Tareas no hechas

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La izquierda y la derecha según Leonardo Tangarife Urquijo

– ¿ A usted qué le gusta más: la izquierda o la derecha? – preguntaba Leonardo Tangarife a la gente del corrillo, mirándolos a los ojos.

Esa fue la primera vez que Martín lo vio. Fue por la época en que decían que Leonardo se había enloquecido. Martín siempre creyó que era un prejuicio de la gente del pueblo, porque ¿Quién podía decir con autoridad que el budismo, el robinol, la política, la meditación, la marihuana, la poesía y el despecho, no se podían mezclar? Nadie lo había ensayado con ese rigor y nadie podía decir que Leonardo careciera de sentido común.

Martín había ido al centro a pagar un club de Flamingo y cruzaba por el parque de Berrío cuando vio el corrillo y le dio por asomarse. En la mitad estaba un tipo alto, rubio, de ojos azules, con una piel pálida y demacrada, como un corazón de Jesus enfermo, con unos brazos huesudos que se apoyaban en un palo de escoba, a manera de bastón.

Martín se acercó al corrillo. En todo el centro del círculo Leonardo hablaba con una convicción reposada que nada tenía que ver con la locura. A sus pies, desparramdo en el suelo, había un morral de estudiante de bachillerato. Leonardo se inclinó, sacó del morral un marcador rojo y siguió hablando mientras caminaba acercando el palo de escoba a la cara de la gente:

“… Por ejemplo dígame usted: ¿Dónde está la mitad de este palo?… ¿En este punto? Perfecto, vamos a hacer una pequeña raya con el marcador en toda la mitad, así, de esta manera. Ahora tenemos un palo de escoba dividido en dos partes exactamente iguales ¿Cómo las llamamos? Sí joven muy bien: Ésta es la izquierda y ésta es la derecha, y si no le gusta de este modo le damos vuelta y ahora la izquierda es ésta y la derecha ésta otra. Vuelvo a preguntarle señora: ¿Usted qué prefiere: la izquierda o la derecha?… ¡La derecha! ¡La diestra! Muy bien, porque la otra es la siniestra, el lado de la maldad, el modo inadecuado, la mano torpe, como quiera llamarlo. ¿Le molesta la izquierda? ¿Le gustaría que sólo existiera la derecha? ¿Sí? Me parece muy bien. Joven, por favor le ruego ayúdeme a sacar de este morral el serrucho que ahí encontrará, abra el cierre por favor, ese no, sí ese, perfecto, gracias de nuevo. Entonces ahora querida dama vamos a proceder a complacerla para lo cual necesito que nuestro amable voluntario haga uso del serrucho y corte esa parte del palo de escoba que tanto disgusta a la señora, ¿No tiene dónde apoyarse? ¡Dónde quedó la recursividad de la juventud!, apoye la punta contra el suelo y serruche de lado, muy bien, dos serruchadas más y… listo, gracias joven, se nota su habilidad, debe usted ser muy útil y querido en su hogar, gracias de nuevo. Aquí tengo en mi mano la parte izquierda del palo de escoba. Ahora ábrame espacio amigo, usted el de la chaqueta roja, no vaya a romperle el parietal porque voy lanzar lo más lejos posible este indeseado lado izquierdo que ya no nos sirve, suazzzz, perfecto. Aquí entonces nos quedamos con nuestro lado derecho ¿Pero qué observa señora? ¿Lo ve? Sí, que esta mitad es exactamente igual al palo original, sólo que más pequeña, y mire… si se imagina la línea en la mitad del palo, verá que éste tiene también un lado izquierdo y un lado derecho. O sea que nuestro propósito no ha sido logrado… No se preocupe señora, no nos vamos a resignar, a la izquierda hay que extirparla de raíz, así que, caballero, le pido el favor que vuelva acá y con su diligencia partamos por la mitad este trozo de madera… así, gracias. Así, así, muy bien. Páseme ahora ese lado indeseado y de nuevo tengan cuidado porque esta otra izquierda va a volar a donde no podamos verla nunca más y… suaaazzz, ¡Perfecto!

Ahora veamos el trozo que conservamos… ¿limpio de izquierda? ¡Por Dios! No puede ser: este fragmento también tiene lado izquierdo y lado derecho…. ¡Joven! Vuelva a cortar que yo vuelvo a tirar. Con más rapidez y las veces que haya que repetirlo… ¡Hasta que no quede absolutamente nada del maldito lado izquierdo! ¿Qué dice señora? ¿Qué la cosa no tiene fin? ¿Qué de corte en corte va a desaparecer el palo?… Un momento. Joven: detenga entonces su labor, que creo que la señora ha dicho algo sensato. Por Dios: ¡Por más que cortemos siempre hay izquierda y derecha! ¿Por qué? ¿Alguno de ustedes me puede decir por qué? ¿Qué dice la jovencita? ¡Me puede hablar un poco más duro por favor!… ¡Que nosotros fuimos los que pusimos esos nombres, que el palo por si mismo no tiene lados! Sí puede ser…. ¿Y el señor que dice?… Sí, le escucho: ¿Que imaginamos siempre un lado izquierdo y uno derecho, y ya no pensamos en el palo que es lo que en verdad existe? Puede ser, puede ser. Yo sinceramente ya no entiendo nada… ¿Señora usted qué opina? Está bien, no es necesario hablar. Sí, el señor de gafas resultó un poco poético : “Que podemos seguir cortando pedazos hasta que sólo nos quede la nada partida en dos”. Muy acertado y oportuno. Y precisamente “nada” es lo que tengo ya por decir, ustedes lo han dicho todo. A un buen entendedor… los dejo, como dijo mi papá: Los abandono. Me voy por la izquierda o por la derecha, por el Norte o por el Sur, lo mismo da. Señora le dejo lo que quedó de nuestro palo, su lado diestro, pero no se olvide que si lo ve bien ahí le va con su complemento siniestro”.

Y Martín lo vio inclinarse rápidamente, recoger el morral y salir caminando sin mirar a nadie, como si fuera un empleado que regresara de un trance momentáneo en mitad de la calle y volviera a su rutina. Se dirigió a la calle Colombia en dirección al estadio, con el morral al hombro y pasos rápidos de trabajador atrasado. La gente se dispersó y siguió a sus asuntos. Algunos reclamaron que habían sido estafados, aunque nadie les había pedido dinero. Martín caminó hacia Colombia buscando Junín y se encontró con uno de los fragmentos de palo de escoba. Lo recogió y se fue jugando con él. Era un palo sin nombre ni secciones. Esa fue la primera vez que Martín vio a Leonardo Tangarife Urquijo.

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