Salió al mercado el libro “Parar para avanzar», crónica del movimiento estudiantil que paralizó a Colombia, de Sandra Borda. La autora es profesora de la Universidad de Los Andes, una de las analistas políticas más respetadas del país, columnista de El Tiempo y panelista en programas de opinión de radio y televisión. Hay que advertirlo para que se dispongan a leerlo con buena cara, porque nos acerca a un tema que a todos incumbe pero que incomoda: la protesta social generalizada del pasado 21 de noviembre.
En tono de crónica cuenta su origen, pretensiones iniciales y la muerte de Dilan Cruz por acción del ESMAD. Complementa con el testimonio directo de algunos estudiantes que estuvieron a la cabeza del movimiento. No es un balance. Es un recuento de los hechos que ayuda a organizar las ideas sobre un evento histórico que nos desconcertó —y atemorizó— por su efervescencia. Y nos dejó la lección del poder de la indignación colectiva.
Son varias las reflexiones que alienta la lectura.
La primera es su contribución a elaborar una interpretación más seria sobre este acontecimiento. La hipótesis del gobierno y de algunos medios de que se trató de un movimiento auspiciado por la izquierda internacional es clásica y lamentable por su pobreza conceptual y falta de evidencias.
La segunda, lo que comenzó como una rutinaria manifestación de estudiantes se transformó en una borrasca social. Por un lado, por un efecto de imitación y contagio de lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo (Chile, Perú, Francia). Por otro, su detonador más poderoso es producto nacional: un conflicto inconcluso con los estudiantes, reformas laborales y pensionales cocinándose en las oficinas de los gremios y del Centro Democrático, y negadas por el gobierno, y la desconexión de Duque con la gente, que redujo su popularidad al 30%. Fue como un represamiento de agua, lodo y piedras que terminó por desbordarse. (El pliego final de peticiones contenía cerca de 100 y las recopiladas por el gobierno en la Conversación Nacional superaron las 15.000).
Cuando se leen los testimonios de estos jóvenes hay que aceptar que son los verdaderos héroes del país. Muchachos y muchachas próximos a graduarse que no dudan en arriesgar todo en busca del fortalecimiento de la universidad pública. Que no aceptan que el presupuesto de la educación, el más alto de la historia (inclusive superior al de Defensa, tendencia que viene desde el gobierno anterior), se invierta en matrículas y becas y no en las propias universidades. Es una apuesta por el futuro del país. ¿Habrá causa más noble? Por esa razón es gesto altanero gritarles que dejen trabajar a los que quieren hacerlo. Si alguien está trabajando, son ellos.
Por otra parte, ayuda a una mejor interpretación del conflicto social. Son previsibles las protestas venideras. Las causas que las produjeron siguen intactas o han empeorado con motivo de la pandemia. Al gobierno y a la parte de la sociedad que las rechaza les conviene no mirarlas con los mismos anteojos. Hay insatisfacciones y rabias que requieren atención. Una parte del país, que es no-homogénea y a veces contradictoria en sus formas y objetivos, reclama reconocimiento como vocera de intereses, frustraciones y necesidades, y su atención no puede delegarse al ministro de Defensa. A mayor desconocimiento mayor radicalización. Es justo aceptar que sobrepasan a Duque y provienen del propio régimen, como decía el ideólogo conservador Alvaro Gómez. Su trámite se convierte en movilizaciones callejeras (que es una forma legal y legítima de participación política) por la ausencia de partidos políticos que las canalicen. Que, como es sabido, están ocupados en actividades innombrables.
Y finalmente, así como es comprensible que las personas pensemos con simpleza acerca de problemas complejos, es mal presagio que el equipo de gobierno haga lo mismo. Asumir que la violencia del país se controla mediante fumigaciones de glifosato es una conveniente simplificación, como creer que las protestas sociales se reducen a un problema de encapuchados y vandalismo. En un arranque de optimismo cruel, habría de esperarse que el gobierno diseñe un marco de análisis más lúcido y unas salidas imaginativas para lo que se puede estar incubando. Que entienda que en breve superaremos el grave catarro de la COVID-19 y los líos judiciales del expresidente Uribe y enfrentaremos de nuevo las patologías crónicas del país.