Entre las renuncias al gabinete la más provocativa fue la del exministro de Culturas Juan David Correa. Con su reconocida inteligencia y delicadeza dijo que se retira porque no comparte la forma de «habitar el poder» del presidente Petro.
Creo que pocos podrían afirmar que los agarró de sorpresa lo visto en el reciente consejo de ministros televisado. Porque de la forma de administrar del presidente se conocen muchas cosas: no se reúne frecuentemente con su equipo; no hace seguimiento y acompañamiento a la implementación de sus políticas públicas; los ministros se enteran de sus propósitos o por las redes sociales o en sus habituales e interminables discursos; toma decisiones sin analizar con sus asesores; llega tarde a todas las reuniones de trabajo. Todo eso ya lo padecían sus colaboradores cercanos.
En otras palabras, lo que asoma del consejo de ministros reciente no fue un hecho inusitado. Solamente aconteció que todos pudimos presenciar en vivo y en directo la forma como se está manejando el país. De alguna manera enrevesada debe agradecerse al presidente este gesto de transparencia: «…el pueblo tiene el derecho a saber qué hace su gobierno y cómo es su gobierno directamente…», afirma él. Quedamos advertidos.
Aun así, la pregunta clave es: ¿cuáles eran los objetivos reales del presidente al tomar la decisión de transmitir este consejo por todos los medios públicos y privados? Porque cualesquiera que fuesen, eso no salió bien a ojos de la mayoría de observadores, con excepción de algunos devotos seguidores que no bajan de catalogar esta decisión como jugada política maestra. Sostienen ellos que promovió una explosión controlada de la rebelión de un sindicato de funcionarios; desarmó a quienes casi acaban con su gobierno; puso a pensar al país sobre asuntos políticos; capturó una audiencia millonaria; hizo una demostración de erudición literaria, filosófica e histórica; dejó en claro quién es el más revolucionario e inteligente del gobierno.
Los ministros fueron citados para abordar la crisis de orden público en el Catatumbo (60 muertos, 54.000 desplazados y algo más de 32.000 personas confinadas). Seguramente cada uno llevaba en sus manos un informe de su trabajo allí. Pero no. La agenda cambió premeditadamente cuando el presidente decidió pedirles cuentas a sus ministros de los 195 compromisos asumidos con el país, de los cuales no han cumplido 146. Y para eso los puso en la picota pública. De esta forma mataba dos pájaros de un tiro: neutralizaba la inconformidad de parte del gabinete y le echaba la culpa por los incumplimientos. Los exponía públicamente para debilitarlos, y de paso él sacaba el cuerpo.
Sin embargo, después de más de tres horas de un monólogo deshilvanado y airado, la cosa se salió de cauce y salieron a flote las grietas del gobierno. Empezando por el rompimiento de una premisa elemental de dirección decente: los resultados buenos son del grupo y los malos revelan fallas en el liderazgo. Y nada tan lamentable y trágico como escuchar a un jefe —Jefe de Estado, por si fuera poco— quejándose de que nadie le hace caso.
Retomemos, entonces, aquello de la incapacidad de «habitar el poder» anotado por el exministro de Culturas. Habitar está relacionado con el ser y el hacer. Un buen líder debe saber qué hacer para que ciertas cosas ocurran. Esto implica tomar decisiones, ejecutarlas, tener un plan y una estrategia, hacer seguimiento, supervisar y corregir a tiempo. Tiene la responsabilidad de asegurarse de que sus promesas y políticas públicas se conviertan en acciones concretas y logren los resultados esperados. Empero, este consejo de ministros dejó un amargo sabor al respecto: 15 % de cumplimiento de compromisos, desarticulación completa y enemistades profundas. El exministro de Defensa alcanzó a balbucear que «…en El Plateado (Cauca) no ha habido una decisión articulada de gobierno para entrar». Como se recuerda, en este sitio se produjo hace dos meses la penúltima gran crisis de orden público. Mientras tanto, sigue sin solución. ¡Por ausencia de articulación de acciones efectivas para llevar paz! Cabe preguntarse: ¿y quién se supone sea el gran coordinador de acciones del aparato estatal? En conclusión, el «hacer» no está entre las virtudes de quien dirige el Estado.
Y en cuanto al «ser», el líder es alguien que aprecia y respalda a su equipo, que se pone de primero en los fracasos y se ubica de último en los éxitos. Los líderes comen al final, dice Simon Sinek. Dan retroalimentación en privado y felicitan en público para proteger la integridad de su gente. Un líder prodiga una gran empatía por los integrantes de su equipo. En el caso que nos ocupa, algunos observan un acto deliberado y autoritario de violencia y humillación ejercido por el presidente sobre sus funcionarios más cercanos. Un despliegue desaforado de engreimiento (silencio, habla el presidente, el último Aureliano) y paranoia (No me voy a dejar encerrar. Esto no es un sindicato», «…sus críticas son un ataque de canibalismo…», vociferaba el presidente). Por su mente no pasa la idea de que un verdadero líder se pone al servicio de su gente para que haga lo que tiene que hacer y no alguien a quien otros sirven.
Es difícil decidir cuál de los diagnósticos sobre Petro es más alarmante: si está enfermo de hubris; si es un caso psiquiátrico; si es extremadamente narciso y paranoico; si es un genio para hacer jugadas políticas maestras como reportan sus áulicos. O si simple y llanamente es un político exitoso que en el ámbito del liderazgo no pasa de ser un inepto a cargo del Estado y del bienestar de 50 millones de personas.
Sea cual sea la prescripción, se valida la sentencia aquella de que el poder no transforma a las personas sino que revela su verdadero ser.
Manuel J Bolívar
Ingeniero Industrial y Magister en Ciencia Política, Coach certificado y Cinéfilo juramentado.