HomeActualidadRompamos el Silencio: un llamado desde las aulas contra el bullying
Tejiendo paz desde la escuela
Por: Dr. Diofanto Arce Tovar. Director Curricular Colegio Bilingüe José Max León. En nuestro país existe un creciente interés, por parte de las autoridades y diversas organizaciones, en promover la sana convivencia. Especialmente en el marco escolar, se entiende que la consolidación de concepciones y prácticas que la favorezcan puede potenciar una realidad social distinta.…
En nuestro país existe un creciente interés, por parte de las autoridades y diversas organizaciones, en promover la sana convivencia. Especialmente en el marco escolar, se entiende que la consolidación de concepciones y prácticas que la favorezcan puede potenciar una realidad social distinta.
Sin embargo, al mismo tiempo, las redes sociales difunden a diario imágenes provenientes de los espacios educativos donde la intolerancia, la violencia física, psicológica y verbal parecen copar la vida escolar, permeando las relaciones entre todos los actores que habitan las escuelas.
Este contraste revela una tensión profunda entre los ideales que perseguimos y las realidades que enfrentamos. Mientras los discursos oficiales insisten en la importancia de formar ciudadanos pacíficos, respetuosos y responsables, los pasillos escolares, las redes digitales y hasta los hogares se convierten, muchas veces, en escenarios donde prevalece la burla, el señalamiento y la descalificación.
La Escuela se encuentra, entonces, en el centro de un dilema: ¿Cómo educar para la convivencia en medio de un ambiente que con frecuencia transmite lo contrario?
La Escuela como espejo y laboratorio social
Lo que sucede dentro de las aulas no es un fenómeno aislado. La violencia escolar, en sus múltiples formas, refleja problemáticas estructurales que van más allá de la dinámica institucional: desigualdades socioeconómicas, polarización política, exclusión histórica y una cultura social que en ocasiones ha normalizado la agresividad como mecanismo de relación.
Pretender que la Escuela solucione por sí sola estas dificultades sería tanto como desconocer su carácter de espejo de la sociedad. La Escuela es proyección de un nuevo mundo, así como el reflejo de lo que las comunidades hemos construido en el marco histórico y social.
Pero al mismo tiempo, la Escuela tiene un potencial transformador único. Es claro que la Escuela del siglo XXI no es exclusivamente un espacio de transmisión simple de conocimientos, sino que se asemeja cada vez más a un laboratorio social en donde se exploran nuevas formas de relación humana.
Allí se encuentran distintas generaciones, se confrontan ideas y se ponen a prueba las normas de respeto, diálogo y tolerancia. Cuando la Escuela asume conscientemente este papel, se convierte en la semilla fértil del cambio social deseado, irradiando principios y valores humanos trascendentes hacia las familias y comunidades que la conforman.
Comprender la anticonvivencia
La sana convivencia, nacida desde la Escuela, se fortalecerá si entendemos que las raíces de la anticonvivencia —centrada en la violencia, la negación, la estigmatización y la exclusión— no pueden abordarse únicamente con buenas intenciones ni reduciendo el problema al espacio escolar. La anticonvivencia se alimenta de factores como la inequidad, la falta de oportunidades, los discursos de odio y la incapacidad de reconocer al otro como un sujeto legítimo.
Por ello, educar para la paz no es un ejercicio decorativo ni protocolario. Requiere un abordaje profundo que supere la lógica de “proyectos aislados” y que, en cambio, articule la pedagogía con la acción social. Programas de mediación escolar, cátedras de ciudadanía, formación docente en resolución pacífica de conflictos, espacios para la salud emocional o proyectos de servicio comunitario solo tendrán impacto real cuando se inserten en una visión integral que entienda la paz como un estilo de vida y no como un tema individual y coyuntural.
En este espacio, postulamos la necesidad irrefutable; en especial para nuestro país, de un conocimiento profundo de nuestro proceso histórico, basado en la ciencia social, no en la ideología, permitiendo un ejercicio juicioso, descentrado, pero comprensivo de los roles de los actores sociales en la conformación de lo que hoy es Colombia. La anticonvivencia que pareciera reinar en Colombia, no es la responsabilidad de unos u otros, es la responsabilidad de todos.
Retos y responsabilidades compartidas
Cerrar los ojos ante las expresiones de anticonvivencia que emergen en los entornos escolares es desconocer que lo que sucede en la Escuela es, en gran medida, un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. Los casos de intimidación escolar, la exclusión por diferencias económicas, culturales, de género o raciales, o la violencia verbal que se viraliza en las redes sociales no son fenómenos nuevos, son expresiones concentradas de prácticas históricas, aceptadas por el colectivo del cual formamos parte.
De allí que la responsabilidad no puede, ni debe recaer exclusivamente en la institución educativa. La familia, como primera escuela de convivencia, tiene un papel insustituible. Los medios de comunicación y las plataformas digitales también deben asumir su responsabilidad en la creación de narrativas que dignifiquen la vida y no que glorifiquen la violencia o la deshumanización. Y el Estado, por supuesto, debe garantizar políticas públicas que trasciendan la coyuntura y den continuidad a procesos de formación ciudadana a largo plazo, superando las diferencias entre partidos, grupos, ideologías que cada uno desde su orilla pretende mostrar como insalvables.
Una acción colectiva hacia la paz
La Escuela solo podrá aportar a la sociedad cuando la sociedad, a su vez, dirija su mirada hacia ella. No basta con discursos bienintencionados ni con estrategias desarticuladas: es urgente una acción colectiva, decidida y coherente, que reconozca en la Escuela un escenario privilegiado para gestar transformaciones, pero que no le delegue en solitario la tarea de sanar fracturas sociales que llevan siglos marcadas por el desconocimiento político, económico, social y cultural del otro.
Esto significa pasar del discurso a la práctica. Una verdadera cultura de paz requiere del compromiso cotidiano: en las aulas, en el barrio, en la familia, en los espacios físicos y virtuales de participación ciudadana. Significa, además, aprender a resolver los conflictos sin violencia, a escuchar las diferencias sin miedo y a valorar la diversidad como la riqueza que potencia el diseño de una nueva sociedad incluyente, próspera y diversa con la que muchos soñamos.
A manera de conclusión: una historia compartida
Si como sociedad no asumimos de manera corresponsable la construcción de una cultura del respeto, del cuidado mutuo y del reconocimiento de la diversidad, la sana convivencia seguirá siendo una quimera. Solo cuando la Escuela y la sociedad caminen juntas podremos empezar a escribir una historia distinta: una historia que nos eleve a ser una sociedad dueña de sí misma y de su futuro.
La paz no se decreta ni se improvisa. Tristemente, aún existe este concepto limitado que concibe que la forma de las cosas va a impactar lo esencial y no que la esencia es la que debe afectar la forma. Estamos seguros de que la paz se construye, día a día, con actos pequeños y consistentes, con una pedagogía que reconcilie y con una ciudadanía que se reconozca en el otro. Tejer paz desde la Escuela significa, en última instancia, tejer paz desde la vida misma.
Referencias:
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Rompamos el silencio
Un esfuerzo innovador en el país, liderado por El Colegio Bilingüe José Max León y la Universidad EAN, en el que colegios, autoridades públicas, organizaciones sociales y aliados internacionales se articulan para actuar de forma proactiva frente al Bullying y el ciberacoso.
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