Durante 97 días, Leonardo se despertó entre las seis y las siete de la mañana. No importaó cuánto traté de explicarte que no había necesidad, que otro ratico, que a las ocho de por Dios.
Durante 97 días, Leonardo ME despertó entre las seis y las siete de la mañana. Entrando despacito, abriendo la cortina de golpe y gritando «Ya es de día!!»
Y si no funcionaba la estrategia (casi nunca funcionaba), recurriendo al chantaje emocional de decir «Tengo hambre».
Y a eso uno no se resiste.
Durante 97 días, Leonardo ME despertó entre las seis y las siete de la mañana
Hoy a las ocho seguía pataleando porque tenía sueño.
Hoy había que estar en la escuela a las 830.
«¿No tienes hambre?»
«No. Quiero dormir otro poquito»
Hoy, el día del regreso a la vida de antes.
Eso. La vida de antes.
A nadie le gusta vivir historias trágicas pero si toca vivirlas a todos nos gusta que nos las cuenten bien. “Bien” es como en los cuentos de hadas, los libros de suspenso y las películas de Hollywood.
Bien es sin mucho rigor pero con emoción.
Así como nos han y nos hemos contado la historia del Covid.
Así como con esa frase tan dicha en estos meses:
“DEJEN DE PREGUNTAR CUANDO REGRESARÁN A SU VIDA DE ANTES.
LA VIDA DE ANTES NO VOLVERÁ”
Pero volverá. Es desde ahí desde donde les escribo.
Hoy las escuelas de Francia volvieron a abrir . Sin barreras de plexiglas, sin restricciones a la hora de jugar, sin guantes, sin horarios modificados, sin que los niños y niñas tengan prohibido de corretearse en el patio jugando a policías y chalecos amarillos, sin que nadie les diga que no pueden compartirse los juguetes, así babeados como les gusta.
Sin que los docentes estén vestidos como los liquidadores de Chernobyl.
La escuela de “después” se parece mucho a la de antes.
Y todo el resto.
El confinamiento terminó el 11 de mayo. Han pasado seis semanas sin un aumento significativo de casos y sobre todo sin un aumento de fallecimientos, lo que muestra que no sólo el virus contagia menos sino que sabemos mejor cómo tratar a las personas que presentan síntomas graves. Han pasado también dos semanas después de que 20.000 personas se reunieron en una manifestación contra la violencia y el racismo de la Policía. Ayer, motivo solsticio de verano y Fiesta de la Música, miles de personas bailaron en las calles de todo el país.
Y casi nadie llevaba tapabocas.
El que será sin duda el accesorio que marcará la moda del 2020 todavía es obligatorio en el transporte público y se usa aún para entrar a los almacenes y supermercados, más por cortesía con quienes allí trabajan, y sobre todo sin mucho rigor. Como en la calle se ve poco, es claro que la gente lo lleva en el bolsillo y se lo pone al entrar, justo antes de limpiarse las manos con gel desinfectante.
Y listo, a consumir pues.
La vida de después se parece mucho a la de antes.
Para bien Y para mal.
No es que el confinamiento haya sido inútil o innecesario y sobre todo no había otra alternativa en ese momento en el que la gente se moría en horas o pasaba semanas conectada a respiradores artificiales.
El confinamiento permitió ganar tiempo, saber más sobre el virus, limitar la saturación de las urgencias. El confinamiento salvó tal vez millones de vidas.
No es que el virus sea un complot de Bill Gates ni una gripita.
No es que todo vaya a seguir bien.
No es que el virus no pueda darnos uno sorpresa, una segunda parte.
Es que aquí y ahora, la vida de después se parece mucho a la de antes y a lo mejor esa es una buena noticia para ese otro lado del mundo de donde vine.
Todo tiene su final. Hasta los confinamientos.
(Al escribir esto casi me dieron ganas de escuchar «Todo tiene su final» del señor Lavoe, pero es la primera mañana desde hace 97 días que Leonardo no está en la casa: la ocasión merece ponerse una tandita de Cradle of Filth a todo volumen)
Aquí y ahora ha habido hasta protestas exigiendo papeles por los indocumentados y mejores condiciones laborales para el personal de salud y ha habido hasta lacrimógenos.
Aquí y ahora apenas hace sol la gente se amontona para improvisar días de campo en cualquier pedazo de hierba disponible, los parques están llenos de niños jugando (que no quieren entrarse y después andan quejándose de sueño así como sus pobres padres se quejaron durante todo el confinamiento en el que tuvieron que lidiar con ellos), la cerveza fluye en los bares y los restaurantes sirven hasta tarde para tratar de recuperar las pérdidas.
Y mañana abren los cines