Después de que el grupo Hamás llevara a cabo el 7 de octubre su gran provocación terrorista en territorio de Israel y luego de que este último país desatara su guerra de venganza, ocupando y bombardeando sin piedad la Franja de Gaza, el conflicto no solo se ha intensificado, también ha potenciado otros conflictos colaterales que hacen erupción a través de acciones bélicas, de retaliaciones y de amenazas; de hechos sangrientos entre actores que hacen parte del Medio Oriente; todo ello en un revoltillo de intereses y estrategias que, no obstante, ser de baja intensidad, dan lugar a una situación complicada y explosiva, material combustible para una conflagración regional.
Los hechos violentos en distintos frentes
La guerra entre Israel y Hamás lleva más de 4 meses, con miles de muertos del lado palestino, un horror; y con el paso del tiempo no ha hecho sino recrudecerse. Como quiera que el gobierno de Netanyahu, empeñado en arrasar con Gaza, no ha podido aniquilar a Hamás y solo ha rescatado dos rehenes, continúa con su estrategia de guerra duradera, sin siquiera escuchar los tibios llamados de la Administración Biden, para que ofrezca un plan en función de la postguerra; es decir, para que comience a desescalar su ofensiva militar. Esta guerra no ha dado paso a una desescalada, pero en cambio ha provocado la aparición de otros frentes en el vecindario, con choques a muerte, mediante la intervención de terceros.
En la frontera con el Líbano, Israel ha intercambiado con Hezbollah golpes destructivos y amenazantes, empaquetados en misiles, con los que los dos contendientes se muestran agresivamente los dientes. Por cierto, en territorio libanés fue asesinado un dirigente político de Hamás, con un misil probablemente israelí, aunque nadie reivindicó el hecho.En otro frente, los Estados Unidos de América mataron en Irak a 4 iraníes de la Guardia de la Revolución, los que seguramente cumplían labores de asesoría militar.
En Yemen los rebeldes hutíes, que dominan Sana, la capital; y que están en los bordes del Mar Rojo, han disparados misiles contra barcos comerciales que transitan por esa ruta marítima; lo han hecho como una forma de solidaridad con los palestinos y simultáneamente para castigar, dicen ellos, a quienes puedan tener algún vínculo con los israelíes.
En otro episodio temerario; la islámica guerrilla Koateb en Irak, aunque de orientación pro- iraní; mató a 3 soldados estadounidenses; lo hizo en las barracas de una base militar, situada en Jordania.
Finalmente, en un extraño juego de carambolas cruzadas, el Estado Islámico (ISIS) ha entrado en escena con un golpe brutal contra Irán, al ejecutar un acto terrorista con dos explosiones en la ciudad de Kerman, en el sur de esta república islámica, con un saldo devastador de 80 muertos, un atentado que provocó respuestas en distintas direcciones por parte del país de los ayatolas, algo de lo que se encargaron sus fuerzas armadas, lanzando misiles contra distintos puntos en países como Pakistán, Irak y Siria, en donde habría focos de combatientes enemigos.
Los Actores
Tanto la guerra entre Israel y Hamás, como los otros choques colaterales y contextuales, violentos y vesánicos, representan un teatro de guerra, múltiple y fraccionado; de cualquier manera, envolvente y mortífero; y sin embargo pleno de potencialidades negativas que de desarrollarse empeorarían aún más el cuadro de una conflagración.
Es un escenario en el que concurren, cada cual insuflado por el animus belli: los Estados y los grupos irregulares, en medio de conflictos asimétricos; así mismo, potencias externas e internas; claro, una superpotencia global y potencias regionales; judíos y musulmanes; musulmanes y cristianos; sunitas y chiitas; eso sí, todos ellos, con el trasfondo de una disputa encarnizada por el dominio territorial, disputa nucleada alrededor de un despojo a los palestinos, patentizado y prolongado a lo largo de los últimos 74 años.
El infaltable Israel, representado ahora por un gobierno, el de Netanyahu, en el que se mezclan la derecha del Likud y la extrema derecha religiosa de los grupos ortodoxos. Y en el lugar opuesto, un movimiento como Hamás, que por supuesto no representa a un Estado soberano pero que es cuando menos la autoridad política de una pequeña nación ocupada.
Por cierto, Hamás, la Autoridad Palestina y los hutíes de Saná plasman como actores políticos la condición particular de no poseer la titularidad de un estado soberano, sin que por ello se conviertan en simples grupos irregulares, pues disponen de una relativa representación institucional y de un control territorial.
De otra parte, concurren los Estados Unidos, única superpotencia mundial, la que por su lado compromete su peso con el apoyo total a Israel; además, con una diplomacia empeñada en no darle respiro a Hamás, al vetar en el Consejo de Seguridad de la ONU, toda orden de cese al fuego.
También acude, a la arena de todos los conflictos, Irán, la nación islámica interesada sin fatiga, en devenir una potencia regional; y ahora mismo presa de derivas muy conservadoras en el orden interno.
