cierta cuál es su alcance y cuáles son los medios a emplear para el logro de sus fines; o se trata de una pasional, espontánea, apresurada y equívoca alegoría que no ha podido enmendar y ha trascendido sin revés, o de algo muy secreto que se teje al interior del clan. Han pretendiendo igualar su llamamiento con la desobediencia y resistencia civil pacífica que desarrolló Gandhi en la India, olvidando el detalle que Mahatma batallaba a favor de la paz y no contra ésta.
Tal parece que se acostumbraron tanto a la guerra que hoy le temen a la paz, a ese estado de tranquilidad social que desconocemos y que anhelamos pero que nos ha sido esquivo desde toda la vida patria, es menester recordar que Colombia se convirtió en República en medio de la guerra y ha convivido, forjado y avanzado aún en ella; aunado a ello ese carácter impulsivo que caracteriza nuestra raza e idiosincrasia y que se ha alimentado con nuestra violenta cotidianidad, donde creemos que la sangre es justicia, premisa de la cual se valen los avivados para conectarse con las masas y enardecerlas.
El ex Presidente Uribe ha encauzado la paz hacia una guerra de egos. No podemos olvidar que en su gobierno buscó dialogar con las Farc, planeó reunirse con Alfonso Cano y Pablo Catatumbo en secreto en Brasil a través de su alto comisionado de paz Frank Pearl; también ofreció curules en el congreso a la organización guerrillera sin reparación ni verdad, registros multimedia de fácil acceso en la web así lo soportan. Asimismo, ordenó la liberación del guerrillero Rodrigo Granda y lo nombró gestor de paz para lograr un acuerdo humanitario con las Farc.
En ese mismo gobierno nos tragamos los sapos de la convención secreta e ilegal en la denominada “refundación del país” pacto de Ralitos que rubricó el ex Presidente y que acabó por facturar prisión a sesenta congresistas parapolíticos e investigaciones a medio millar de gobernantes también aliados de las Autodefensas. Aceptamos sin plebiscito los acuerdos de Justicia y Paz con el paramilitarismo, proceso que sólo condenó menos del 2% de los desmovilizados que ascendieron a treinta y un mil quinientos; y finalmente no hubo ni paz, ni justicia, ni resarcimiento, ni restitución de tierras, ni perdón, ni desmovilización total y menos olvido; en cambio dejó prófugo al ex comisionado de paz Luis Carlos Restrepo por engañar al país con falsas desmovilizaciones, y trasladó la guerra rural a las grandes ciudades tras la mutación de gran parte de las AUC en bandas criminales emergente Bacrim. Y aunque el país sabía con antelación que no se le preparó para la reinserción de los insurgentes a la sociedad civil y se vaticinó el fracaso del proceso, nadie convocó una resistencia civil porque finalmente todos queríamos lo mismo que hoy, el cese de masacres y derramamiento de sangre de más hermanos colombianos.
El conflicto interno en Colombia ha cobrado más de doscientos veinte mil muertos, cuatro veces más y en una década menos que los muertos del conflicto palestino-israelí. Por alguna razón Virgilio Barco negoció con el M19, Álvaro Uribe con las AUC e intentó hacerlo con las Farc con toda clase de prebendas menos garantistas que las de justicia transicional; lo hizo Andrés Pastrana en el mayor fracaso de negociación con las guerrillas despejando y entregándoles posesión eventual de cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados de territorio en San Vicente del Caguán, y hoy curiosamente se rasga las vestiduras como Uribe y se declaran opositores al Proceso de Paz, refrendando el antes citado ideario que la “paz es una guerra de egos”, de quienes quisieron negociar sin éxito con las Farc y aparecer reseñados en los libros de historias y revistas mundiales como héroes. ¿Entonces por qué si apoyar la paz de Uribe y de Pastrana y no la de Santos?, si al final todas se sustentan en lo mismo.
El único propósito de la “resistencia civil” debería ser resistirse a irrespetar la democracia y la institucionalidad, a confiar en el pronunciamiento de los colombianos a través del plebiscito, a no incendiar el país, a no auspiciar la generación de más violencia, a resistirse a la idea que no representan a toda la sociedad como suponen; y sobretodo, resistirse a la victoria de la paz.
No podemos dejarnos chantajear una vez más por quienes amenazan al país con la insubordinación y la violencia política, así lo han hecho desde siempre y algo debimos aprender. Sepan que la guerra la hacen los hijos de las clases sociales menos favorecidas en defensa de los intereses de los acaudalados que nunca entregarían a sus hijos un fusil. Esta guerra no nos pertenece y menos a nuestros hijos, aquí no hay causa sólo intereses de un sector y del otro, por eso hay que acabarla; ¡gana el país, ganamos todos!
@soyjuanctorres