Qué duda cabe, el gobierno del cambio sufrió una derrota en las regionales y municipales. Todo lo lamentable que se quiera, pero es un dato de la realidad. Apenas un año largo después de asumido el poder, los 11 millones 200 mil votos del presidente Petro se volvieron un material quebradizo, como fragmentos de vidrio, que además sufrieron repentinamente una disminución numérica, hasta convertirse en unos 4 millones, una barbaridad, como descomposición de la acción colectiva, una descolgada sensible. Todo un hecho político, en términos negativos.
Y sin embargo no hay que olvidar los matices.
Parangonar los resultados de una presidencial, con las elecciones territoriales, no es una operación muy brillante: sustituye la razón compleja por la obviedad. Las elecciones presidenciales se mueven en un orden de magnitud distinto a las elecciones en las alcaldías y gobernaciones, contraste que es muy notorio en las primeras. Las identidades del elector se forman en una línea de sintonía diferenciada, sin necesariamente estar unidas por el mismo hilo de pertenencia.
El análisis comparativo debe poner frente a frente las elecciones para alcalde con ellas mismas en el pasado. Sin mezclar peras con manzanas, debe procederse a una minería de datos, extraídos de vetas similares.
Así, los 562 mil votos de Gustavo Bolívar en Bogotá merecen en estricto sentido un comparativo con los 440 mil de Hollman Morris, cuatro años atrás; y no con los 2 millones 220 mil depositados por Petro en la presidencial, que más bien se transfiguraban en un espejismo. Es una votación, dicho sea de paso, que no es endosable en favor de una candidatura a la alcaldía, circunstancia que por otra parte mostraría la excepcionalidad del fenómeno Petro, no reproducible a nivel local y quizá no repetible en cualquier nivel.
Por cierto, en muchas regiones y ciudades ya era notoria la ausencia de las fuerzas petristas hace 4 años y ahora continuó precaria su presencia, lo que hace muy difícil el ejercicio comparativo, además de que muchas veces los candidatos circulan mimetizados en listas de coalición. Es un hecho que quizá abre la tentación para que el presidente sostenga con alguna razón que su movimiento y sus afines avanzaron ostensiblemente; claro, dentro de una cartografía de la periferia electoral. Por cierto, es una racionalización que no puede por ejemplo incluir al departamento de Boyacá en el que triunfó Carlos Amaya, el de los Verdes; y ni siquiera en rigor la alcaldía de Santa Marta, de Fuerza Ciudadana, aunque es verdad que estos dos casos deben incluirse en una contabilidad más amplia de las fuerzas independientes y alternativas, ocupantes de un espectro de frecuencia tampoco muy amplio.
Otros fenómenos
En todo caso, en el lado opuesto de ese espejo cóncavo que es el severo revés político del gobierno, se dibuja la imagen de los ganadores en las cuatro principales ciudades del país, en las que consiguieron votaciones holgadas.
En Bogotá, Carlos Fernando Galán, con su perspectiva ideológica de centro, su apellido de raigambre liberal y su talante inclinado a la moderación, atrajo un voto de opinión que se manifestó sobre todo en localidades bogotanas populosas y populares como Suba, Kennedy y Engativá.
En Medellín, Fico Gutiérrez, cada vez más conservador y siempre anti-petrista, fue casi plebiscitado por un electorado que seguramente expresó masivamente su descontento contra el alcalde saliente, cabeza de un movimiento independiente que casó simultáneamente diversas peleas contra actores de peso en la capital antioqueña, dueños de influencias no despreciables.
En Cali, un retoño del empresariado local, aunque también exfuncionario nacional en temas de paz, sorprendió con una ventaja cómoda al representar una alternativa creíble frente a un alcalde independiente pero suficientemente desprestigiado por el mal manejo de las variadas y sucesivas crisis en la Sultana del Valle. Y en Barranquilla, sin sorpresas ni cambio alguno, Alex Char, delfín del grupo Tiendas Olímpicas, se alzó fácilmente con su tercer mandato local.
En Medellín y Cali, claramente hubo una oscilación de un extremo a otro en el péndulo, pues candidatos de derecha reemplazaron a Daniel Quintero y Jorge Iván Ospina, que habían llegado al poder a hombros de movimientos que se planteaban bajo la etiqueta de independientes y alternativos.
En Bogotá, por su parte, emergió una movilización electoral significativa (o dos si se cuenta el batazo, en términos beisboleros, para un impulso de doble base, que ejecutó Oviedo), pero sin un basculamiento brusco hacia la derecha-derecha; por cierto, el histórico millón y medio de votos de Galán representan una opción de centro, con apego tal vez al elitismo meritocrático pero al mismo tiempo con sensibilidad social, pues su discurso lo ha centrado en combatir el hambre y la desigualdad social.
Por otra parte, muchas otras capitales y especialmente los departamentos fueron los escenarios propicios para que se impusieran candidatos que son profesionales de la política, avezados en el mercado electoral, que controlan aparatos y que a menudo cuentan con el apoyo de coaliciones partidistas o con la concurrencia de varios avales; además, en representación de una tendencia ideológica muy parecida a la derecha o al centro-derecha.
