Bloguera invitada: Dorotea
Acabando de desempacar maletas de un viaje inolvidable: no tanto por las emociones vividas o los personajes conocidos, sino por chocarme de frente con la realidad y comprender que los amores de verano no deben tratar de convertirse en algo más, por eso existen como categoría, si pudieran llegar a ser otra cosa no existiría una forma única para nombrarlos, para clasificarlos…
En Semana Santa viajé con unas amigas y mi hermana a Cuba, destino soñado por años que se aceleró al escuchar los anuncios de Barack Obama de cambios en su relación con el gobierno de Raúl Castro. Inmediatamente mi espíritu viajero se activó, alimentado por la periodista que también soy y por este gen caribe que no puede escuchar una maraca, un tambor o un son cubano. Estaba dispuesta a viajar sola si no aparecía compañía, pero se anotó a la lista una amiga que celebraría allí sus 40 años, y cuando pensé que sería un viaje de dos, mi hermana y una de sus amigas se subieron al bus. Salimos el viernes antes de la Semana Santa, la amiga de mi hermana, mi hermana y yo, y cinco días después llegaría la cumpleañera.
Desde la llegada al aeropuerto de La Habana quedé embrujada por ese caribe añejo, de colores terrosos, aspecto derruido y aire de nostalgia. La sensación de haber viajado varias décadas atrás en el tiempo, se hace cada vez más potente cuando ves los autos viejos en las calles, las casas y edificios antiguos – algunos a punto de colapsar sobre sí mismos-, la propaganda política en vallas pintadas a mano que te recuerdan que estás en un país que cree en otras cosas y que tiene otros héroes. Inmediatamente nos dirigimos a provincia pues el acuerdo era recorrer La Habana cuando llegara mi amiga la cuarentona. Conocimos Viñales y Pinar del Río en el occidente cubano, donde te reciben en sus casas particulares guajiros sencillos y cálidos, y conoces cómo se hace el mejor tabaco del mundo. De este occidente cubano me traje, además de tabaco, unas botellitas de Guayabita del Pinar, bebida tradicional de la zona que aún no sé cómo tomar, y la información inicial de que los cubanos son muy bellos, galantes y seductores; y no se vienen con cuentos: te lo piden de una.
Volvimos a tomar carretera rumbo a Trinidad de Cuba, en el centro del país, una de las villas más antiguas de América en la que pasaríamos solo un par de días mientras podíamos reunirnos con la otra viajera. El camino fue largo, pero nos permitió disfrutar de un paisaje de ensueño por la ruralidad cubana. En la primera noche en Trinidad fuimos a la Casa de la Trova: por primera vez en todo el viaje -que ya iba en su cuarta jornada- escuchamos esa música tradicional cubana que ha hecho que tantos colombianos amemos ese país; personalmente buena parte de la banda sonora de mi vida está nutrida por la trova, el son, el bolero y por la música de recientes artistas cubanos como Carlos Varela o Descemer Bueno. Sin duda, ese amor por la cultura, la música, la historia, me hacían especialmente vulnerable, mucho más si me había tomado unos mojitos de más, como ocurría todos los días del viaje. Esa noche comprendí que además de adorar la cultura cubana parezco cubana y debí repetir hasta el cansancio que era colombiana y que bailaba como tal. Ojo: cubanos y colombianos, aunque seamos caribe, no bailamos igual.
Al día siguiente, último día en Trinidad, decidimos ir a montar a caballo por el Valle de los ingenios, un recorrido de casi 4 horas en el que te cuentan cómo se cultiva la caña y pruebas guarapo y mojito tradicional cubano (endulzado con miel de caña); el recorrido finaliza con un baño en una refrescante cascada de agua dulce donde despedí un par de historias de amores fallidos para que se fueran con el agua que corre. También pedí al universo encontrar un amor bonito, justo como se llama la canción de Descemer Bueno que más estaba pegada en Cuba en ese momento. Regresando de la cascada y nuevamente a caballo ya las tres sentíamos el dolorcito en la cadera. Una linda guajira (así se le dice a los campesinos cubanos) nos dijo que montar a caballo era como una larga noche de pasión que no se olvida fácilmente. A esas alturas del viaje pensaba que esa sería la única pasión que conocería en Cuba, pero no!
