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Publicado el Juan Carlos Torres

Carnaval de Covid

La resiliencia epidemiológica conquistada hasta ahora en Barranquilla, los  indicadores de seroprevalencia, el mejoramiento de la capacidad de respuesta del sistema de salud, los avances en población vacunada y la disponibilidad de trescientas camas, no alcanzan para abrirle las puertas aún al carnaval. Podrán persuadir a los concejales, a la mismísima OMS y al Papa Francisco si quieren, pero todo barranquillero sabe que, en una fiesta de carnaval, conceptos como: normalización social, autocuidado y distanciamiento, son un saludo a la bandera. Ni en la fila a la entrada y menos en el fervor del show, se cumplirán protocolos.

Hasta en las rumbas más gomelas, no imagino un baile de macta llega, el mapalé o un merecumbé a dos metros de la pareja, ni que bailáramos bambuco. Menos imagino, la gente auto echándose maizena o espuma, lavándose las manos por cada trago que sirva, o un vaso por cada trago de ron. Esos serían verdaderos protocolos de autocuidado, que ni el barranquillero más disciplinado observaría.

“Medidas extremas de bioseguridad”, es un tecnicismo que cabe en el papel y el discurso; sin embargo, es incompatible con la efervescencia que caracteriza al barranquillero poseído con el ritmo de un tambor, un par de “frías” y los elevados decibeles del picó.  No aprendimos a cuidarnos en los picos más altos de la pandemia, de hecho, muchos aún no saben de qué lado va el tapabocas. Creer que en una rumba caribeña se está a salvo del contagio, es la más ingenua de las utopías.

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¡El carnaval va porque va!, dice la soberbia dirigencia, que cuentan con el beneplácito del periodismo local más influyente, so pena del perjuicio sobre la salud pública y la vida. Si hay espectáculo VIP para la “pupis”, no se quejen cuando en el sur, cierren las calles para celebrar a lo pobre: sin exigencia de carné de  vacunación, provisión de dispensadores de antibacterial, mascarillas N95 y cartilla de protocolos, ni carrito de chuzo con normas de bioseguridad. La autoridad debe ser moral, con ejemplo, no enviándoles luego al Esmad y echándoles la prensa y la ciudad encima a los de a pie, culpándolos de la hecatombe.

Actores de la sociedad médica y científica barranquillera, que asumen con su pellejo y vida, las veleidades de la pandemia, rezan para que el carnaval no se lleve a cabo, pero los devotos de “San plata” y “San Rumba”, no escuchan sus plegarias.

La realización de las fiestas carnestolendas es la antítesis del sonsonete cotidiano de autocuidado del Alcalde, con el que inundó nuestra conciencia todo un año. Ahora el mensaje es: vamos a carnavalear, pero es tu responsabilidad cuidarte.

Que la gente no se cuide y que celebre por su cuenta, es incontrolable, pero que la autoridad sea quien propicie concentraciones de mayúsculo aforo, sabiendo que representa el mayor foco de contagio, es inconcebible.

Pasto y Cali, son el vivo ejemplo del revés que representaron sus fiestas, multiplicaron  diez veces los contagios, aunque advertían, que controlarían el cumplimiento de protocolos. Si no hubo «Dios ni Ley» capaz de controlar a los pastusos y caleños, imaginen a un barranquillero arrebatao.

Los alcaldes de Ciénaga (Magdalena) y Santo Tomás (Atlántico), acertadamente, cancelaron las Fiestas del Caimán y Santoto. Toma ejemplo, Jaime. No retrocedas en cuatro días lo que lograron en un año. Barranquilla recién salió de UCI, no es momento de abusar.

Por un año más sin carnaval no morirá ningún barranquillero, pero por Covid19, van más de cinco mil y contando.

@soyjuanctorres

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