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Homenaje a Laurence Prescott, con los recuerdos de Carmen Millán

Prescott (1943-2016), académico afroamericano pionero en estudios literarios sobre autores afrocolombianos, especialmente de Candelario Obeso y Jorge Artel, fue evocado en la FILBo por Carmen Millán de Benavides, su alumna de doctorado, traductora y amiga.

El homenaje hizo parte de la agenda de afrocolombianidad organizada entre Fundación Color de Colombia y El Espectador en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2023.

Por Isabella Ramírez Valderrama*, @isabellarv_23

Carmen Millán de Benavides, exdirectora del Instituto Caro y Cuervo, alumna, traductora y amiga de Prescott, compartió en la FILBo recuerdos del académico homenajeado en conversación con Daniel Mera Villamizar, director de la Fundación Color de Colombia.

Contó que Laurence, siendo profesor, tuvo la oportunidad de escuchar en la Universidad de Indiana al médico, escritor y antropólogo colombiano Manuel Zapata Olivella, quien lo deslumbró.

Y, a partir de ahí, inició un amor casi instantáneo hacia la literatura afrocolombiana. Eso motivó al norteamericano a viajar en los años 70’s a Colombia y empaparse más de la cultura afro.

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Prescott formó una amistad estrecha con Zapata Olivella, quien le recomendó la obra de Jorge Artel. “Inmediatamente después de leerlo, comenzó a enseñarlo en Estados Unidos e incluirlo en el currículo debido a que la voz de Artel le pareció arraigada y necesaria para entender las costumbres afrocolombianas”, dijo Carmen Millán.

Daniel Mera Villamizar, director de Fundación Color de Colombia, entrevistó a la académica Carmen Millán de Benavides.

Después ‘Loro’ Prescott -llamado así por Manuel Zapata- realizó un profundo estudio analítico sobre esta misma obra y la presentó en la Universidad de Cartagena, cautivando  al  público universitario.

Prescott conoció y aprovechó el legado de otros autores pilares de la literatura afrocolombiana como Helcías Martán Góngora, Manuel Baena o Francisco Botero, considerados “Negristas”, debido a que defendían la belleza externa y la participación de la raza negra en la construcción de la nación colombiana.

“Gracias a Zapata Olivella, Prescott se convirtió en colombianista  y las comunidades le decían el señor Lorenzo”, anotó Carmen.

Para Millán, Laurence logró convertirse en una obligatoria referencia bibliográfica. Dos de sus libros son considerados pilares de estudio: ‘Sin odios ni temores: el legado cultural y literario de Jorge Artel’ y ‘Candelario Obeso y la iniciación de la poesía negra en Colombia’.

“El libro sobre Candelario Obeso, publicado en 1985, significó mucho para los estudios literarios en el país, ya que Candelario fue quien pudo recuperar la voz de los Bogas en Magdalena,  el dolor y la alegría de los navegantes de aquel río”.

De esta manera, señala Carmen, “toda persona que esté trabajando en literatura afrocolombiana, debe citar a Prescott. Si no lo citan, ese libro está mal”.

La académica  y amiga de Prescott comentó que en Vanderbilt se encuentran los archivos de estudios y demás de Manuel Zapata Olivella, así que, cuando ‘Loro’ Prescott falleció, sus archivos fueron entregados y guardados junto a los saberes de Manuel, para que ellos siempre estuvieran juntos.

“Manuel y Laurence Prescott eran hermanos. De manera que al mencionar a Manuel hablamos de su hermano ‘Loro’ y al mencionar a Lorenzo, hablamos de Manuel Zapata Olivella’.

Prescott – recuerda Carmen- tenía un poema favorito, ‘La cumbia’, de Jorge Artel, que reproducimos a continuación:

La Cumbia
Hay un llanto de gaitas
diluido en la noche.
Y la noche, metida en ron costeño,
bate sus alas frías
sobre la playa en penumbra,
que estremece el rumor de los vientos porteños.

Amalgama de sombras y de luces de esperma,
la cumbia frenética,
la diabólica cumbia,
pone a cabalgar su ritmo oscuro
sobre las caderas ágiles
de las sensuales hembras.
Y la tierra,
como una axila cálida de negra,
su agrio vaho levanta, denso de temblor,
bajo los pies furiosos
que amasan golpes de tambor.

El humano anillo apretado
es un carrusel de carne y hueso,
confuso de gritos ebrios
y sudor de marineros,
de mujeres que saben
a la tibia brea del puerto,
al yodo fresco del mar
y al aire de los astilleros.

Se mueve como una sierpe
sonora de cascabeles,
al compás de los chasquidos
que las maracas alegres
salpican sobre las horas
desmelenadas de ruidos.

Es un dragón enroscado
brotado de cien cabezas,
que muerde su propia cola
con sus fauces gigantescas.
¡Cumbia! —¡danza negra, danza de mi tierra!—
¡Toda una raza grita
en esos gestos eléctricos,
por la contorsionada pirueta
de los muslos epilépticos!
Trota una añoranza de selvas
y de hogueras encendidas,
que trae de los tiempos muertos
un coro de voces vivas.

Late un recuerdo aborigen,
una africana aspereza,
sobre el cuero curtido donde los tamborileros,
—sonámbulos dioses nuevos que repican alegría—
aprendieron a hacer el trueno
con sus manos nudosas,
todopoderosas para la algarabía.

¡Cumbia! Mis abuelos bailaron
la música sensual. Viejos vagabundos
que eran negros, terror de pendencieros
y de cumbiamberos
en otras cumbias lejanas,
a la orilla del mar…

*Estudiante de la Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Santiago de Cali, en acuerdo de prácticas de Redacción con Fundación Color de Colombia.

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