Tuve algunas relaciones que yo denominé del tipo “Titanic”, por grandes, catastróficas y que al final se hundieron en el turbulento mar de mis lágrimas derramadas. Llegué a pensar que mi sentido común había saltado cobardemente por la borda, me quejé mil veces de la vida porque no existía el respectivo manual de instrucciones, pues a mí náufrago corazón le costó bastante trabajo aprender sobre el amor.
Sin embargo, al pasar la tempestad, con cabeza fría y sentimientos suturados, empecé el proceso de reflexión que me permitió ver con claridad mi panorama sentimental, fue allí cuando encontré una tabla de salvación y salió el sol.
Y no es que me sepa todas las respuestas, ni más faltaba que me vaya a montar en un pedestal cual gurú de quinta, solo que ahora tengo la experiencia que hace algunos años escaseaba. Y aunque no me arrepiento de mis malas decisiones, si me encantaría montarme en una máquina del tiempo y darle una que otra cachetada a mi “yo” del pasado.
En fin… lo importante es que no me ahogué entre recuerdos, rencores, culpas y pendejadas. En las circunstancias adversas salió a flote una fémina fuerte que se convirtió en la versión mejorada de mi misma.
¿Y qué me enseñó la tusa?
El tipo de situaciones que no deseo repetir en mi vida: Escogí alejarme de los dramas, de los escenarios explosivos e innecesarios y de las personas que los orquestan. Le dije adiós a cualquier forma de maltrato verbal, psicológico y físico. Le dije adiós a la zozobra, no quiero estar con alguien que me inspire desconfianza sino tranquilidad. Fortalecí mi voluntad y aprendí que decir NO, en ciertas ocasiones es algo muy positivo.
A valorar los momentos de soledad: Al terminar una relación extrañaba aquellas actividades en pareja, miraba con desdén la cama vacía y el celular que se quedaba mudo el viernes por la noche. Pero luego comprendí que mi nostalgia era producto de la costumbre y no del amor. Entonces me hice la gran pregunta ¿Qué era prioridad para mí, ser feliz o tener pareja? Allí supe que era preciso reencontrarme, sanarme, fortalecerme, que mi felicidad era algo interno que debía buscar dentro de mí y que no debía ponerla en manos de terceros.
Dejé de hacerme la víctima: Nadie me obligó a estar con determinado sujeto, yo solita tomé las decisiones e hice caso omiso a las señales, por tanto no sería justo echarle toda la culpa al otro. Acepté mis fallas y me propuse mejorarlas, reconocí mi responsabilidad y que no soy un dechado de virtudes, pues yo también hice mucho daño. Ahora sé que el tipo no era el malo de la película, ni yo fui la mártir, esta novela no se trató de culpables, de arpías o villanos. Simplemente de seres humanos que debido a sus rollos mentales cometieron errores que causaron dolor.
Todo es impermanente y la vida sigue: Tuve que aceptar con valentía la realidad de mi situación, que mi aparente romance de cuento de hadas no fue eterno y finalmente se acabó. Entendí que nada es para siempre y hay que disfrutar todas las situaciones mientras duren. No podía quedarme sentada llorando por aquello que dejé atrás, decidí continuar con mi vida, porque el mundo gira rápido y no me va a esperar. El tiempo pasó y las heridas pudieron cicatrizar en el instante que las dejé de tocar.
No volví a decir que era de malas en el amor: Comprendí que en ciertos aspectos yo era inmadura y que así mismo atraía personas en condiciones similares.El problema no era mi mala suerte sino mi mal gusto, mi patrón de elección estaba descompuesto y por eso no salía del círculo vicioso de relaciones sin futuro, con sujetos inestables de diferente rostro pero en el fondo idénticos, que al final eran un espejo de lo que yo también llevaba dentro y me negaba a reconocer.
Me importa un bledo lo que piensen los demás y la presión social: Luego que me quité los lentes grises pude vislumbrar todas las oportunidades y retos que tenía en frente. Ahora no me interesa mantener una relación por necesidad, por apariencia, por miedo a saltar al vacío, o por tener más de treinta y quedarme solterona, como si un marido fuera la única opción que tengo en mi camino.
Ya no pierdo el tiempo rehabilitando gamines: En la vida real el sapo no se convierte en príncipe azul. Cada quien experimenta su proceso de crecimiento y no soy tan fantasiosa como para creer que seré su hada madrina o la excepción de la regla que lo transformará en el caballero perfecto que quiero que sea. El desgaste emocional es enorme y un tipo no cambia por arte de magia, ni por cantaleta, ni por milagros, sino cuando le da la gana. También aprendí a escuchar a mi mamá y a mis amigas, cuando ellas dicen que el personaje no conviene, es porque vieron algo que yo por obvias razones relacionadas con la traga, no vi.
Tener pareja no es perder la libertad: Decidí que quería estar con alguien que respete mis espacios y mi desarrollo individual. Que no se intimide ante mis triunfos sino que antes se sienta orgulloso de la mujer que tiene al lado. Que comprenda sin esfuerzo que soy la dueña de mi existencia y que no tengo que fingir ser otra o pedirle permiso para ser quien soy. De la misma manera, también aprendí a no coartar la libertad de mi pareja, pues la confianza es más significativa que cualquier apego.
La importancia de perdonar: Debí perder importantes batallas para ganar grandes lecciones, pero cargué durante mucho tiempo con los resentimientos que solo hicieron mi vida menos placentera y más neurótica. Ahora agradezco los dolores pasados porque los veo como las herramientas que me ayudaron a ser más fuerte. Perdonar y perdonarme fueron ejercicios que limpiaron mi cabeza de tanta basura y sanaron mi corazón.
Aunque todo se sumergió ante mis ojos, no soy una víctima sino una sobreviviente del desamor. Así el barco se hunda, mi instinto de supervivencia siempre me hará nadar con mayor determinación para encontrar la tierra firme.
Y tal vez la lección más importante de todas, es que dejé de buscar el verdadero amor, cuando al mirarme al espejo entendí que primero tenía que aprender a amarme a mí misma.
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P.D. Ahora dizque soy resiliente
Imágenes: Audrey Hepburn