Al volver a nuestro hospedaje de casa particular, cansadas como nunca, decidimos darnos un baño y salir a tomar algo. Nos habían recomendado Las Escalinatas para escuchar música en vivo y bailar, así que esa noche fuimos allí a despedir la villa con la tristeza de no haber podido recorrerla de día. En Las Escalinatas confluyen turistas y locales en un ritual de danza y cortejo; ya con varios mojitos en la cabeza salí a bailar con cuanto cubano me invitaba, eso sí, aclarando que soy colombiana y bailo como tal. Justo cuando le decía a uno de mis parejos esa retahíla defensiva, se sientan junto a nosotras tres chicos jóvenes y muy guapos. Cuando vuelvo de bailar una pieza de timba (salsa cubana con mucho timbal) uno de los chicos se me acerca y me pregunta: ¿colombiana, verdad? He ahí al cubano menos cubano del mundo: blanco, de cabello negro, alto y con una chaqueta del Inter de Milán, uno de mis clubes de fútbol preferidos. “Sí, por qué sabes” – respondí, e inmediatamente inicia su juego de seducción haciéndome sentir la turista más especial del lugar y recomendándome no bailar con “ese tipo de personas” que seguramente me pedirían un trago de ron o un poco de dinero al final de la noche. A partir de ese momento me sentí segura al lado de un cubano diferente, que no bailaba y que además me invitó a varios mojitos y me habló de fútbol, una de mis pasiones.
Entre mojito y mojito empecé a perder la noción del tiempo y en un dos por tres estaba en un bar con el cubano; luego, con el ron, la luna llena de esa noche y mi amor por lo cubano, resulté en un bicitaxi rumbo a una casita muy modesta: allí empezó mi noche loca (como dice la letra de Bailando también compuesta por Descemer Bueno…), con un gran amante cubano que me desnudó tres veces en tres lugares distintos, pues cuando ya nos dirigíamos a mi hospedaje, un beso apasionado nos hacía buscar otro refugio para amantes, y preservativos en un país en el que cada vez son más escasos y de peor calidad, según mi amante. El fin de la noche fue la alarma del cubano en la mañana y una salida rápida de un motelito. Mi amigo me entregó su tarjeta de presentación como hostel de una casa particular y me pidió mantener el contacto. Llegué a mi hospedaje a las 9: 00 a.m. y a las 11:00 a.m. nos recogía el transporte para volver a La Habana.
El resto del viaje sólo pensaba en el buen amante que me encontré y en esa noche inolvidable: ¿sería ese mi Amor Bonito? Estando ya en La Habana celebrando los 40 de mí amiga cometí el primer pecado: escribirle un correo al amante furtivo agradeciéndole por tanta pasión…Ya en Colombia y un par de semanas después el correo tuvo respuesta. Ya sabía yo las dificultades que existen en Cuba para acceder a internet, así que valoré muy especialmente esa respuesta y escribí de nuevo. Así empezó un intercambio de mensajes en el que el cubano me contaba de su vida, trabajo y familia en Trinidad y yo de mis cosas en Colombia. Poco a poco encontrábamos más afinidades escribiendo de turismo, de música, de fútbol.
Cualquier día averigüé cómo hacer una llamada -otro pecado- pues las llamadas desde y hacia Cuba están penalizadas por el gobierno, y ni siquiera el absurdo valor me detuvo. A los mensajes que cada vez eran más frecuentes y cariñosos le sumaba ahora una llamada ocasional que por las limitaciones y costo, motivaba las expresiones de cariño más inusuales y prematuras del mundo, de parte y parte. Tres meses después de mí primer viaje ya estaba pensando en volver a Cuba a visitar al amante furtivo con la disculpa de hacer un curso de radio y otras gestiones profesionales. Al cubano no le disgustó la idea y por semanas planeamos juntos el itinerario del viaje: sería un viaje de pareja que iniciaría en La Habana y finalizaría en Trinidad de Cuba. Sin lugar a dudas era una fantasía perfecta para una mujer soltera y de una buena condición económica, pegarse una escapadita de vez en cuando a esa isla del caribe y encontrar un anfitrión bello, alegre y dispuesto a acompañarla.
Con el paso de los días el cuento del amigo cubano se hizo común en las conversaciones con mis amigos más íntimos. Algunos hablaban de lo exótico del personaje y de la historia, otros ya me veían casada de nuevo y hasta viviendo en Trinidad, o trayendo a Colombia al chico cubano, practica muy normal entre las europeas que van a la isla. Yo sólo pensaba en volver a verlo, seguirlo conociendo y pasar una buena semana de pasión, aunque por momentos sentía que me había metido en camisa de once varas y que pese a la cercanía en los correos y llamadas el personaje era un desconocido. Aun así, la llama estaba encendida y el recuerdo de esa noche loca me animaba cada vez más. Sin embargo, a pocos días del viaje el amante furtivo empezó a recular: los mensajes no eran tan cálidos y cariñosos, aunque frente a la pregunta de si ¿pasa algo? ¿Aún me esperas?, la respuesta siempre fue: no pasa nada “Titi”, te sigo esperando.
