Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Palabras versus dólares

“La libertad de expresarse 

precisa del buen uso del lenguaje”

El poder de la palabra. Mariano Sigman

El presidente Petro se molesta cuando le advierten que sus palabras hacen subir el precio del dólar. Niega que haya una estrecha relación entre lo que dice y lo que ocurre. Sin embargo, en su autobiografía —Una vida, muchas vidas— defiende lo contrario: la capacidad del discurso para suscitar cambios mediante la creación y movilización de una multitud cuando las instituciones y las normas no lo permiten. (Que es una espada que a cada rato desenvaina cuando encuentra obstáculos para sus obsesiones: sacar la gente a la calle).

Claro que esta contradicción es tan solo una coartada para evadir su responsabilidad política en los vaivenes económicos. Se entiende: es un político como todos; primero muertos que responsables de algo. 

Para muchos es evidente que las palabras tienen el poder de crear hechos. Sobre ello han reflexionado ilustres filósofos (Wittgenstein, Austin, Echavarría, entre otros). El lenguaje es generativo y no solo descriptivo. O sea, no solo es útil para contar lo que sucede sino que ocasiona sucesos. De ahí que se hable de los actos del lenguaje: con las afirmaciones damos cuenta de la realidad a partir de nuestras particulares percepciones; con las declaraciones informamos sobre lo que deseamos modificar de la realidad; y con los juicios revelamos nuestro punto de vista acerca del mundo. 

Cuando un juez declara marido y mujer a una pareja el mundo cambia a partir de ese momento para los contrayentes. Ninguno seguirá —o debería — seguir siendo el mismo. Cambian su manera de tomar decisiones, modifican sus planes de vida, pierden autonomía y ganan compañía. Lo mismo sucede cuando un gobierno declara la conmoción interna: ese acto desencadena decisiones administrativas y políticas que impactan, para bien o para mal, la vida de millones de ciudadanos. Sin embargo, para que la realidad mute en algo nuevo se requiere que quien pronuncia la declaración esté investido de autoridad y goce de reconocimiento general. Un fulano cualquiera no puede declarar en matrimonio a una pareja; una institución menor no puede decretar una emergencia en un país. En ambos casos, el juez y el Estado tienen el poder de hacer cumplir su palabra, a partir de lo cual otras muchas personas toman decisiones, asumen posiciones, experimentan ciertos sentimientos y elaboran o descartan planes. 

Algunas ministras y ministros son una prueba fehaciente de esta situación. Cuando eran simples activistas o profesoras o líderes sindicales podían afirmar y declarar cualquier cosa, radical o moderada, cierta o falsa, y su impacto era mínimo en el país. Pero ahora en la posición de altos funcionarios del gobierno apenas están cayendo en la cuenta de que cualquier afirmación, declaración o juicio que lancen desestimula la inversión, asusta a los empresarios, previene a las calificadoras internacionales encargadas de ponerle precio a los bonos que emite el gobierno para financiar sus planes sociales, explosiona las ilusiones de muchos ciudadanos indignados, angustia a los usuarios de la salud y empanica a los futuros pensionados. Por esa razón, otro ministro con mayor autoridad se ve obligado a pronunciar palabras que intentan mitigar los efectos de las de sus colegas. Y a veces lo logra. Es el poder del lenguaje. 

En ciertas oportunidades la palabra se adecúa al mundo y otras el mundo se adecúa a la palabra. Por eso hay que tener cuidado con lo que decimos porque puede volverse nuestra realidad. Con el lenguaje iniciamos o finalizamos relaciones; elaboramos sueños comunes; creamos consensos o polarización; coordinamos acciones con otros; edificamos nuestra identidad privada y pública; elaboramos relatos para darle coherencia y sentido a la vida.

Enseguida la pregunta que aflora es: ¿qué será peor? ¿que un gobernante cumpla sus promesas o que sus palabras queden flotando en el aire hasta desvanecerse? 

A Petro se le reconoce que en algunos temas está haciendo honor a sus promesas. La paz total, la preocupación por los más desfavorecidos, las relaciones con Venezuela, la elevación de conciencia del país sobre la transición energética y la protección de la Amazonía, el replanteamiento de la lucha contra las drogas. 

Pero simultáneamente uno hace fuerza para que otras no pasen de ser simples palabras, ganas de agitar el debate público: poner bajo control la independencia del Banco de la República; el uso discrecional de los ahorros para pensiones; la amnistía para los vándalos de la Primera Línea que están siendo procesados; la suspensión apresurada de la exploración y explotación de petróleo y carbón; su juicio de que el sistema de salud colombiano es el peor del mundo. Que es deseable que se trate de declaraciones emitidas desde su viejo rol de congresista, que, según reconoce, aún no ha superado. No obstante, no es fácil convivir con el Petro-Presidente y el Petro-Agitador. Esa bipolaridad nos hace la vida más difícil. 

Algo que hemos aprendido de la Economía del Comportamiento es que las decisiones no siempre se toman con la razón: intervienen de una manera poderosa las emociones e interpretaciones, los sesgos y las creencias. Y su origen, es fácil deducirlo, se encuentra en el lenguaje, en las conversaciones que sostenemos, en los juicios que emitimos, en el tono del debate público. En las declaraciones que emiten los altos funcionarios públicos, cuyas palabras siempre tomamos en serio porque no son inocentes. 

En efecto, pues, el precio del dólar tiene causas externas, como alega en su defensa el gobierno. Pero también, como sostienen los analistas, hay causas idiosincrásicas, de cosecha propia. Entre ellas, la palabrería indómita de algunos funcionarios, empezando por el presidente, que genera acciones y reacciones, y suscita emociones en todos los agentes sociales y económicos. En suma, sus palabras mejoran o deterioran nuestro mundo.

Creo que lo expuesto es igualmente válido en el ámbito personal. A veces cambiando las palabras transformamos nuestras vidas. Pero dejemos ese tema para otro artículo.

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