En este espacio geopolítico de múltiples conflictos y violencias, como lo es el Medio Oriente, hacen presencia entonces no solo los Estados, sino sobre todo los grupos armados que, sin embargo, exhiben impacto transnacional, fenómeno que queda ilustrado con la existencia de Hamás, Hezbollah, los hutíes y las distintas milicias que operan en Irak, movimientos todos ellos ya mencionados, sin dejar por fuera a ISIS, el ejército fundamentalista, empeñado en una guerra santa contra los infieles. El escenario se caracteriza en consecuencia por un abigarramiento de actores y de conflictos, siempre al borde de la conflagración; en el filo de un estallido fragmentado; con metralla, con misiles y bombardeos, cruzados en direcciones inusualmente diversas.
Los alinderamientos y las líneas de fractura
Con todo, emerge una línea divisoria que se superpone a las distintas fracturas entre unos y otros actores, una línea que redefine los puntos de ruptura y que determina reagrupamientos entre los sujetos colectivos apoyados en una voluntad de guerra. Es la línea geoestratégica y cultural que separa a los que de alguna forma respaldan la causa palestina, en oposición a Israel y sus aliados.
Entre los primeros, los más activos son Irán y los movimientos que reciben su apalancamiento y solidaridad; se trata de una alianza a la que las autoridades de ese país califican como el Eje de la Resistencia. Al otro lado de la trinchera, ideológica y estratégica, se levanta el bloque “Tel Aviv-Washington,” un eje en el que surge un aliado, solitario pero poderoso, sobre el que descansa Israel, ese que está representado por un Estados Unidos, sin embargo, temeroso de dar pasos en falso dentro de su involucramiento, dados sus antecedentes desastrosos en Irak y Afganistán; con tanta mayor razón por cuanto ahora se aproximan las elecciones en las que cualquier exceso en uno u otro sentido puede significar la deserción de segmentos claves del electorado, como ha quedado evidenciado en las universidades, en las que el candidato Biden parece perder terreno por su apoyo exagerado a un Israel que bombardea sin descanso a los civiles de Gaza, aunque diga como pretexto baladí que solo persigue a los milicianos de Hamás.
Los intereses y las identidades se trenzan abriendo fosos profundos
Como sucede con las trenzas que surten la firmeza de los lazos o del cabello, así acontece con estos bandos, en los cuales se entrelazan intereses e identidades, hegemonías políticas y sectarismos religiosos, ambiciones territoriales e imaginarios ancestrales. De ahí que las rupturas coincidentes y duraderas en estas diversas dimensiones hacen más honda la separación, más palpitante el estado de guerra, como cuando se presentan al mismo tiempo las contradicciones de índole económica y religiosa, o las de carácter nacionalista y territorial. Eso sí, todo ello concentrado en esa herida profunda y jamás sanada, como lo es la ocupación de Palestina; así a veces aparezca atenuada.
Ocupación que ha estado enhebrada con los hilos del control, la represión y la vida indigna a la que ha sido sometido este pueblo, desde la Nakba o catástrofe -los penosos desplazamientos obligados en los años 50-, hasta la actual guerra de venganza, una guerra en la que Israel mezcla elementos de genocidio; aunque solo postule que busca eliminar un movimiento político-militar y no un pueblo; con operaciones de desplazamientos masivos y con padecimientos sin fin; sobre todo, entre las mujeres y los niños; además, con un saldo infame de más de 25 mil muertos, el 1% de la población de Gaza.
Interdependencia de los odios y las violencias
En todo este período aciago, las afirmaciones opuestas de identidades religiosas, los nacionalismos exacerbados, las ocupaciones territoriales y las estrategias de guerra y de violencia, se han traducido en sentimientos encontrados de odio entre pueblos, la peor versión de la política internacional; convertida de ese modo en un sistema enrevesado de exclusiones esenciales, entre comunidades étnicas, religiosas y nacionales que, en otras condiciones, podrían convivir a través de la interdependencia multicultural y de la cooperación económica; ambas categorías, más propias de un “sistema-mundo”, anclado en la modernidad.
En cambio, la reproducción ampliada de odios y de golpes, de humillaciones y rencores, ha hecho brotar una inmodificable geopolítica de hostilidades, la cual se apoya en los deseos múltiples e inclaudicables del aniquilamiento recíproco. Los Estados, naciones y grupos se sostienen ontológicamente como unos sujetos colectivos, cuya razón de existir depende, en buena parte, de mantener viva la expectativa de acabar con el otro; una suerte de inter-dependencia de hostilidades, relación entre enemigos, algo que dificulta cualquier arreglo del conflicto.
Más aun, cuando los extremismos, en ese juego entre enemigos, han saltado al poder en cada bando, como es el caso de Netanyahu en Israel y de Hamás en la Franja de Gaza; y ni hablar del chiismo conservador en Irán. Situación que encierra potencialidades para la extensión de la guerra y, por el contrario, un margen muy reducido para darle vida a los viejos e inanimados acuerdos de Oslo.