Antonio nació en Manizales, lleva unos 10 años viviendo en Guatemala y tiene una empresa de publicidad que camina muy bien. Vive tan acostumbrado, como todos los guatemaltecos de la ciudad, a sobrevivir a la explosión de violencia que se incrementó en los últimos años. Es muy común escuchar aquí a nacionales y algunos extranjeros (incluyendo a Antonio) decir que la violencia se termina matando a todos los violentos. O sea, resolvamos violencia con violencia.
Durante el gobierno de Oscar Berger en Guatemala, los índices de violencia alcanzaron niveles insólitos. Constantemente aparecían personas asesinadas e inmediatamente las autoridades de seguridad salían ante los medios diciendo que eran mareros, narcotraficantes o lo que sea y que seguramente habían sido asesinados por ajustes de cuentas. Nadie cuestionaba nada.
En septiembre de 2006 a través de un operativo gigantesco dirigido por el Ministerio del interior, con apoyo de Policía Nacional Civil y Ejército, tomaron una de las cárceles más grandes del país en la madrugada con el objetivo de retomar el control del lugar. Al final, las autoridades del país dijeron que el operativo había sido un éxito, con el “pequeño detalle” que tuvieron que actuar ante el ataque de unos reos que dirigían el penal (entre ellos el colombiano Jorge Batres Pinto que pronto terminaría de cumplir su condena por narcotráfico) y que “lamentablemente” este grupo de reos había muerto.
El jefe de la policía, una de las cabezas de este operativo, de nacionalidad Suizo-Guatemalteca, fue juzgado este año en Suiza y condenado a cadena perpetua por ejecuciones extrajudiciales, al comprobarse que no hubo tal enfrentamiento, sino una lista previamente elaborada de las personas que debían ser ejecutadas ese día.
A ese mismo equipo encargado de la seguridad del país se le menciona en el asesinato de unos diputados salvadoreños por un tumbe fallido, la ejecución de unos reos que se fugaron de otra cárcel y de un grupo de dirigentes campesinos que pedían mejora a sus condiciones de trabajo.
El país aun no se ha recuperado de la violencia que creció, en buena parte por la implementación de una política (en voz baja) de limpieza social por parte del gobierno.
La limpieza social es un monstruo que crece con muchos tentáculos y crea monstruos aun mayores que los que buscaba destruir. La limpieza social le da el poder a las personas de decidir sobre la vida de otros. Los que realizan limpieza social empiezan acabando con los “malos” pero al verse empoderados van después detrás del joven que embarazó a la sobrina, del tipo que le chocó el carro, de la vieja que se prendió a la bocina del carro como desquiciada y del compadre que se burló de ellos en una fiesta.
Tristemente por la historia que arrastramos, muchas sociedades latinoamericanas piden sangre y más sangre “porque solo así se solucionan los problemas”.
Hace unas semanas, durante la efervescencia del ice bucket challenge, un tuitero en Colombia tuvo la “genialidad” de sugerir que llevaran a La Habana recipientes para que las FARC también hicieran el reto, pero que a esos recipientes se les agregara ácido. Más grave que su propuesta fue la cantidad de favs y retweets que tuvo. Antonio, el de Manizales, desde aquí aplaudió también la propuesta.
Ninguna sociedad encuentra paz tomando la justicia por las manos. Ninguna.
Twitter @Tolima_Toliman