Coordenadas en los comportamientos
Son identificables por lo menos dos coordenadas que trazan el sentido en el que se desplazan las conductas de los votantes en estas elecciones territoriales. Se trata de coordenadas que al mismo tiempo son líneas, cuyos dos extremos se oponen entre sí; aunque también pueden ofrecer, a la manera de una tabla horizontal de colores, una gama de identidades ideológicas o de actitudes, como si hubiese un continuum entre tales extremos.
Una de esas dos coordenadas es la del tipo de voto, la que tiene que ver con el carácter del votante; es la que opone el votante de opinión al votante de partido. La otra coordenada es la ideológica, que opone la derecha a la izquierda, aunque muchos digan que tal división ya no existe. Son todas ellas categorías en las que se inscribe el elector; están relacionadas con actitudes del sujeto y con sus orientaciones. Además, se combinan del siguiente modo: un votante de partido puede ser un sujeto de izquierda o de derecha, sin abandonar por ello su adscripción y su disciplina. Así mismo, un elector de opinión puede ser de derecha o al contrario de izquierda, en una integración de categorías que da lugar a alineamientos que, a manera de ilustración, se dibujan en una matriz, expresión de la tendencia del votante:
VOTANTES
A la vista de los resultados en la democracia local y regional, podría decirse que la votación mayoritaria se inclinó más hacia la derecha y hacia los partidos; o, más exactamente, hacia los aparatos electorales, a expensas de la izquierda y de los movimientos de opinión.
Coaliciones regionales
Cuando se habla de partidos en la Colombia actual se hace referencia a un mundo muy fragmentado; el sistema de partidos es una suma más o menos caótica de 36 agrupamientos, autorizados todos ellos por el Consejo Nacional Electoral, una versión exagerada del pluralismo, lo que dificulta enormemente la constitución de mayorías, desde la intervención de un solo partido.
Se trata de una fragmentación que obliga a los agentes colectivos a coaligarse, algo que a nivel regional se traduce a menudo en alianzas entre caciques que a la vez son dueños de empresas electorales, mimetizadas como partidos, afectadas por un perfil muy personalista; y cuyo peso en las campañas les asegura las mayorías suficientes para conquistar las alcaldías y gobernaciones, sin los azares de atraer los votos de opinión, aunque, claro, sin excluir tampoco esta aventura.
De modo que cuando se haga referencia a los partidos y los aparatos electorales, debe darse por sabido que tales entidades toman forma en coaliciones que se enfrentan por los gobiernos, para una distribución posterior del poder en cuotas proporcionales.
En realidad, un amplio espectro de estos gobiernos fue conquistado por coaliciones, camufladas mediante el uso de los avales mancomunados, útiles para que los partidos se sumen a las candidaturas en disputa.
Las inclinaciones ideológicas
A propósito de las identidades ideológicas, alguien podría cuestionar con razón que la división entre derecha e izquierda es muy simple y reduccionista. Es verdad; no solo existen estos extremos; entre ellos se da una amplia gama de matices, que ocupan un campo ideológico intermedio, calificado como el centro; y del cual se reclaman muchísimos competidores políticos, un centro que por cierto puede recoger tonos más intensos de izquierda o de derecha, según el caso.
Al preguntarse en manos de qué partidos quedaron las ciudades y los departamentos, podría concluirse sin dificultad que la tendencia predominante está definida por el centro y el centro-derecha, independientemente de las etiquetas y consignas.
De modo que las fuerzas dominantes en estas elecciones territoriales de 2023 han sido quizá las de los aparatos electorales que exhiben el sello prevaleciente del centro-derecha, sin desconocer el impacto que tuvieron los movimientos de Galán y Oviedo que siendo de centro, fueron al mismo tiempo de opinión en una buena proporción: dos millones largos de votos, nada despreciables.
Gobierno/Oposición
Naturalmente, a las líneas de fractura anteriores o a las coordenadas que definen los comportamientos de los electores, hay que añadir sin falta el enfrentamiento entre gobierno y oposición; y hay que hacerlo a nivel nacional y local, eso sí, con las particularidades que patentiza cada uno de estos planos. En ocasiones, por ejemplo, coinciden la oposición al gobierno nacional y al local, según se vio en Medellín.
En todo caso, vistos los resultados de gobernaciones y alcaldías, se diría que la oposición más radical, por un lado; y el gobierno, por el otro, no resultaron ganadores. Como ya todo el mundo lo sabe, en Colombia la norma no incluye como categorías, solo a la oposición y al gobierno; también a los independientes.
Si se calibrara la votación de partidos como el liberal, el conservador y el de la U, medible en las asambleas departamentales, sin olvidar la de Galán y Oviedo, aunque sean de otro alcance, podría afirmarse que la votación mayoritaria correspondió a la categoría de los inscritos como independientes, si bien es cierto, no pasan la prueba en otro tipo de taxonomías políticas.
¿Y los movimientos de avanzada?
Lo cierto es que esos partidos que se declaran “independientes” han tenido en esta ocasión un peso muy grande. Ahora bien, los que se declaran de oposición no ganaron. Pero los del gobierno, encajaron una derrota porque se dejaron comparar desfavorablemente con la elección presidencial de hace apenas 15 meses, votación ésta que no se prolongó en las elecciones locales; careció de una fuerza de arrastre evidente.
El centro-derecha tradicional mantuvo su presencia mayoritaria, fuera a través de candidaturas unipartidistas o de coaliciones. Y finalmente, los guarismos electorales confirmaron la ausencia de movimientos progresistas y animados por una izquierda bien estructurada.