Las felicitaciones de día del padre me hacen sentir incómodo. Sé que son con buena intención, sé que muchas vienen de gente que quiero y me quiere (y a ese gente le pido disculpas) pero me perturban.
No quiero decir aquí que nadie pueda querer y/o felicitar a SU papá por/a pesar de haberlo traído al mundo. Lo incómodo es la felicitación horizontal que es de mal gusto y ya lo había sentido en el día del periodista cuando veía a los colegas congratularse entre ellos citando a Camus y García Márquez con su historia del oficio más lindo del mundo y olvidando que como colectivo damos más pena que otra cosa. Hay excepciones claro. Sin duda también entre los padres los hay.
Pero de ahí a merecer una felicitación general hay mucho camino.
Primero porque como generación fracasamos a la hora de dejarle a nuestros descendientes un mundo más limpio y una sociedad más justa. No estuvimos a la altura. No dimos toda la lucha. No fuimos capaces de dar los sacrificios necesarios. Por miedo. O por comodidad.
O cansancio, tal vez. Fatiga.
Pero no lo hicimos.
Segundo porque la paternidad en sí no tiene ningún mérito. La concepción es breve (en el mejor de los casos no es TAN breve) y como decía Andrés Caicedo gozamos al concebir nuestros hijos y así no hubiéramos gozado los concebimos. Elegimos traerlos a este lado y no merecemos ni aplausos ni regalitos por rompernos la espalda trabajando para darle comida y techo y sobre todo respeto y cariño.
Eso es lo mínimo. Lo humanamente mínimo.
Yo la paternidad apenas la estoy empezando y, al contrario de lo que creen muchos entre ellos mi propio padre, es una tarea que durará toda la vida. Ya juzgará Leonardo (que ni un tinto me trajo hoy) cuando él sea adulto y yo calvo y viejo, si estuve a la altura.