María Celeste, nunca pierdas la ingenuidad de los niños, ni la frescura de las frutas y como los buenos vinos, permite que el paso del tiempo te venga muy bien.

Si yo fuera mi hija María Celeste, que hoy tiene trece años, seguiría amando a mi madre y a mi padre y a pesar de sus imperfecciones; aceptaría que son seres humanos comunes y corrientes y que nada los distingue de los demás mortales, salvo quizás ese amor indestructible que sienten por mí y el deseo de que pueda realizarme y ser una persona feliz.

Si yo fuera mi hija, aprendería a respirar profundo y a meditar, y practicaría un arte marcial. Me alimentaría sanamente, caminaría muchísimo, bailaría de todo, andaría en bicicleta y en patines, y más que a nadar, aprendería a fluir en el agua para que mi vida fluya de igual modo.

Me concentraría en el estudio, el arte y el deporte no competitivo. Sería disciplinada en semana, indisciplinada los sábados, y perezosa los domingos.

En vacaciones madrugaría más para hacer cosas diferentes, visitaría familiares y amigos que no veo con frecuencia, pasearía y buscaría conocer muy bien Medellín, mi ciudad natal.

Todos los días al dormir y al despertar repetiría mentalmente y si es posible de viva voz: yo soy saludable, sabia, dichosa, feliz e inspiradora, y mis deseos se cumplen espontáneamente cuando son para mi bien.

Me aceptaría como soy, agradecería a Dios y al Azar ser la persona que soy, y el haber disfrutado estos años del amor y la compañía de mi padre y de mi madre; el haber heredado de ellos un carácter comprensivo y amable, una gran sensibilidad por los más débiles y un deseo profundo por que las cosas mejoren para ellos.

Si yo fuera mi hija, seguiría leyendo como lo he venido haciendo y empezaría a ocuparme de algunas obras clásicas como La iliada, La odisea, Las mil y una noches, La divina comedia, Don Quijote de la Mancha, Hamlet, Humano demasiado humano, La montaña mágica, Siddhartha, Cien años de soledad, El hacedor, y trataría de memorizar el primer capítulo de Memorias de Adriano.

Si yo fuera mi hija, seguiría siendo auténtica, de una sola pieza, para así poder encontrar en el camino las mejores personas con quienes compartir mi vida.

Si yo fuera mi hija, evitaría albergar miedos y rencores en mi corazón; esos sentimientos lo dañan todo. Sería consciente, eso sí, de que la naturaleza humana es difícil y de que los grandes amores y las amistades incondicionales son más frecuentes en la literatura y en el cine que en la realidad, pero vale la pena arriesgar para encontrarlos.

Si yo fuera mi hija, siempre me situaría en el aquí y el ahora, buscando ser testigo silenciosa de mi propia vida, y con frecuencia guardaría silencio apagando la radio interior para conectarme conmigo misma. Así me sería más fácil identificar mi verdadera vocación y la profesión con la que ojalá sea feliz ayudando a los demás.

Si yo fuera mi hija empezaría a soñar, desde ya, con una vida libre e independiente, lejos de los religiosos, los políticos, los comerciantes y los militares. Todos ellos son admirables, dejan a sus familias la mayor parte del tiempo para salvar a la sociedad de los vicios que ellos mismos siembran. La sociedad los necesita, pero mejor si uno logra estar lejos de ellos.

Si yo fuera mi hija sería egoísta y me concentraría en amarme a mí misma, en ser feliz yo misma y dar amor y felicidad a los demás. Buscaría una pareja saludable que busque lo mismo que yo: salud física y mental, alegría en el corazón y mucha sabiduría; una pareja con quien poder amarnos, hablar, bailar, cantar y reírnos sin medida.

Por último, si yo fuera mi hija María Celeste, entendería que la sabiduría es aprender por experiencia ajena; en consecuencia, tomaría nota de frases y sentencias como estas: conócete a ti mismo; nada en demasía; el pasado está muerto; crea y cree solo lo que te convenga; cuando el dinero alcanza para todo, no sirve para nada; si tienes dinero y no tienes tiempo es como si no lo tuvieras; la belleza y la inteligencia se pueden convertir en una maldición; las cosas no te aman; la sonrisa es contagiosa; llora sólo a solas o con un alter ego, nunca en público; la felicidad está dentro de ti, no en otra parte, ni en otra persona; darle trabajo a alguien no es ningún favor; si te da pereza, es posible que sea bueno para ti; si lo vas a hacer, hazlo bien; si lo imaginas, lo harás; todo problema tiene solución; los maestros no lo saben todo; la prostitución, la mendicidad y el hurto ocultan muchos problemas; debes cuidar tu cuerpo, es tu mejor amigo; el destino del avaro es la soledad y la tristeza; la verdadera virtud es la sencillez; estás donde tu atención está, eres tu atención; si eres de oro, el oro no te deslumbrará; el ejercicio físico también es bueno para el espíritu; el secreto de la tecnología consiste en saber desconectarse; las dudas pueden estar en tu mente, jamás en tu corazón; debo practicar la virtud así nadie me vea, yo siempre me veré; la verdad no cabe entera en ningún libro; e iría ampliando este listado.

Amigo lector, te deseo muchas felicidades en esta Navidad y en Año Nuevo y te pregunto ¿tú qué harías si fueras tu hijo o tu hija?

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“Si yo fuera mi hijo Pablo”
Por Julio Roberto Arenas

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