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Feliz navidad

El Caminante
El Caminante

 Fernando Araújo Vélez *

Escribió su más dolorosa confesión en media página de papel periódico y la guardó en el último de los Quijotes que había adquirido, un antiquísimo ejemplar que, le dijeron, perteneció a Marcel Proust. No quería que su mujer la encontrara, pero tenía que expiar sus culpas, sus viejos remordimientos, y sólo podría lograrlo con una declaración escrita.

Ella detestaba su colección, tal vez porque él nunca le respondió cómo había conseguido sus libros. Él se refugiaba en sus Quijotes por horas y días, sobre todo durante sus últimos meses. Incluso, cuando murió, se desplomó sobre esa, la parte sagrada, la única parte sagrada de la inmensa biblioteca que había heredado su mujer. Algún amigo socarrón comentó que había querido ser personaje hasta en su muerte, pero también en su muerte había fracasado.

Ella encontró la nota-confesión en las Navidades de 1998, un año y dos meses después de que su marido hubiera fallecido. Duró esos 14 meses entre el abandono mis odios y busco en sus libros algo, lo que tanto lo fascinaba, o me quedo tranquila, pero el misterio, los celos y el odio que alguna vez albergó hacia él fueron más fuertes. Y aquel 24 de diciembre hurgó, sacó de los estantes los 134 Quijotes de su esposo, se tomó dos, tres, cinco ginebras, leyó cientos de subrayados y anotaciones al margen y halló un sobre con su nombre. Lo abrió, nerviosa. Encendió un cigarrillo. “Sólo espero que me acompañes pronto en mi eterna condena. Con amor, Federico”.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online. Tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos del periódico El Espectador.

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