Umpalá

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Primero tenemos que derribar esas estatuas.


Primero tenemos que derribar esas estatuas.

Ella con su corona y levantando su vestido.

Él con un ancla, esa que debió colgarse al cuello.

Primero tenemos que derribar esas estatuas.

En mis recuerdos muchas veces cambiaron de sitio.

En mis recuerdos siempre estuvieron allí donde la Calle 26 se divide.

A la izquierda, Fontibón (“Poderoso Capitán”); a la derecha, Alamos (Nombre científico: populus alba) ; siguiendo de frente, el aeropuerto que todavía se llama Eldorado.

Ese mito que jamás fue nuestro.

Ya tendremos tiempo de cobrarnos todo el oro que se llevaron diciendo que buscaban la ciudad dorada.

Primero tenemos que derribar esas estatuas.

Esas dos estatuas frente a frente.

Cada vez que pasábamos por ahí, mi padre, tuve un padre en algún momento de mi vida, hacía el mismo chiste.

Este es el Triángulo de las Bermudas”

Me tomaría años entender que se refería a que los autos desaparecían en los moteles de la zona.

Mi padre contaba siempre chistes que yo no entendía. Siempre los mismos.

Una vez me llevó a ver los travestis de cerca a la Tadeo y me dijo “A esos Dios los convirtió en mujeres porque no les gustaban las mujeres”.

Ya tendremos tiempo de matar los padres que se fueron sin explicar sus bromas que no eran bromas.
Primero tenemos que derribar esas estatuas.

En mis recuerdos (esa versión de la historia que olvida las derrotas) todo mundo las llamaba s “las de los Reyes Católicos”

Y la expresión “Rayos Catódicos” aún se utilizaba para hablar de la televisión.

Ya tendremos tiempo de colgar de las antenas a esa gente que a través los rayos catódicos y las ondas hertzianas, las amplitudes y frecuencias moduladas nos dice que los monumentos se respetan.

Primero tenemos que derribar las estatuas.

Primero tenemos que decapitar la de Isabel de Castilla, que pagó los barcos y los marineros.

Atarla entre muchos, tirar entre todas, que se desbarate al estrellarse.

CRASH!!

Primero tenemos que decapitar la de Cristobal Colón.

(Porque él es de la otra estatua y no un rey católico).

(No sé qué da más pena)

Ya tendremos tiempo de borrarnos las enseñanzas de quienes nos inculcaron la admiración por el almirante.

Primero tenemos que derribar esas estatuas.

Tenemos que oxidarlas, con la orina, con los escupitajos.

Cubrirlas de pintura, adornarlas con excrementos si tenemos algunos a la mano.

Primero tenemos que derribar esas estatuas.

Son sólo dos estatuas.

Son sólo dos estatuas.

Son sólo dos estatuas.

Hay ciudades en África, países enteros, que cambiaron de nombre no para olvidar el dolor

(porque tanta sangre, mi gente, tanta sangre no se olvida)

Tenemos que aprender de África,

Del pueblo de Bristol que ayer arrojó a la bahía la estatua de Edward Colston y de los de Antwerp y Bruselas, que hicieron trizas la de Leopoldo II, el carnicero del Congo.

Y de quienes en Boston se nos adelantaron decapitando a Colón

Y los obreros con chalecos antibalas que retiraron, los monumentos de los generales confederados en esas ciudades en los Estados Unidos del Norte de este continente que no debería llamarse América.

Ya tendremos el tiempo de cambiar de nombre a este continente

y bautizar otra vez a este país, que a lo mejor deje de sangrar cuando se llame de otra manera

Primero tenemos que derribar esas estatuas

Porque nadie lleva con orgullo el nombre del padre que lo engendró por la fuerza

Primero tenemos que derribar esas estatuas

Porque me dirán que España nos dejó este idioma en el que escribo

Pero es el idioma del rapto y nadie debe otra cosa que la espada al padre que lo engendró por la fuerza.

Ya tendremos tiempo de recuperar para nosotros las lenguas que no hablaron más

las lenguas cortadas con la daga de los conquistadores.

Primero tenemos que derribar esas estatuas.

Son sólo dos estatuas.

Son sólo dos estatuas.

Son sólo dos estatuas.

(Si para pasar hay que tumbar los muros, hay que tumbar los muros, son sólo piedras y su destino siempre fue convertirse en polvo)

(Si para contar el dolor hay que derribar las estatuas, hay que derribas las estatuas. Son sólo fierros y su destino siempre fue convertirse en óxido).

Ya vendremos por el resto. Ya cambiaremos todos los nombres.

No podemos ser el último pueblo del mundo que homenajea a sus verdugos.

Primero tenemos que derribar esas estatuas.

Arrojar a un caño de aguas negras lo que quede de la escultura de la Reina que nos impuso la Cruz.

Arrastrar por las calles el cuerpo de bronce del almirante admirado que con su dedo señala nuestras montañas

como si esta tierra alguna vez le hubiera pertenecido.

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