Muchos creen que este planteamiento incumbe solo a los novelistas, ensayistas (incluyendo columnistas) y poetas. Procuraré demostrar que en realidad nos debe importar a todos.

Aunque cada autor ofrece una respuesta diferente, la mayoría reconoce que antes de sentarse a trabajar incuba en su mente, en sus libretas, lecturas y meditaciones, la historia y la reflexión que pretende redactar. En fin, piensa para escribir.

Al tiempo ellos aceptan que a medida que escriben, su plan cambia, nacen ideas, hipótesis novedosas, personajes inolvidables. El ejercicio físico de redactar atiza su cerebro y su imaginación para urdir desenlaces. O sea, el acto de escribir genera nuevos pensamientos.

Este hallazgo es maravilloso y preocupante.

Desde hace tiempo los países más innovadores saben que la buena escritura ayuda a reflexionar y actuar bien. La creencia más común la concibe tan solo como un medio para expresar lo que pensamos y lo que conocemos. Hoy sabemos más. Fomenta habilidades cognitivas. Escribimos a la par que cavilamos, organizamos ideas, afilamos argumentos hasta tener el texto redondo. Y todo ello, al interiorizarse, crea hábitos para la vida: pensar críticamente, aclarar conceptos, corregir con humildad, respetar reglas, validar intuiciones, aceptar críticas, tener en cuenta a otros y cranear soluciones.

En términos más relucientes, escribir tiene efectos epistémicos: desarrolla el saber. Significa que enciende la comprensión y la invención. Además, tiene efectos terapéuticos. Más de un escritor famoso y millones de personas han encontrado en la escritura una tabla de salvación para el naufragio de su razón. 

En este punto conviene enfatizar algo. La habilidad para escribir es subsidiaria del acto de leer. Así es como se conforma un asombroso triángulo del desarrollo humano: la lectura, la escritura y el pensamiento.

Vamos a lo preocupante. Entre 79 países evaluados, Colombia ocupa el puesto 58 en las pruebas PISA de lectura. Más del 50% de los estudiantes evaluados no pasan del nivel 2 entre 6. Como dice el experto en educación, Julián de Zubiría, quien lee mal, entiende mal un problema. Entonces ¿cómo lo resolverá? Y es curioso este resultado porque el país invierte cerca del 4,5% del PIB en educación mientras que los países con mejores resultados alcanzan el 6%, lo que no representa una diferencia notable. Por lo visto, gastamos mucho y sin sentido. Las protestas estudiantiles que piden más presupuesto podrían ampliar su foco de inconformidad. 

En los Estados Unidos, más del 95% de las universidades y colleges exigen cursos de composición escrita al inicio de los estudios. Tienen programas con Tutores, Compañeros y Materias de Escritura. Está en el pénsum de todas las disciplinas. Como competencia es de las más valoradas en su sistema. Por algo este país es la meca de los talleres de escritura.

Hay algo, pues, que no está funcionando en nuestro sistema educativo. Un niño colombiano está obligado a leer más libros que un norteamericano; pero mientras que el de aquí debe preparar un resumen de su lectura al de allá le piden un ensayo. El ensayo implica reflexionar; el resumen, recordar. De Zubiría dice que nuestra educación es memorística. 

Un reciente estudio de la Universidad Javeriana constataba que muchos de los jóvenes con menores puntajes en las pruebas Saber Pro y Saber 11 optan por la docencia como profesión. Hay que agregar la resistencia del gremio de los profesores a cualquier método de evaluación de su trabajo. Un círculo vicioso devastador que cierra con algo peor. La productividad media de un colombiano es de las más regulares del mundo, empeora cada año, y compromete la competitividad del país en los mercados mundiales. Y uno de los factores que la determinan es la baja formación.

El asunto es serio. Currículo, profesores, pedagogía. Malos lectores y escritores impactan el progreso económico y el bienestar de los colombianos. ¡Afectan las exportaciones!

Quizá esta correlación es culebrera y cándida. Pretende celebrar la proliferación de talleres de escritura por todo el país; defender la necesidad de imponerlos en el bachillerato y en las universidades. No importa, como diría el maestro Borges, que sea un propósito no imposible, aunque sí sobrenatural. Los colombianos no poseemos ni más ni menos inteligencia que los demás pueblos del mundo; lo evidente es que hacemos mal uso de ella en actividades menores. En el mejor de los casos, en la política, la abogacía y el rebusque; y en el peor, en la corrupción y el delito. 

Una encantadora apuesta: quien mejora su escritura tiene posibilidades de tonificar su razonamiento y enderezar su conducta.

Nota: El autor de este blog asiste al Taller de Escritura Creativa de Comfandi, dirigido por los escritores Julio César Londoño y Betsimar Sepúlveda https://www.comfandi.com.co/persona/cali/eventos/taller-de-escritura-creativa-online-comfandi-2020)

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