Se llegó el día del viaje y la idea de volver a Cuba después de 6 meses me tenía feliz, pero esta vez, desde el principio, el viaje fue muy diferente: una hora y media en el aeropuerto de La Habana explicando por qué una colombiana regresa en tan poco tiempo y con tanto equipaje (durante meses recogí cosas para llevarle a mi amigo cubano y su familia) y la pregunta incomoda de: ¿te dejarías hacer un escáner en el abdomen?…
Al salir de la sala de equipaje allí estaba mi amigo cubano: tal y como lo recordaba: alto, blanco, musculoso y con ese acento caribe que te recuerda el modo vacaciones. Un saludo tímido pero cariñoso y rumbo al hospedaje. En el camino, chistes por lo rápido que hablan los cubanos y por lo lento que hablamos los colombianos, especialmente los paisas. Una que otra mirada coqueta y besos. Llegando al hospedaje el personaje preguntó dónde podía encontrar un gimnasio y salió a ejercitarse. Al regresar tuvimos un muy buen encuentro en la intimidad, pero la conversación entre ambos era escasa y básica. Al siguiente día mi anfitrión durmió toda la mañana, al despertarse fue al gimnasio, en la tarde salimos a caminar por el malecón y en la noche a bailar. Durante el baile coqueteó con cuanta mujer propia o extraña se encontró a su paso y exhibía su cuerpo musculoso como todo un gigoló: a esas alturas mis años de experiencia como soltera, casada y divorciada de vuelta en el mercado del usado, me hacían comprender lentamente una clara realidad: era un paquete, un paquete cubano.
Al tercer día de vacaciones, que debía ser el tercer día de Luna de miel, yo ya quería reorganizar unas cuantas cosas del viaje, como la compañía, por ejemplo. Ese día como los anteriores el personaje durmió hasta tarde y se ejercitó en el gimnasio cercano. En la noche salimos de fiesta y nuevamente el gigoló pidió pista: sin duda, mi amigo era en esencia un amante furtivo, un Don Juan encartado con el papel de amante en pareja.
Al día siguiente salí rumbo a Trinidad, tal y como lo habíamos planeado, pero sola: el gigoló decidió quedarse en La Habana, seguramente coleccionando historias de cama. En la mitad de mi viaje fue necesario rediseñar el itinerario y el objetivo del mismo: sola, incomunicada y no puedo negarlo, con parte de mi corazón roto: fueron casi 6 meses de comunicación ininterrumpida en la que le sumé picante a mi vida con la idea del amante latino que esperaba por mí. Sí, pude ser ilusa, soñadora, infantil, pero ya nadie me quitaba lo bailado y quedaban aún cuatro días de esa aventura por escribir.
En Trinidad conocí una bella familia que me recibió en su casa y me contó otras historias de Cuba, es cierto aquello de que fácilmente te encuentras conversando con un médico o con cualquier profesional: me pasó con el abuelo de la casa, médico veterano con buenas historias de vida. Conocí también dos amigos argentinos que viajaban juntos, colegas periodistas de la radio gaucha. Ella planeó el viaje en busca de la respuesta a una pregunta por la continuidad de la relación que tenía con un chico que conoció en una noche de fiesta de fin de año en Valparaiso (Chile); luego de intercambiar historias llegamos a una primera conclusión: difícilmente encontrarás un buen amor o un amor bonito en alguien que conociste cuando tú estabas borracha y él también, en una noche de fiesta.
En la bella Trinidad reviví cada uno de los momentos que compartí con mi amigo cubano la noche que nos conocimos y pude recorrer lugares imaginados por mí, gracias a lo que me contaba en los mensajes que me escribía. Me reencontré también con varios de sus amigos: muy cubanos, bellos amorosos y me vi observar cómo ellos se acercaban a las turistas con la misma estrategia que su amigo se acercó a mí hace unos meses. A él no volví a verlo ni volví a recibir sus e-mails cálidos y amorosos.
Volviendo a La Habana tenía la maleta más liviana y así también la mente y el corazón. Me reencontré con mi anfitriona en esa ciudad que padeció como yo los desplantes y patanería del amante furtivo. En busca de alivio a mi guayabo físico y emocional salí a tomarme una sopita de pollo, sola. Cuando pagué la cuenta la mesera saca unas flores del arreglo floral central del bar del restaurante y me las entrega con una sonrisa: eso es Cuba; por eso, a la pregunta de mi anfitriona de si pienso volver, mi respuesta es sí. Bien dicen que cada viaje a algún lugar es sobre todo un viaje hacia dentro de ti misma, este viaje con todo y sus bemoles fue un viaje de amor (propio) y descubrimiento: creo que las mejores historias son las que vives, no las que te cuentan, pero también creo que es sano dejar volar la imaginación con los pies bien puestos sobre la tierra para que tus historias no dejen heridas profundas. No le pidas peras al olmo: el amor de verano es sólo eso: amor de verano, si le pides más, si tratas de estirarlo, se te rompe!!!.
Dorotea
Nota: Dorotea, fue una de las ganadoras de la convocatoria para ser nuestra bloguera invitada.
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