República de colores

Publicado el colordecolombia

Libres de todos los colores y orden republicano en la provincia de Cartagena, 1820-1840

Ángel Francisco Rinaldy Martínez obtuvo, en 2010, su grado de maestría en Historia, otorgado por la Universidad Industrial de Santander, con una tesis que tiene el título de esta nota.

En el proceso de calificación de la tesis, Daniel Mera Villamizar, directivo de Color de Colombia, rindió el siguiente concepto, que resume y valora el aporte de Rinaldy Martínez.

El trabajo consta de una introducción (8 páginas), cuatro capítulos y unas conclusiones (2 páginas), más la bibliografía, que suman en total 135 páginas. Este concepto discurrirá sobre los capítulos, principalmente.

El capítulo 1, Una aproximación a los estudios sobre los sectores populares (32 páginas), es un logrado balance, aunque no exhaustivo, de la historiografía colombiana sobre las castas de color (libres) en el proceso de independencia, centrado en la provincia de Cartagena.

Para Rinaldy, la interpretación patricia tiene “tres momentos centrales”: las obras de José Manuel Restrepo (1827, 1858), de Gabriel Jiménez Molinares (1947), de “inocultable tez mulata”, y de Eduardo Lemaitre (1983).

Esta interpretación dice que la gente de color fue utilizada en 1811 y 1812 por una facción, cuyo líder, Gabriel Piñeres, le distribuía dinero y licor, lo que explicaría su comportamiento anárquico e intimidante, desprovisto de ideas y de respeto por la autoridad.

La larga influencia de la visión elitista encontraría contestación durante 1998-2010 en las obras de Alfonso Múnera, Marixa Lasso, Aline Helg y Jorge Conde, historiadores que enfatizan las aspiraciones de igualdad de los libres, sus recursos y su participación autónoma en el proceso político y militar de la independencia.

Es en esta nueva visión en la que se inscribe la tesis de Rinaldy, quien, sin embargo, cree que las “preguntas básicas” sobre el 11 de noviembre “no han obtenido respuestas” y que existe un “considerable bache en la historiografía colombiana sobre la problemática de cómo fue el proceso de integración de mulatos, negros e indígenas al estado nacional”.

Por este bache, acude a historiadores que se han ocupado de la integración u homogeneización de la gente de color en la nación en Argentina y Bolivia. En suma, es claro que la maestría logró ubicar al autor en un debate intelectual concreto, cuyos términos domina y al cual hace un aporte con nuevas evidencias.

El capítulo 2, Se estremecen los espacios políticos: libres de todos los colores y orden republicano en la provincia de Cartagena (27 páginas), se centra en el problema de “cómo convertir a los vecinos en ciudadanos libres e iguales en derechos” y en las vías de movilidad social de mestizos, mulatos y zambos.

Sobre la construcción de ciudadanos, rastrea las reflexiones de las elites, a través de una revisión de El Argos Americano, de Cartagena de Indias. Y sobre la movilidad social documenta cómo las elecciones y los nombramientos entraron a formar parte de los recursos de los individuos de color convertidos en ciudadanos.

Una de las conclusiones de Rinaldy constituye un punto central de debate: “El nuevo régimen  político sí produjo cambios significativos en la composición social de quienes ejercieron el poder” (pág. 68). Así, la tesis avanza de forma sugestiva y empírica en una investigación que apenas comienza para la historiografía colombiana.

El capítulo 3, Nuevo régimen, nuevos ciudadanos: el sistema educativo en la provincia de Cartagena (38 páginas), documenta las preocupaciones de los líderes del régimen republicano naciente por la educación como formadora en los nuevos ciudadanos y legitimadora de la jerarquía basada en la cultura.

“La educación popular es un corolario del sistema popular representativo; porque no basta que el pueblo tenga derechos, es indispensable que sepa usarlos con discreción”, se escribió en el Semanario de la Provincia de Cartagena en 1842, nos cuenta Rinaldy.

No era esta una preocupación exclusiva de la provincia en estudio, como viene a dejarlo en claro otro hallazgo del autor: un informe del Secretario de Estado al congreso constitucional de 1834, donde se puede ver el “aumento significativo de escuelas” en la Nueva Granada.

Dos hechos significativos entre los varios que aporta la tesis: en 1839 se anunciaba la creación de una escuela para niñas y la prensa reporta oferta privada de educación desde esas épocas tempranas. La narración encuentra aquí un capítulo indispensable para mostrar la consistencia del proyecto liberal y republicano.

El capítulo 4  y último, Los enfrentamientos políticos y las reuniones tumultuarias: un peligro latente para la naciente república (20 páginas), es sumamente interesante porque muestra  que en el nuevo orden la condición racial “no era tan arraigada y, por el contrario, se imbricaba la condición de los valores y el honor”, especialmente en la disputa política.

Así, la moral y la ética se convertían en un arma política, con un trasfondo socio-racial, como se ve en un incidente de Padilla, por llevar a un baile a la moza, hecho explotado por Montilla. La movilidad de los pardos, con pretensiones de igualarse con los blancos, en particular en el gobierno, llevó a las elites a temer a la “pardocracia”, aunque Rinaldy anota que “las diferencias entre los sectores populares de color y los sectores medios de pardos y mulatos eran muy marcadas”, lo que disminuía la probabilidad de reuniones tumultuarias de negros y mulatos que trastocaran las instituciones del nuevo orden.

La situación ambigua de Padilla respecto de los sectores populares de color, sin embargo, permitía que se mantuviera el temor. El autor, de nuevo, con un juicioso trabajo de archivo, avanza en la comprensión del papel de los sectores intermedios en la construcción nacional en su periodo fundacional.

Mi concepto se resume en que es una tesis relevante para la corriente historiográfica en disputa con la interpretación patricia de nuestra independencia.

Bogotá, 4 de noviembre de 2010.

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