Anoche tuve un encuentro conmigo misma. Leía mi Twitter, desde el primer tweet y hasta el último. En unos, me reconocía como soy hoy, ahora. En otros, sentía que alguien se había metido a esta red social y había trinado por mí.
En las redes sociales, al parecer, uno también crece. Luego de leer mi historial en Twitter quise mirar el de otros y noté un leve cambio entre meses. En algunos, había cambios drásticos de año a año. Al parecer, 140 caracteres tienen mayor significado del que imaginamos y no son, simplemente palabras que expresen algo, sino también, que en su orden y su redacción significan un estado de ánimo, una personalidad, un deseo.
Me impactó darme cuenta que, por ejemplo quienes más criticaban a Uribe o a Juan Manuel Santos son, ahora, quienes sin antes hablar de su cambio de posición política, apoyan cada uno de los proyectos del nuevo presidente. Otros, por ejemplo, hablaban con un tono displicente, criticaban Twitter, aseguraban que jamás pondrían que estaban comiendo o como estaba el clima, porque, según ellos: esos eran tweets de tontos. Sin embargo, después de dos o tres meses de haber dicho esto, las mismas personas tenían un tweet que decía algo así como: “disfrutando de un delicioso helado de fresa” o “Debería dejar de llover un poco, reporto aguacero en el centro”.
Somos volubles e inestables y de eso Twitter es testigo, sin duda. Los mismos que podemos leer a Saramago o a Cortázar le abrimos a veces espacio a la cursilería de Elizabeth Gilbert y hasta permitimos que uno u otro artículo de esas mujeres que se creen intocables y que no necesitan hombres, nos toquen un poco el corazón y nos dejen pensando.
Eso de pensar un tweet mucho antes de ponerlo no es buena idea si usted todavía no se conoce. Creería yo que esta red si algo tiene de bueno es que tarde o temprano, usted termina delatándose.